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El meganegocio de las grandes farmacéuticas

Artículo publicado originalmente en Publico.es

29 mayo 2021

FERNANDO LUENGO

«No dejar a nadie atrás».

Cuánta palabrería y desfachatez hay en esa frase cuando la escuchamos de quienes, continua y deliberadamente, están haciendo precisamente lo contrario, dejar a muchísima gente en la cuneta, privados de los derechos más básicos, enfermos y hambrientos, sin esperanza.

Una consigna utilizada a discreción por buena parte de la clase política (no quiero caer en la tentación, populismo de andar por casa, de meter a todo el mundo en el mismo saco) y de las elites económicas.

¿Se la creerán de tanto repetirla? Imposible saberlo. Supongo que habrá de todo, los cínicos y los crédulos.

Para mí, más que un piadoso deseo es pura demagogia, una persistente, espesa e interesada cortina de humo para ocultar las tropelías a las que asistimos continuamente.

Quienes la repiten una y otra vez, ¿la aplican también al proceso de vacunación con el que se pretende contener y revertir la pandemia? ¿Tendría acaso validez cuando se sabe que una proporción muy grande de la población que vive en los países más pobres y en los no tan pobres en términos de renta por habitante está siendo excluida del mismo? Hablamos de miles de millones de personas. Pues sí, también se escucha a menudo en este caso.

¿Se puede hacer bandera de ese lema y mirar hacia otro lado cuando se pone el foco en los enormes privilegios que disfrutan las grandes empresas farmacéuticas, que están viviendo una verdadera época dorada? Me temo que la contestación a está pregunta es asimismo positiva.

Los de arriba y los defensores del establishment pueden insistir en el mantra de que el gobierno de los asuntos públicos y privados a todos beneficia; y, sin pestañear, dar por buena, no cuestionar la privilegiada posición de esas corporaciones. Sí, las mismas que han obtenido -no sólo en tiempos de pandemia, sino como un componente estructural de su modelo de negocio- un enorme volumen de fondos públicos, en forma de recursos e investigación básica y aplicada, imprescindibles para obtener las vacunas (y otros fármacos); fondos que han privatizado con la complacencia, salvo casos excepcionales, de gobiernos e instituciones. La facturación de estas empresas, cuyo mercado es la enfermedad de los que pueden comprar las vacunas, protegidas por las patentes, es milmillonaria, del mismo modo que han crecido exponencialmente las retribuciones de sus ejecutivos y grandes accionistas.

Algunas voces se han alzado contra esta situación, exigiendo que se liberen las patentes, se produzca una efectiva transferencia de tecnología y se activen las capacidades productivas necesarias para que las vacunas puedan llegar a todos. Pero las resistencias y las posiciones tibias, donde lamentablemente encontramos a las instituciones comunitarias y a la mayor parte de los gobiernos europeos, están impidiendo avanzar en esta dirección.

El tiempo apremia, la enfermedad mata, los derechos humanos más básicos están siendo pisoteados… pero nada de eso importa, pues «nadie se quedará atrás». ¡Qué siga el circo!