Skip to content

Pandemias, libertades y democracias en el Antropoceno

Fernando Prats (Futuro Alternativo) Publicado originalmente para ctxt.

Necesitamos grandes dosis de lucidez y determinación para afrontar la excepcionalidad de la encrucijada que vivimos y entender que la tragedia pandémica puede ser considerada como un ensayo excepcional de los tiempos convulsos por venir.

Los científicos vienen insistiendo en que el nuevo tiempo, el Antropoceno, se caracteriza por la previsible concatenación de crisis globales que ya están afectando a las bases vitales, sociales, económicas y políticas vigentes en las últimas décadas. En ese marco, la covid 19 desgraciadamente no será ni el único ni el drama más grave del siglo y el binomio emergencia climática-destrucción ecológica, más allá de su incidencia sobre futuras pandemias, apunta a escenarios de desestabilización de mayor calado.

¿Estamos preparados para afrontar con la necesaria fortaleza personal y colectiva tal panorama? Si consideramos el comportamiento mayoritario de la sociedad madrileña el 4M, la respuesta es desalentadora porque ha prevalecido nuestra incapacidad para asumir responsablemente cambios en comportamientos que ya están acarreando mucho sufrimiento y miles de muertos entre nuestros vecinos y familiares. Ya no cabe decir que las crisis globales son cosa propia de unos cuantos catastrofistas sin fundamento, porque lo que estamos viviendo constituye ya una tragedia humana de enormes dimensiones.

No nos engañemos, más allá de las dramáticas situaciones socioeconómicas por las que están pasando muchas familias y colectivos, las manifestaciones de sociabilidad descontrolada, y el éxito de las llamadas a consagrar la libertad de cada uno como máximo valor para orientar nuestro comportamiento, constituyen una barbaridad triunfante que permite afirmar que la pandemia, como ensayo general ante lo que vamos a tener que afrontar en el futuro, se salda con un sabor amargo vinculado a la   debilidad de los valores solidarios en la comunidad.

Afortunadamente, la pandemia también ha permitido visualizar el comportamiento ejemplar de muchísimas personas que han optado por adecuar su vida a las circunstancias, se han comprometido con acciones de mutua ayuda en sus barrios y han sostenido con riesgo para su salud los sistemas vitales de los que dependemos. Ese es el principal argumento de nuestra esperanza. 

Sobre la libertad y la democracia en tiempos de emergencia existencial

Decía Santiago Alba Rico en un artículo reciente que “se trata de escoger –inesperada y terrible disyuntiva– entre democracia y libertad”. Y tiene bastante razón, porque la crisis de civilización en la que estamos sumidos – recordemos que nuestro Parlamento ha aprobado recientemente el Estado de Emergencia Climática– anuncia transformaciones profundas que nos alcanzarán a todos y reclama confluencias que sumen la legitimidad de la democracia representativa, el protagonismo corresponsable de la sociedad y el comportamiento bien informado y convencido de las personas.

En ese marco –en el que ya nos estamos enfrentando, como especie, a gravísimos desbordamientos de los sistemas que sustentan la vida–, entender la libertad como la primacía de “yo hago lo que quiero” constituye un disparate que solo puede conducir, aunque sea inconscientemente, hacia escenarios futuros en los que ciertas opciones personales o grupales solo podrán mantenerse a costa de restringir los derechos democráticos y de vida digna de amplios sectores de la población. Hoy, en un mundo que ha de reducir drásticamente su huella de carbono en los próximos decenios, el 10% de la población genera el 50% de las emisiones climáticas, las mismas que las que corresponden al resto de los habitantes del planeta.

No generemos falsas expectativas: en un mundo finito, ya desbordado y con rumbo hacia la desestabilización global, necesitamos recuperar relaciones de cooperación y solidaridad tanto en nuestros entornos próximos como a escala planetaria y ello requiere grandes acuerdos con significativas renuncias a formas de vida que no son extensibles al conjunto de la población si no es mediante el ejercicio de la violencia generalizada.

Nuevos tiempos, nuevos valores y paradigmas

Si queremos defender la vida digna para todas las personas en un planeta habitable, no podemos renunciar a cambiar los paradigmas y valores que, centrados en la acumulación y el consumo ilimitados, moldean nuestras mentes y nos han traído hasta aquí. Greta Thumberg y mareas de jóvenes reclamaban, hasta que la pandemia lo transformó todo, cambios rápidos y profundos para evitar un desastre existencial.

Frente a los que piensan explotar irresponsablemente un “trumpismo nacional” para ampliar su base electoral y su poder, hay que recordar que los acontecimientos del Capitolio en la primera democracia liberal del mundo constituyen una advertencia de las gravísimas consecuencias que acarrea abrazar políticas populistas extremas. Incluso un político demócrata-conservador, como el presidente Biden, ha comprendido la necesidad de dar un giro radical a las políticas sociales y ecológicas para evitar el caos y la extensión del odio en EEUU.

Por nuestra parte, no podemos ignorar o excusar el profundo significado del 4M madrileño y hemos de reconocer que, además de la necesidad de implementar medidas que ofrezcan seguridad existencial a los que hoy se sienten abandonados, hay que afrontar el hecho de que asistimos a una batalla cultural de fondo, a una pugna por los relatos y las visiones de futuro que condicionarán nuestras vidas y las de las próximas generaciones.

Los demócratas hemos de asumir la necesidad de renovar las ideas y proyectos actuales. Inspirados por el espíritu de tantos héroes anónimos en la sanidad, la educación, la logística, etc., debemos reconstruir “sentidos de vida” que, sin obviar los riesgos reales de colapso civilizatorio, traten de evitar los escenarios más dramáticos y generen nuevas formas de vivir más sencillas, justas, solidarias y satisfactorias para todas las personas y más compatibles con los límites vitales de la biosfera.

Porque lo cierto es que imaginar un futuro diferente, más allá de un capitalismo depredador, se ha convertido en el principal reto de la humanidad si queremos tratar de evitar la barbarie.