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Que la nieve no tape la amenaza global facha

[vc_row][vc_column][vc_column_text]María Iglesias, publicado originalmente en Diario.es[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]

La Navidad acababa, España vivía esa fiesta de Reyes Magos que los niños hacen mágica, cuando la turba azuzada por el fascista presidente Trump, su hijo Donald Jr. y su abogado Giuliani, asaltó el Capitolio porque iba a ratificar al presidente electo Biden. Hubo violencia, cinco muertos, heridos, destrozos. Se quiso violar la democracia con barbarie. La ridícula quincena de arrestos ese 6 de enero y el desastroso dispositivo protector hacen temer connivencia de un sector de la seguridad. Queda mucho que esclarecer, cientos que detener y juzgar. Pero él parece tan loco, la insurrección fue tan esperpéntica, que se podrían camuflar las raíces del problema.

Y para colmo, nieva. Que es de servicio público informar de la gran borrasca, lógico reportar lo hermoso y dañino de la nevada. Pero absurdo que la nieve lo cubra todo. Ridículo, peor, indignante que el informativo entero de la televisión pública española se fuera el sábado 9 en copos van, copos vienen. Como si no hubiera más. Ni la mortífera tercera ola de Covid-19, ni ese penúltimo paso en el despeñadero de la democracia que fue el asalto al Senado y Cámara de Representantes de Estados Unidos.

Porque eso ha sido: un paso más en la carrera hacia el fascismo que en EEUU ha emprendido hace décadas el partido Republicano y, en nuestro continente los populares europeos. Pero el éxito de un neofascismo que era inconcebible en los 80 cuando cuajaba la democracia en España no es solo atribuible a los partidos conservadores. Y detectar bien el origen del problema es clave. No para atribuir culpas y sacar rédito electoral a corto plazo, sino porque sin diagnóstico certero no habrá vacuna.

Ojalá todo fuera que Trump es una excrecencia del sistema, un grano infectado. Pero es imposible engañarse cuando en la votación de reelección de noviembre le votaron 74 millones de estadounidenses. En nuestra historia reciente, destaca el hito de los años 50 cuando la humanidad trató de conjurar el exterminio a escala industrial inventado por los nazis creando la ONU, la declaración de Derechos Humanos y las cortes penales internacionales, y donde el capitalismo compitió con el comunismo a base de ofrecer el Estado de Bienestar con educación, sanidad, esperanza de progreso a base de esfuerzo.

Trump es el síntoma, el cáncer es el sistema

El cambio de timón llegó en los 80, cuando dirigía el mundo el matrimonio ultra-liberal de Donald Reagan y Margareth Thacher. Progresivamente primero, y al caer el muro de Berlín (1989) ya a velocidad de crucero, se proclamó “El fin de la historia”, es decir que, fracasado el sovietismo, el único destino de la humanidad es el capitalismo. Y eso fue asumido como incuestionable hasta por socialdemócratas.

Durante treinta años, hasta la crisis-estafa financiera de 2007-8, el occidente blanco se emborrachó de la idea de un progreso ilimitado mientras caían, sacrificados, letra muerta en leyes y constituciones, los principios del pacto democrático. Esos derechos a vivienda, trabajo y sueldo dignos, educación y sanidad de calidad, igualdad… El derecho a la paz pisoteado por el trío de las Azores: Bush y Aznar ultraconservadores, pero también el laborista Tony Blair.

¿Qué derechos ni derechos? Paparruchas de buenista progre. Fracasado de antemano. Porque lo único que importa de verdad en la sociedad es triunfar. Y para triunfar, lo primero es mantenerse. Es decir, que no le echen a uno de donde esté, sea una empresa privada, una universidad u hospital públicos, una tertulia, cualquier tribuna. Así que a perpetuar el Es lo que hay.

Aquel y aquella que han avisado de que la corrupción, el clientelismo, la manipulación de instituciones (judiciales, de control, de comunicación) por gobiernos y partidos, de derecha e izquierda, sembraba el descrédito en la ciudadanía, aquellos y aquellas que clamaban que el Estado debía proteger a la gente frente a la voracidad de especuladores, corporaciones y bancos, quienes han advertido de que mancillar los derechos de migrantes y refugiados engordaba a ultras, machistas, homófobos, racistas que atacarían a todos porque son fascistas… vienen siendo estigmatizados.

Y aún lo son ahora cuando Albert Rivera, Teodoro García-Egea, Pablo Casado –hasta la centrista Arrimadas lanza piedras y esconde la mano- equiparan el golpe de Estado en Washington con aquel Rodea el Congreso de 2012 (desmontemos fake news: fue dos años antes de la fundación de Podemos), una manifestación autorizada y pacífica en defensa de la democracia.

El antídoto es practicar el antifascismo

Hasta asaltantes del Capitolio dicen ahora que la violencia fue obra de infiltrados Antifas. ¡Qué perversión del lenguaje! Los antifascistas derrocaron a Hitler y Mussolini, sufrieron 43 años a Franco. Son los defensores de la democracia.

Ahora ante el atentado fascista en EEUU es tiempo de aclarar que quienes en el mundo claman por más democracia, más derechos humanos, un sistema económico al servicio de las personas, respetuoso con el medio ambiente y controlado por estados y asociaciones multilaterales redemocratizadas son la esperanza de la supervivencia humana.

O se siembran principios y se refunda el sistema o nos veremos tan azotados por la desertificación y las nevadas de la crisis climática, como por embates de fascistas llámense trumpistas, lepenistas, salvinistas, orbanistas, bolsonaristas, abascalistas… o seguidores de ese iluminado aún anónimo que arrollará a políticos de izquierda y derecha, como prueba la invasión del Capitolio, porque lo que quiere es la dictadura.

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