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Lo que toca ahora

Pedro Sánchez, Nadia Calviño, Yolanda Díaz y Teresa Ribera aplauden tras la intervención de Yolanda Díaz en la moción de censura de Vox. Eduardo Parra / Europa Press

Publicado originalmente en eldiario.es

Juan Laborda.

Los últimos datos publicados sobre la marcha de la economía española corroboran y extienden las dinámicas desplegadas en la segunda mitad de 2022. Los datos de crecimiento y empleo son simplemente espectaculares. Nadie, ni siquiera aquellos que teníamos, en comparación con el consenso de mercado, previsiones razonablemente optimistas, anticipábamos una entrada en 2023 que implicara una aceleración tanto del crecimiento económico como de la generación de empleo. No es nada descabellado que en 2023 la economía española acabe creciendo alrededor de un 3%, y la tasa de paro se reduzca hasta el 12%. Todo ello, además, aderezado con la menor tasa de inflación de la Unión Europea y un saldo positivo de la capacidad de financiación, consecuencia de un crecimiento sin parangón de nuestras exportaciones. En el trasfondo, bajo la tenue luz que desprenden esas velas encendidas en toda reunión conspirativa, Núñez Feijóo y sus mariachis tirándose de los pelos. 

Mi intuición me dice que lo que más está poniendo de los nervios a la ya de por sí histriónica derecha española es que las cosas en materia económica no van como estimaban sus asesores, que están resultando ser, dicho de paso, muy, pero que muy flojitos, siendo muy suave y condescendiente en la apreciación. Las plagas bíblicas predichas por los economistas conservadores patrios, alrededor de determinadas medidas de políticas económicas implementadas por el actual gobierno de coalición de España, no solo no es que no se hayan cumplido, sino que el resultado final ha sido diametralmente el opuesto a los agoreros pronósticos que todos estos tahúres esparcían usando sus bolas de cristal y sus cartas de tarot.

Las subidas del salario mínimo en España y la reforma del mercado laboral no solo no han generado un paro masivo, sino que han ido acompañadas de la mayor generación de empleo de nuestra historia reciente, de una reducción de la desigualdad, o de un impulso positivo al consumo privado. El poner un tope al precio del gas, del cual se reían tertulianos que no tienen ni idea de dónde se fijan los precios de las materias primas, ha reducido drásticamente nuestra inflación. Y por mucho que Ferrovial traslade su sede social allende nuestras fronteras —el volumen de deuda aprieta—, eso no nos debe hacer olvidar que en estos momentos está entrando capital foráneo a espuertas para posicionarse en las diferentes cadenas de nuestro sector productivo.

La financiarización, el Leviatán de los tiempos modernos

Pero es exactamente bajo este escenario, indudablemente mejor de lo esperado, cuando un gobierno progresista debe centrarse en lo que verdad importa, la inequívoca apuesta por mejorar las condiciones de vida de todos sus conciudadanos, muy especialmente, de los más desfavorecidos. Ello requiere comprender las dinámicas que en las dos últimas décadas nos han empujando a ser una sociedad tremendamente desigual, profundamente injusta, lastimosamente insolidaria y deplorablemente individualista. La aplicación o puesta en práctica del pensamiento económico dominante ha generado unos costes sociales (pobreza, desigualdad), económicos (descenso de la productividad del trabajo y del capital) y políticos (totalitarismo invertido, neofascismo) inadmisibles e inasumibles. Pero si hay algo que define a la ‘bestia’, es la ‘financiarización’ de la economía en su conjunto. Y es exactamente el andamiaje de la financiarización el que debe ser desmontado, o al menos controlado, por todo aquel gobierno que se autoproclame progresista.

El concepto de financiarización resume un amplio conjunto de cambios en la relación entre los sectores financiero y real que dan más peso que antes a los actores o motivos financieros. Abarca diferentes fenómenos interconectados, pero distintos, como la globalización de los mercados financieros; el aumento de la inversión financiera y de los ingresos procedentes de dicha inversión; la excesiva importancia del valor para los accionistas en las decisiones económicas de las empresas; la estructura cambiante del gobierno corporativo; la creciente deuda de los hogares; la mayor frecuencia de las crisis financieras y la movilidad internacional del capital…

El problema es que este proceso de financiarización se ha esparcido a ciertos derechos humanos, que en un principio deberían estar al margen y protegidos de estas dinámicas. Desde el acceso a la energía, la alimentación, o la vivienda, hasta, recientemente, el agua, pasando por las pensiones públicas, todos y cada uno de estos derechos humanos básicos han sido, están siendo, y serán sometidos, si no existe una política pública decidida que lo impida, a un intenso proceso de financiarización, con la extracción de rentas y aumento de la desigualdad y pobreza que ello conlleva. Lo último, la idea de extenderlo en un futuro no muy lejano, aprovechando la lucha contra el cambio climático, a la misma biosfera.

La financiarización: líneas de análisis e investigación

Las principales líneas de investigación actual alrededor de la financiarización se están realizando desde tres enfoques distintos, pero complementarios. En primer lugar, desde un análisis multidisciplinar –sociología, política, y economía—, se abre la caja negra del papel del Estado a la hora de regular el proceso de financiarización de una economía nacional. El objetivo es entender aquellas dinámicas legislativas que, bajo la actuación de ciertas puertas giratorias y lobistas, favorecieron la desregulación de los mercados financieros y el final de la estricta legislación bancaria surgida tras la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial.

La segunda aproximación es desde un punto de vista estrictamente económico. Se trata de analizar el papel de la financiarización sobre el poder de mercado, la acumulación de capital y la evolución de la participación de los factores capital y trabajo, así como de los beneficios puros, en las empresas no financieras. Los beneficios puros son aquellos que una empresa gana por encima de todos los costes de producción (materias primas, mano de obra y costes de capital).

Finalmente, la tercera línea de investigación es estrictamente financiera. Un ejemplo sería formalizar y detallar cual ha sido el papel de la desregulación de los mercados derivados de materias primas energéticas en el precio de la luz, cuyo mercado, el eléctrico, a su vez fue sometido a una reestructuración bajo una serie de premisas que la realidad ha acabado desmintiendo.

Los cuentos infantiles que nos relatan en la actualidad en determinados medios de comunicación, y que devienen finalmente en cuentos de terror, son abundantes. Aún sigo atónito cuando aquellos dan voz a quienes afirman, aún a fecha de hoy, que la inflación es un fenómeno monetario, especialmente cuando la expansión de los bancos centrales sirve para financiar en el mercado secundario a los Tesoros de sus países. Basta poner un contraejemplo para entender que es una teoría averiada. Japón, el país cuyo Banco Central más ha expandido y expande sus balances, próximo a la Teoría Monetaria Moderna, registra la menor inflación de la OCDE, y es el único país de la misma que la tiene bajo control. 

Frente a explicaciones que no se sustentan con los datos, planteamos dos hipótesis alternativas. Por un lado, la financiarización está detrás de los repuntes de inflación actuales. Por otro, dicha financiarización ha favorecido el crecimiento en el reparto de la tarta de los beneficios puros, extractores de rentas, mientras que disminuía fuertemente la participación de los salarios y del capital productivo. Lo dicho, todo gobierno que se sienta mínimamente progresista debe analizar estas dinámicas para comprenderlas, y, llegado el caso revertirlas, o al menos limitarlas.