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Es mucho más barato prevenir que atajar pandemias

Fernando Valladares (Futuro Alternativo)

Publicado originalmente en ctxt.es

Por separar la salud de los animales y la de las personas hemos amplificado las pandemias. Por separar la salud biológica de la social hemos generado tristeza. Somos un animal social y estamos sufriendo la desigualdad, la pobreza extrema y la soledad por dar la espalda a nuestra naturaleza social. En una huida hacia adelante, en lugar de frenar y recapitular sobre la insostenibilidad física, biológica y emocional de nuestro sistema nos hemos empeñado en compensar sus deficiencias a base de tecnología y de consumir cada vez más recursos y más energía. Preocupados como estamos por la covid-19 y todas las amenazas que se ciernen sobre nuestra salud es comprensible que se deje de lado la salud de la fauna. Sin embargo, hacerlo es olvidar el principio de que en la biosfera solo hay una única salud global. Y olvidar este principio hará que sigamos enfermando. Como ilustra el informe de la IUCN, las poblaciones de animales salvajes tienen graves y crecientes problemas debido a enfermedades infecciosas acentuadas por acciones humanas. Estos problemas tienen toda una gama de consecuencias significativas, desde impactos en la polinización, el control de plagas, las cadenas alimentarias, la productividad del suelo, así como en los medios de subsistencia de millones de personas, hasta el incremento de zoonosis.

La ciencia nos ha puesto sobre la mesa desde hace décadas un minucioso diagnóstico sobre la insostenibilidad de nuestros actos. Sin embargo, parece que estamos empeñados en no quererlo ver. Al menos si juzgamos por nuestros actos, parece que no estuviera pasando nada, que nuestro día a día no tuviera apenas consecuencias importantes en el planeta. Pero si hablamos de Antropoceno es por algo. Cualquier cosa que hagamos los 7.700 millones de personas que habitamos la Tierra y con la tecnología que tenemos a nuestro alcance tendrá consecuencias importantes. El cambio climático generado por los gases resultantes de nuestras actividades comienza a resultar peligroso, incluso letal, para miles de personas. 

Al ritmo actual, los ecosistemas indispensables para nuestra vida que llegarán a finales del siglo XXI ocuparán apenas un 10% de su área original

El año 2020 acabó llevándose una buena colección de récords climáticos. Ha quedado como el año más cálido desde que tenemos registro instrumental, empatado con el 2016. En el oeste de Estados Unidos, en el californiano Valle de la Muerte se midieron 54,4 grados Celsius, la temperatura más alta medida en la Tierra desde 1931, en el tercer día más caluroso registrado nunca en nuestro planeta. En 2020 se registró la temporada con el mayor número de tormentas tropicales y huracanes, varios de ellos rozando el récord. Incluso en la región mediterránea se registraron medicanes, huracanes mediterráneos, un fenómeno inusual. Olas de frío extremos batieron récords también en el comienzo de 2021. La acumulación de materiales humanos ha sobrepasado al peso de toda la biomasa del planeta. Un reciente estudio ha estimado que justo en 2020 la antropomasa compuesta por ladrillos, cemento, asfalto, plásticos y vidrio cruzó, en su crecimiento exponencial, la línea representada por la biomasa, que languidecía año tras año. Quizá este cruce nos haga reflexionar. O al menos cambiarle el nombre a la biosfera por el de antroposfera, ya que no es más la capa de la vida sino la esfera de lo humano. La gran diferencia es que “lo humano” se deja muchas funciones ecológicas sin hacer. Por ejemplo, ni regula el clima ni ataja pandemias. Para eso y para poder respirar y comer, necesitamos ecosistemas sanos, completos y funcionales. Y actualmente nos queda, más o menos, la mitad de los que había hace poco más de un siglo. Sólo queda un 40% de bosques en buen estado de conservación. Al ritmo actual, los ecosistemas indispensables para nuestra vida que llegarán a finales del siglo XXI ocuparán apenas un 10% de su área original. ¿Realmente alguien puede pensar que serán suficiente para mantener no ya los millones de humanos que podríamos ser sino los que ya somos en la Tierra?

Lejos de ganar competencias en la protección eficaz de la naturaleza, cuanto más rica es la sociedad, mayor es su impacto ambiental. Aunque también es mucho mayor su capacidad para vestir sus proyectos de verde y convencerse de todo lo contrario. De esta doble capacidad de degradar ecosistemas y disfrazar la realidad surgen las muchas paradojas y contradicciones del capitalismo verde y de los esfuerzos neoliberales por liderar acuerdos y convenios para proteger el medio ambiente. Esfuerzos que resultan tan ineficaces como costosos. Es muy importante atender el análisis científico de esta situación para poder salir de ella. 

