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Sobre la gran abducción neoliberal

Albino Prada – Comisión JUFFIGLO ATTAC España

En lugar de comprobar como la Gran Recesión resultó ser una ocasión de oro para corregir la deriva neoliberal que la había hecho posible, hemos comprobado, pasados los años, cómo los Estados se han plegado como nunca a sus designios y como nuestras sociedades se han ido adaptando a un deterioro social que progresa irremediablemente.
Por si quedaba algún ingenuo que imaginó que esto iba de un retorno al entrañable capitalismo competitivo del laissez faire, con un Estado mínimo, la realidad se ha encargado de revelarnos como los grandes grupos financieros y empresariales siguen parasitando como nunca nuestros Estados. Estados que si ya no son tan de Bienestar Social si son, como nunca, Estados neoliberales.
Los autores de “La nueva razón del mundo” (Gedisa, 2013) es obvio que no forman parte del numeroso grupo de ingenuos que soñaron la última recesión global como una nueva ocasión para el keynesianismo o para una socialdemocracia digna de sus orígenes. En su muy recomendable ensayo Christian Laval y Pierre Dardot asumen que el capitalismo de nuestros tiempos ha destruido hasta las raíces las bases para reeditar compromisos sociales de esa naturaleza.

Una razón de hierro…. que parece de terciopelo

Según ellos el discurso neoliberal (discurso de hierro en palabras de terciopelo, nos dicen) hay que definirlo como el despliegue total de la lógica del mercado y de la competencia, una razón generalizada que se aplica tanto al Estado como a lo más íntimo de la subjetividad. Es quizás esto último lo más inquietante de su análisis, pues, como ellos dicen, es más fácil evadirse de una prisión que liberarse de una racionalidad. Sobre todo de esta nueva razón (neoliberal) del mundo. Muy difícil va a ser dejar de ser el hombre neoliberal y competitivo en el que, en mayor o menor medida, todos nos hemos ido convirtiendo.
De manera que si el objetivo neoliberal (en esta fase de mundialización y financiarización del capitalismo) es, por un lado, crear situaciones de mercado por doquier y, por otro, formar individuos adaptados a las lógicas del mercado y la competencia, conviene que dividamos este resumen del citado ensayo sobre la creación de la sociedad de mercado en dos partes.
Una para resumir como se sirven del Estado (y no necesariamente mínimo) para crear y regular mercado o competencia y, otra, para ver como dan forma a novedosas relaciones sociales o personales basadas en la competencia y en la rivalidad. En ambos casos se nos presenta como una racionalidad envolvente de terciopelo, es decir, evidente, neutra, técnica, no ideológica, … que no ha de debatirse porque es de esas cosas que caen por su propio peso, la razón misma de todas las cosas. Siempre es moderna, eficaz, funciona.
Esta doble abducción –del ciudadano y del Estado- muta para ambos el calificativo social a competitivo, y a ella se ha aplicado también -hasta su práctica autodestrucción- una socialdemocracia transmutada en cierto liberalismo de izquierdas (cuyo manual de instrucciones para Europa fue en su día el manifiesto “La tercera vía y el nuevo centro” de T. Blair y G. Schröeder de 1999, manifiesto que ya seguía la senda iniciada en 1993 por B. Clinton y A. Gore en EE.UU.).

