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Juan Laborda, publicado originalmente para El Salto.

Permítanme compartir con ustedes mi más profunda desazón sobre el estado actual de la economía, como ciencia social, y sobre quienes opinan y, sobre todo, toman decisiones que afectan al devenir cotidiano de nuestras vidas. Existe suficiente evidencia para afirmar de una manera firme y rotunda que las recomendaciones y recetas de la ortodoxia económica han fracasado.

Primero, una austeridad fiscal expansiva, aderezada con una permisividad ideológica en favor de un endeudamiento privado descomunal. A continuación, un rescate bancario a costa de los contribuyentes. Después, una devaluación salarial vergonzante. Ahora, una subida de tipos de interés como bálsamo defierabrás para luchar contra una inflación que nada tiene que ver con la demanda, o aumentos salariales. Como mal de fondo, la financiarización de la economía, convertida en una extracción de rentas continuada en toda regla. En el trasfondo, el Totalitarismo Invertido en que se han convertido las otrora democracias occidentales.

La solución pasa por enmendar aquello que recomendaron los distintos economistas adscritos a los centros de poder

Las consecuencias de tanta desfachatez las conocemos todos. Sabemos que el pertinaz empecinamiento por hacer frente a la inflación actual con una subida de tipos de interés no va a tener efecto alguno sobre la inflación, salvo que se genere un desempleo masivo. La solución pasa por enmendar aquello que recomendaron los distintos economistas adscritos a los centros de poder. Se debe volver a regular los mercados de derivados de materias primas; hay que poner coto a la financiarización; imprescindible terminar con el absurdo sistema marginalista de fijación del precio de la luz; y, sobretodo ahora, dotar a los organismos reguladores de la competencia de todos los instrumentos necesarios para su labor, incluidas la imposición de multas acordes con el daño causado por prácticas oligopolísticas, y, llegado el caso, trocear y vender negocios y unidades de empresas demasiado grandes para quebrar e imponer precios.

Instinto de clase

La pregunta es inmediata, ¿por qué después de tanta evidencia en contra de ciertas teorías y propuestas se continúan recomendando las mismas recetas? Sólo caben dos respuestas, la incompetencia estructural, y/o el instinto de clase. En realidad, hay una mezcla de las dos hipótesis, pero el empecinamiento de la implementación de políticas fracasadas hace que la balanza se decante finalmente por la segunda. En última instancia se defienden los intereses de las clases dominantes que no están dispuestas a pagar ni un solo euro de su bolsillo por los desaguisados que ellas mismas han ido generando. Las puertas giratorias ayudan a ello.

Pongamos un ejemplo. Con las subidas de tipos de interés para hacer frente a una inflación provocada por la financiarización de la economía, y que tan pingues beneficios ha reportado a los extractores de rentas, se va a beneficiar a esos extractores de rentas vía efecto riqueza o inversión en letras y bonos del Tesoro. Por el contrario, va a aumentar la carga hipotecaria de millones de familias, especialmente las más jóvenes, ya de por sí endeudadas y pauperizadas. Por lo tanto, la desigualdad se va a incrementar, sin solucionar absolutamente nada.

El impacto sobre la inflación ante subidas no elevadas es nulo y beneficia a quienes se han forrado del aumento de dicha inflación. Pero si siguen con la pertinaz receta para acabar con la inflación, solo tendrá efecto bajo un aumento descomunal de tipos de interés que aumente masivamente el desempleo y destroce a las familias más desfavorecidas, especialmente las más jóvenes. Resulta hilarante que el Banco Central Europeo exija contrarrestar las subidas de tipos con políticas fiscales. Imagínense que les hacen caso y bajan impuestos. ¿A quien beneficiará? ¡De nuevo a los extractores de rentas! Resulta hilarante sino fuera distópico.

