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La voracidad financiera (1)

Antonio Fuertes Esteban, miembro de Attac. Publicado originalmente en elTRIANGLE.

Cualquier avezado observador que lleve tiempo tomando el pulso cotidiano a la realidad social percibe hechos estadísticos incuestionables: La creciente concentración de la riqueza en pocas manos, las crecientes estadísticas sobre paro, pobreza y desigualdad y la creciente desprotección del llamado Estado social y democrático de derecho a su ciudadanía.

Cabe preguntarse entonces qué tiene esta realidad que ver con la democracia actual. Si el plebiscito popular mayoritario otorga el legítimo poder representativo a gobiernos electos ¿cómo el resultado del ejercicio de ese poder frecuentemente es desfavorable a las mayorías?

Se puede extraer una primera conclusión: El ejercicio político de los poderes representativos en las actuales democracias liberales no representa, o no es capaz de representar adecuadamente los intereses de las mayorías sociales, ya que la distancia entre los más y los menos viene creciendo a cada ejercicio a favor de los segundos, más o menos según el color del gobierno de turno, pero crece.

Esto no sucedía así durante los llamados 30 años gloriosos (1945-1973). Las políticas desplegadas en de las democracias desarrolladas, con un alto intervencionismo estatal, hicieron posible la construcción del Estado social y democrático de derecho en base a medidas de regulación del mercado y control de capitales, el crecimiento económico y la optimización de la demanda agregada, la estabilidad monetaria y financiera, el pleno empleo, una fiscalidad redistributiva y el desarrollo del llamado Estado de bienestar.

El cambio de signo de las políticas económicas se da en los años 70 y 80. Comenzó en el centro del sistema, EE.UU, cuando se dan varios factores: Una caída de la tasa de ganancia,  Una doble crisis presupuestaria y comercial y una crisis del sistema monetario. La chispa final fueron las llamadas crisis del petróleo. Las políticas económicas elegidas por los adalides del sistema, para recuperar el buen ritmo de su tasa de ganancia, retroceden a las recetas del liberalismo económico: hay que acabar de nuevo con el intervencionismo del Estado sobre la economía. Con la escuela neoliberal sobrevino una progresiva desregulación, liberalización y privatización en los mercados, al mismo tiempo que el desarrollo de las tecnologías de la información, la caída del Muro de Berlín y la descomposición de los regímenes comunistas, crearon el marco propicio para el desarrollo de lo que se ha llamado Globalización neoliberal.

Por otra parte la sobredimensión otorgada a las finanzas en el conjunto de la economía, originada en su inicio por la atracción de capitales hacia la flamante industria financiera de Wall Street y que replicada a otros centros e instituciones financieras fue el origen de una Globalización real de impronta financiera, provocó una economía financiarizada, cuya naturaleza ha pervertido las bases conocidas de la propia economía. La economía real, basada en la producción, distribución y consumo de bienes y servicios, en cuyo contexto se producía valor, se ha transformado en un tipo de economía virtual, de carácter fundamentalmente especulativo, que no crea valor, sino creciente acumulación de capitales.

Hemos de reconsiderar la naturaleza del Poder: Una oligarquía financiera global.

Su victoria, la del nuevo capitalismo financiero, se ha materializado haciendo del mundo una mercancía al alcance de los grandes capitales. Todo bien, recurso o servicio se ha monetizado y este hecho hace que todo sea susceptible de titularizarse y convertirse en un activo subyacente sobre el que se construyen complejos productos financieros derivados, que se negocian en las bolsas y mercados de futuros de todo el mundo.

Su dominación consiste en controlar desde el poder bancario la creación de dinero-deuda. La deuda contraída por las familias y por los estados frecuentemente genera unas condiciones económicas y sociales de esclavismo, al priorizarse la subordinación de la política al requerimiento de los acreedores financieros.

Su prepotencia consiste en abrir las puertas del Gran casino. La banca y grandes inversores institucionales (aseguradoras, diversos tipos de grandes fondos privados, planes de pensiones, fondos soberanos, etc) realizan cada vez más sus negocios en el Gran casino financiero, creando burbujas que estallan y poniendo en grave riesgo las economías. Resultado de ello son las crisis que conocemos y que dada la forma en que se resuelven -socialización de las pérdidas y austeridad- hacen pensar que más que crisis son estafas.

Su gran pericia consiste en la capacidad para burlar las normas fiscales, de hacer presión lobista a los gobiernos en su beneficio. En prodigar el velo de la opacidad, que oculta sus delitos, sobre todos sus operativos. En “mantener” las condiciones de competencia hasta que surgen oligopolios por selección natural.

Su falta de humanidad, ética y responsabilidad está presente en todas sus actuaciones. En tratados injustos de comercio, en la expoliación de los recursos naturales de los países menos desarrollados, en la explotación de trabajadores y trabajadoras en todo el mundo. En general, en primar el beneficio cortoplacista a cualquier proyecto responsable social o ecológicamente.

En la base de todas las actuaciones de las oligarquías económicas globales está el beneficio, al mismo tiempo que su aceptación cínica de la existencia de la lucha de clases, de garantizar activamente el ejercicio de su poder sobre los más, sobre las condiciones que harían posible una auténtica democracia. Es por ello que hace más de dos décadas que un buen elenco de visiones críticas hablan de términos como Dictadura de los mercados (ATTAC), acumulación por desposesión (Harvey), capitalismo depredador, (Fontana, Vigueras), capitalismo extractivo y rentista (Roberts)…

Sin embargo, cuando es patente que la realidad se muestra tan esquiva a la democracia, los narradores mayoritarios defienden su excelencia desde los altares institucionales y en los grandes medios y tachan de extremismo cualquier ejercicio político que reivindique participación, derechos o dignidad. Paradójicamente todo ello desde la legitimidad democrática.

Quizá no sea demasiado afirmar que hemos llegado a una situación de desgobierno, a una situación en la que los poderes políticos legítimos, no están frecuentemente capacitados para representar los intereses de las mayorías que les eligieron. ¿Es ciencia ficción afirmar que nos gobiernan poderes ademocráticos a quienes nadie ha elegido? Pensemos si hoy día podríamos decir que el mundo se ha convertido en una finca global, con sus señoritos (oligarquía financiera), sus mayordomos de fincas-estado (gobiernos) y sus amas de llaves (administraciones). Pero de todo ello hablaremos en la próxima entrega…