Fabricando el sujeto neoliberal

Empecemos por la segunda parte. Por aquello de formar individuos adaptados a la lógica del mercado o, dicho de otra forma, cómo la norma de la competencia modifica la relación que los individuos mantienen con ellos mismos. Lo que nuestros autores llaman -en el último capítulo de su ensayo- la fábrica del sujeto neoliberal, el sujeto neoliberal en formación.
Aquí se trata de que todos los dominios de la vida personal (físicos, estéticos, ocio, relacionales, de comportamiento, etc. más allá del trabajo o de la empresa) estén impregnados del desiderátum del éxito, la elección permanente, la rivalidad, la competencia. Así es como se define con quién se casa uno o cuando ha de divorciarse, también las relaciones de amistad que son adecuadas o inadecuadas, sin duda las formas en que uno emplea su ocio (de fin de semana o de vacaciones), los deportes en que ejercita su competitividad y con los que modela su cuerpo saludable.
Por eso tanto el sujeto neoliberal como su empresa se identificarán con los campeones deportivos a quienes esponsoriza y cuya imagen emplean en su publicidad o en sus atuendos. El deporte y la competición determinan su modelo de relación social. Y es así que los contenidos deportivos de los mass-media se convierten en los best-sellers de nuestras conversaciones. También la tele realidad es por eso exitosa en sus ofertas de robinsonadas competitivas (desde Gran Hermano a Master Chef pasando por Supervivientes). Todo ayuda.
Para ello cada uno debe funcionar como una pequeña empresa, y venderse como tal, dentro de la empresa y dentro de su entorno social. Ya no se es un trabajador, menos un proletario, ahora forma parte de la amplia y difusa clase media de los consumidores (compulsivos de estatus y marcas), de los propietarios (según de que coche y de qué primera o segunda vivienda en que áreas de la ciudad), de los ahorradores (planes privados de pensiones, cartera de acciones, fondos de inversión), … en todas y cada una de esas apuestas del productor independiente de sí mismo, el sujeto neoliberal compite y rivaliza con el resto para alcanzar la excelencia, el éxito. También cuando elige una inversión en educación que ahora es capital humano (para él y sus descendientes).
Es obvio que con una tal gimnasia competitiva la vieja solidaridad de los trabajadores se aleja de su horizonte mental. Ahora el referente es el deportista que lucha y vence, un combate de boxeo perpetuo y despiadado. Cuando consume considera que está definiendo a los ganadores del mercado (ya sea al elegir una escuela o un hospital, un viaje en avión o un plan de seguros) porque está vigilando y evaluando; es un cliente activo y calculador, siempre al acecho de las mejores oportunidades del mercado.
Si está desempleado lo vivirá como un fracaso personal y, por ello, será dócil para aceptar los trabajos que se le propongan (incluso si son servicios sexuales para sus hijos). Preferirá recibir ayudas que mejoren su empleabilidad (en forma de bolsas y contratos de formación) que subsidios que protejan du dignidad como persona.
Cuando está ocupado asume con entusiasmo la individualización de los rendimientos, las gratificaciones y los salarios; sistemas que han llevado a que competir sea lo habitual entre los asalariados dentro una empresa. Por no hablar de la competencia que se multiplica con los de fuera: subcontratados, falsos autónomos, empleados temporales, por proyectos, por misiones. Es cada vez más complicado para estos sujetos el abrir espacios a formas colectivas de la solidaridad.
El individuo ha de trabajar para la empresa como si lo hiciera para sí mismo: maximizar, asumir riesgos, hacerse responsable. Debe velar constantemente por ser lo más eficaz posible, mostrarse como completamente entregado a su trabajo, perfeccionarse mediante un aprendizaje continuo, aceptar la mayor flexibilidad requerida por los cambios incesantes que imponen los mercados, entregarse, trascenderse, motivarse … bajo la amenaza de penalización en su empleo, en su remuneración y en el desarrollo de su carrera. No es extraño que tanta presión conviva con un dopaje generalizado, con adiciones diversas, con dependencias … siendo el propio consumismo una forma de medicación social.
Si el sujeto neoliberal fracasase en tal competencia dentro de su empresa, la erosión de sus derechos, la inseguridad en el empleo, el desempleo como fracaso, las prestaciones a los parados como estigma a suprimir, … multiplicarán un miedo social que retroalimentará la presión sobre los que sigan compitiendo. Para esos -y para los exitosos- la depresión, el acoso y el stress masivos levantarán un acta silenciosa de la brutalidad de la competición. Que serán situaciones vividas como fracaso personal, vergüenza y desvalorización.
Todos y cada uno contribuyen con su propio comportamiento a que las condiciones laborales se vuelvan cada vez más duras. Ellos mismos las habrán producido y las reforzarán con su competición. Todo hay que conquistarlo y defenderlo constantemente, y de esta manera todos los dominios de la vida individual se convierten potencialmente en recursos para la empresa, en asuntos en los que hay que competir.
Para colmo ya no puede haber una verdadera protesta porque todo ha sido autoimpuesto. Si acaso resta el odio contra los pobres, los perezosos, los improductivos, los inmigrantes.  Lo dicho: un discurso de hierro en palabras de terciopelo, un discurso del que es más difícil salir que evadirse de una cárcel.