La previsión de recesión de la AIREF y su idea de la sostenibilidad

Desde estas mismas líneas mostramos nuestra sorpresa por las palabras de la presidenta de la Airef, Cristina Herrero, que lanzó una previsión de recesión técnica para la economía española. En su comparecencia, anticipó una contracción del -0,2% y del -0,3% para el cuarto trimestre del año y primero del 2023. Tal como avisamos, en los últimos meses hay una variable de las utilizadas por el modelo de previsión de la Airef, el MIPred, que de manera sistemática da sorpresas negativas y que posiblemente haya perdido parte de su interpretación en términos de indicador adelantado del crecimiento económico. Nos referimos al consumo de electricidad. ¿Saben ustedes por donde va la previsión actual de la propia Airef para el cuarto trimestre de 2022? ¡En el 0,7% intertrimestral! Ello supondría un crecimiento para todo el año 2022 por encima del 5%.

Pero esta gente es inaccesible al desaliento. En una reciente conferencia Cristina Herrero destacaba el papel de las instituciones fiscales como garantes de la sostenibilidad. ¿Pero realmente saben de lo que habla? ¿Han encontrado en la Airef evidencia de una relación de equilibrio a largo plazo entre la deuda pública y el crecimiento económico? ¡No! Volvamos a los datos, concretamente a un artículo académico que ya hemos citado hasta la extenuación, Nonlinearities in the relationship between debt and growth: (no) evidence from over two centuries publicado en 2019 en Macroeconomic Dynamics. El autor, en un análisis para 27 países, desarrollados y en desarrollo, no encuentra evidencia de una relación de equilibrio a largo plazo entre la deuda pública y el crecimiento económico. Dado que una relación de equilibrio a largo plazo es un requisito previo para cualquier causalidad a largo plazo entre las dos variables, no existe. Como señala el mismo autor, “Los resultados presentados en este trabajo socavan algunas de las conclusiones populares sobre este tema tan cargado de política, según las cuales el ajuste fiscal es una necesidad para la estabilidad económica a largo plazo y la sostenibilidad…. Pero da igual, de nuevo funciona el ¡instinto de clase!

En esta misma línea destacan distintos artículos en nuestra mass media donde quienes lo publican se lanzan en tromba contra la Teoría Monetaria Moderna. Resulta ya cansino responder ante tanto comportamiento gregario de quienes simplemente se auto-defienden de sus propios y continuados errores. La Teoría Monetaria Moderna detalla cómo funciona un sistema monetario bajo dinero fiat. Tras la ruptura de Bretton Woods en 1971, la mayoría de gobiernos empezaron a emitir sus monedas mediante decretos legislativos bajo un tipo de cambio flotante. Un tipo de cambio flexible libera a la política monetaria de tener que defender una paridad fija. Por lo tanto, las políticas fiscal y monetaria podían concentrarse en garantizar que el gasto doméstico fuera el suficiente para mantener altos niveles de empleo.

El culto a la austeridad se deriva de la lógica del patrón oro y no son aplicables a los sistemas monetarios “fiat” modernos

El razonamiento es muy sencillo. Los gobiernos que emiten sus propias monedas ya no tienen que financiar su gasto, ya que los gobiernos emisores de moneda nunca pueden quedarse sin dinero. El culto a la austeridad se deriva de la lógica del patrón oro y no son aplicables a los sistemas monetarios “fiat” modernos. Pero de nuevo actuó ¡el instinto de clase! Había que evitar como fuera alcanzar el pleno empleo. Se debía dar el poder de financiar a los Tesoros al sistema financiero.

Con ello se pretendía, en primer lugar, y por encima de todo, limitar la eficacia de la política fiscal de los gobiernos. Michal Kalecki ya en 1943 en “Political Aspects of Full Employment” exponía tres razones por las que a “los hombres de negocio” o a las élites no les gustaba, y sigue sin gustarles, la idea de utilizar la política fiscal como instrumento de política económica. Hay que seguir manteniendo comportamientos y estructuras institucionales que limiten las capacidades de gasto de los gobiernos. Esto le da a la superclase un poderoso control indirecto sobre la política del gobierno, mientras permiten dar forma a los fundamentos de cierta ética capitalista basados en que te ganarás el pan con el sudor -a menos que tengas los medios privados suficientes-. Pero sobre todo permiten que el miedo siga desempeñando su papel como medida disciplinaria. Y todo por defensa del instinto de clase.