El mensaje ecologista no acaba de calar en la sociedad. La primavera silenciosa de Rachel Carson ha dejado helados a miles de lectores desde su publicación en 1962, pero, al igual que los concienzudos y extensos informes del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) y sus valiosos resúmenes, que llevamos tres décadas leyendo, han generado pocos cambios perceptibles en nuestras acciones. Dicho de otro modo, seguimos con nuestro modelo socioeconómico como si fuera una tabla de salvación, o la tabla a la que hay que salvar por encima de todo, cuando en realidad es el origen último de todos nuestros problemas. Las cosas, no obstante, podrían estar cambiando. Los grandes grupos financieros están viendo que sus negocios están en riesgo y al analizar las causas, Carson o el IPCC cobran un inesperado protagonismo. Los tremendos incendios de la costa Oeste de Estados Unidos o de Australia sufridos en 2020, sumados a los que padeció un año más la región amazónica, no pueden ser cubiertos económicamente por ninguna compañía de seguros. En sus reuniones anuales en Davos, Suiza, el Foro Económico Mundial señala a un medio ambiente inestable, degradado e incierto como la principal amenaza para la economía mundial. Las crisis no son económicas, aunque se manifiesten en la economía. Son ambientales. Las amenazas a nuestra salud, a nuestro bienestar no vienen de una economía volátil o en quiebra, sino, en última instancia, de un medio ambiente degradado. 

Sumidos como estamos en una de las mayores pandemias de la historia, deberíamos escuchar a la ciencia cuando nos dice que es mucho más barato prevenir que atajar pandemias. Dado que la causa de las pandemias se encuentra en la degradación de la naturaleza, la alteración de la biodiversidad y en general, de una relación tóxica con el medio natural, la principal prevención no es sanitaria, sino ecológica. Se calcula que los costes globales de prevenir pandemias estarían entre 170.000 millones y 270.000 millones de dólares, mientras que los costes sólo de una pandemia como la covid-19 oscilan entre los 8 y los 16 billones de dólares. Además, los costes de la prevención se reducen a la mitad porque las medidas conllevan beneficios en carbono por la reducción de emisiones y más ventajas que solo harían los números aún más positivos. Las tres medidas claves de prevención contempladas en un reciente estudio son 1) detener la deforestación en zonas tropicales, 2) limitar el comercio de especies, 3) establecer red de alerta y control temprano de pandemias.

En 2019 se destinaron 2,6 billones de dólares a inversiones que destruyen la biodiversidad y degradan el medioambiente en proyectos de construcción, producción de alimentos o turismo

Lejanos a esta realidad que los grandes grupos financieros tienen muy clara, los cincuenta principales bancos del mundo no cambian todavía la forma de gestionar sus fondos. No acaban de asumir su responsabilidad a la hora de financiar proyectos lesivos para el medio ambiente. Se calcula que en 2019 se destinó una inversión total de 2,6 billones de dólares (casi el doble del producto interior bruto de España, o más de seis veces el de países como Argentina, Taiwán o Suecia) a inversiones que destruyen la biodiversidad, generan fuertes emisiones de gases invernadero y una importante degradación ambiental en proyectos de construcción, producción de alimentos o turismo. Un reciente informe, Bankrolling Extinction 2021, demuestra cómo las entidades financieras contribuyen a la destrucción del planeta a través de sus préstamos y garantías. Al no considerarse responsables de los impactos en la biodiversidad o en el cambio climático causados por sus actividades de préstamo los bancos no han desarrollado mecanismos precisos para conocer el destino final y el impacto de las inversiones que hacen ellos facilitan. Especialmente preocupante es la financiación sin restricciones de proyectos de pesca intensiva, grandes infraestructuras, transporte y turismo. 

Pero las cosas podrían estar cambiando. El año pasado, BlackRock, la mayor gestora mundial de activos y fondos y máxima accionista del IBEX 35, vetó a 4.800 directivos de 2.700 compañías al entender que no estaban generando buenos informes sobre su sostenibilidad. “Y cada vez vamos a estar más decididos a votar en contra de los consejos y las juntas directivas que no implementen las acciones correctas al respecto” decía Larry Fink, fundador y propietario de BlackRock.

Hay más síntomas de que las cosas podrían estar cambiando. La industria del petróleo y del gas llegó en Europa a la conclusión de que no les queda otra opción que acomodarse. Aunque esto no quiere decir que ayuden a un cambio rápido, es una buena noticia. Las principales empresas del sector energético se manifiestan claramente a favor del impuesto a las emisiones. Para ellas es preferible tener un horizonte conocido de crecimiento de los precios que unos escenarios cambiantes e inciertos. El principal grupo de presión del sector petrolero estadounidense está estudiando la posibilidad de aprobar un precio para las emisiones de carbono, por primera vez en su historia, ya que busca un punto de apoyo para comprometerse con el enfoque más agresivo de la nueva administración norteamericana para combatir el cambio climático.

Los políticos en general no suelen estar a la altura del desafío. Su vida profesional es efímera y no hacen ningún movimiento que pueda restarles votos, por razonable y necesario que sea. Por tanto, ellos se limitarán a acompañar el cambio que sólo puede venir impulsado por la sociedad y por los grandes grupos económicos. A la sociedad, no obstante, le cuesta cambiar. Pero se va extendiendo la conciencia de lo ineludible del cambio. En general, a nadie nos gusta ver las dimensiones reales del desafío que enfrentamos, pero ya nos vamos quitando la venda. Las grandes empresas y grupos financieros conocen bien la realidad y cuán breve es el recorrido de sus negocios sino cambian las cosas. Tecnología y soluciones alternativas hay. No son perfectas ni completas, pero permiten mejorar mucho la sostenibilidad de nuestra civilización. Las ventajas de ser valientes superan a los riesgos y, en todo caso, cualquier opción es mejor que mantener el actual rumbo de colisión. La duda última es cuando venceremos nuestras últimas dudas de que sólo hay una salud.