Abduciendo al Estado

Pero una tal razón del mundo no sólo conforma a su imagen y semejanza –como acabamos de ver- a sujetos (que antes eran ciudadanos) sino que también impone al Estado el trabajar activamente para construirse. Estado mínimo para unas cosas, pero inconmensurable y vampirizado para otras. El Estado neoliberal no será solo guardián o constructor del mercado y la competitividad, sino que acabará sometido en su propia acción a la horma de la competencia. El círculo se cierra.
Porque la competencia solo puede organizarse mediante la injerencia del Estado, ya que -aunque nunca se reconozca- la competencia mata a la competencia, el mercado mata al mercado.
Tan importante es el Estado para la razón neoliberal que nunca lo deja al alcance de una mayoría popular cualquiera, siempre debe ser pilotado por una élite que se considere competente. Para ello debe limitarse el poder del pueblo y protegerse al gobierno ejecutivo de eventuales interferencias caprichosas de una mayoría de la población. Si acaso que nombren quién les dirigirá, pero que no digan lo que hay que hacer en cada momento. El orden neoliberal siempre preferirá, ante lo que denomina riesgo de tiranía democrática de la mayoría (un Allende), una tiranía autoritaria liberal (un Pinochet amigo de Tatcher). El sujeto neoliberal puede ser libre en un sistema dictatorial, pero no se sentirá libre en un sistema democrático derivado de la soberanía del pueblo. Es así como el neoliberalismo no deja de la democracia liberal más que una envoltura vacía.
Se trata de impulsar una política intervencionista y activa nítidamente liberal que evite los efectos negativos de la pueril creencia en el laissez-faire. Frente a un trasnochado naturalismo liberal, ahora estamos en un liberalismo activo que nunca ignora el carácter construido del funcionamiento del mercado. La novedad de este neoliberalismo es pensar el orden del mercado como un orden construido. Es aquí donde se hace imprescindible el dirigismo del Estado liberal: para asegurar la victoria de los más aptos en la competición del mercado. Ya que la competencia solo puede establecerse bajo la injerencia del Estado.
Como bien se ve la dicotomía intervención/no intervención ha quedado superada: se trata de definir de qué naturaleza tiene que ser la intervención. Es así que no se trata, en absoluto, de garantizar una “justa” distribución de la renta sino aquella que determinen los mercados y la competencia. Así de simple. En lugar de centrar el papel del Estado en una distribución equitativa, ahora lo centraremos en su contribución a la competencia mundial.
Por eso cuando se trata de justificar reducciones del gasto público y de los programas sociales se hará en nombre del respeto de los equilibrios y de la limitación de la deuda del Estado. O bien que es la competencia entre naciones la que obliga a una armonización (sobra decir que a la baja) de los servicios públicos y de la seguridad social.
Ese respeto se anclará en indicadores (de inflación, de déficit) que definen esos mercados, indicadores que encerrarán a los actores de la economía en un sistema de limitaciones que los obliguen a comportarse como exige el modelo: disminuir la presión fiscal y no aumentar las cotizaciones sociales. Mercados (acreedores del país e inversores exteriores) que por medio de organismos de peritaje, cotización y calificación es así como controlan a los dirigentes de los Estados. Y que así trasfieren rentas hacia las clases más adineradas.
Se trata, como bien se ve, de un relato de pura técnica, nada de ideología, cosas que caen por su propio peso, la razón misma del mercado. Aunque en realidad se trate de un juego de máscaras que responsabiliza siempre a otros del desmantelamiento del Estado social.
Sin duda las masivas privatizaciones de empresas públicas irán poniendo fin a un Estado productor. Siempre que la iniciativa privada pueda asumirlas. Cuando no es así (por ejemplo en la innovación de base y en sectores de alto riesgo) de lo que se trata es de apropiarse del Estado emprendedor y de no producir retornos fiscales que remuneren lo apropiado (como muy bien documenta Mariana Mazzucato en su “El Estado emprendedor”, RBA, 2014).
En el resto de las funciones que aún gestione el Estado (educación, sanidad, justicia, seguridad, defensa, etc.) se trata de que las reglas de funcionamiento deriven en crear mercados competitivos dentro del sector público, en ejercer la gestión pública de acuerdo con la racionalidad de la empresa.
Maximizar resultados para los clientes, rendimientos, costes. Por eso los instrumentos son la competencia, la externalización, la auditoria, la regulación por agencias especializadas, la individualización de las remuneraciones, la flexibilidad del personal, la descentralización, los indicadores de rendimiento. Poco importa que esas eficiencias erosionen la equidad del servicio. Poco importa que la libre elección promueva la desigualdad.
La guía es el cumplimiento de objetivos, no el respeto de reglas y regulaciones. Los usuarios han dejado de ser ciudadanos para convertirse en consumidores. Los valores colectivos, el derecho público, el sentido del deber, las formas reglamentarias y de interés general que animaban a un cierto número de agentes públicos -y daban sentido a su compromiso- son deliberadamente ignorados. Hospitales, escuelas, universidades, tribunales y comisarías son todos ellos considerados empresas que responden a los mismos útiles y a las mismas categorías: la lógica cuantitativa de los rendimientos.
Gestión basada en la interpretación puramente cifrada de los resultados que deja fuera dimensiones no cuantificables. Lo que tiende a modelar la propia actividad y a producir transformaciones subjetivas de los “evaluados”. Es así como se reduce la autonomía adquirida por cierto número de grupos profesionales como médicos, jueces o docentes, que pasan a ser considerados dispendiosos, laxistas o poco productivos. Se produce así una corrosiva pérdida de significación de los servicios públicos a causa de la fetichización de la cifra, “fabricación de resultados” que está muy lejos de ser la traducción de mejoras reales.
Sobra decir que en una tal abducción del Estado social en Estado neoliberal no se atisba ningún gobierno mundial cuya vocación sea mantener a las sociedades nacionales locales a salvo de la competencia entre los oligopolios mundiales, o de un gobierno europeo que proteja a las poblaciones del dumping social y fiscal de los Estados de la UE.

Nueva razón y …¿otra razón?

Revisadas las dos exitosas abducciones que la nueva razón neoliberal del mundo ha realizado -sobre las personas y sobre los Estados- conviene finalizar este resumen recapitulando sus rasgos comunes. Para poder así contraponerlos a los que podrían caracterizar una razón alternativa.
En una tabla presentamos los rasgos de la racionalidad del mercado y la competencia frente a los de la cohesión social y de lo común. Como el lector observará, todos y cada uno de los rasgos de la nueva razón neoliberal del mundo han entrado como argumentos de las dos abducciones revisadas en este texto.

NEOLIBERAL

SOCIAL

competencia, lucha

solidaridad, reciprocidad

individuos, cálculo individual

comunidad, bien común, valores colectivos

selección, rivalidad, eliminación

empatía, cooperación, protección

equilibrios naturales

pactos sociales

élites gobernantes

soberanía popular

soberanía del consumidor

ciudadano, comunidad de productores

emprendedor, riesgo, anticipación

colaborador, precaución

maximizador

austeridad, generosidad

privatizador, menor coste

gestión colectiva, equidad, interés general

conquista, escala global

autonomía regional y local

racismo, odio

fraternidad

trabajo sin medida, desempleo

trabajo social mínimo

criterio cuantificador

no exclusión de lo cualitativo y de valores morales

inseguridad y miedo como clima

estabilidad y confianza

asalariado-empresa

asalariado-trabajador

desigualdad merecida

compensación mala fortuna, redistribución

liberalizar

reglamentar, proteger

dominio del capital sobre el trabajo

compromiso social del capital

seguridad privada

cobertura socializada

autonomía y refuerzo del ejecutivo

subordinación al legislativo

más PIB, más rápido, colapsos

estacionario, sostenibilidad

En el plano político todos ellos convergen hacia una dilución del derecho público en favor del derecho privado, en la conformación de la acción pública según los criterios de la rentabilidad y la productividad, en la devaluación de la ley como acto propio del poder legislativo, en el refuerzo del poder ejecutivo, en la desvalorización de los procedimientos, en la promoción del ciudadano-consumidor o en la desnaturalización de los bienes públicos (singularmente en lo relativo a sus principios de distribución).
Es así que la concepción del ciudadano como sujeto que tiene unos derechos asociados a tal condición (y un acceso a cierto número de bienes y servicios) se irá, poco a poco, borrando. Porque al sujeto neoliberal la sociedad no le debe nada, y él actuará en consecuencia. Viviríamos en una completa sociedad de mercado en la que con dinero se pueden comprar todas las cosas, donde la moneda ha conseguido subordinar todas las actividades sociales (M.J. Sandel en “Lo que el dinero no puede comprar”, Debate, 2013, razona muy bien porque deberíamos evitarlo a toda costa).
A una tal subjetividad y mundo neoliberal, que hemos repasado en la primera parte de este resumen, no cabe sino enfrentarle las contra-conductas que también aparecen en el recuadro (anotadas del fértil ensayo de Ch. Laval y P. Dardot).
Todas ellas son formas de resistencia a esta racionalidad neoliberal, formas que sugieren pistas sobre como constituir un sujeto que se libere de dicha racionalidad. Tienen en común la negativa a conducirse para con uno mismo como empresa, la negativa a conducirse para con los otros de acuerdo a la ley de la competencia, la negativa a enrolarse en la carrera del rendimiento. Pasar a establecer con los demás relaciones de cooperación, de puesta en común, compartir. Negativas nada fáciles de asumir colectivamente pero que son la única manera de evitarnos nuevos y más dramáticos colapsos sociales o ambientales.

Profesor de Economía de la Universidad de Vigo