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¿Deben los robots y la Inteligencia Artificial cotizar a la Seguridad Social? (I)

Rodrigo del Olmo – El Periscopi

Las diversas modalidades adoptadas por los Estados de Bienestar, en términos generales, hacen especial énfasis en programas que proveen a los ciudadanos de unos mínimos estándares de vida y promueven la redistribución de las rentas para, entre otras cosas, reducir las brechas de desigualdad y atenuar los efectos adversos de la estratificación social.  Pueden incluir ayudas temporales a familias necesitadas; prestaciones por desempleo, y otras transferencias, directas o indirectas, de renta como sistemas sanitarios y educativos, de provisión pública y universal; beneficios privados percibidos por los trabajadores; beneficencia impartida por organizaciones sin ánimo de lucro, o subsidios gubernamentales. En otros casos, adoptan la forma de sistemas de salud en los que el trabajador paga una parte del coste de su atención sanitaria mientras que el resto es cubierto por su empleador. En cualquier caso, el mantenimiento del aparato del Estado de Bienestar está fuertemente vinculado al éxito de las políticas de pleno empleo. Cuantas más personas estén trabajando y cotizando con una base cuanto más elevada mejor, más recursos podrán dedicarse a su sostenimiento.

Así, como resume McMaster, el Estado de Bienestar de tipo Keynesiano, surgió tras la Segunda Guerra Mundial como soporte del sistema de producción fordista y su ampliación y reproducción, permitiendo la expansión del consumo de masas a través de la gestión keynesiana de la demanda. Pudo conseguirse, principalmente, gracias a la extensión del derecho a la educación, la sanidad y a las coberturas de los sistemas de seguridad social, como los iniciados en el Reino Unido bajo los auspicios de las reformas promovidas por Beveridge. En contradicción con la tendencia general del análisis económico, el modelo keynesiano no es contemplado como un sustituto del mercado sino como un elemento fundamental que opera dentro del sistema capitalista (McMaster 2008). Su viabilidad depende de la estabilidad del peso en la renta del factor trabajo como componente fundamental, con amplias implicaciones en el tejido productivo, la desigualdad y la dinámica macroeconómica general. Sin embargo, desde principios de 1980, su peso global no ha hecho sino disminuir en la mayoría de países y sectores. Su declive puede ser explicado por la bajada relativa del precio de los bienes de inversión. La mejora en la eficiencia en los sectores productivos intensivos en capital, atribuibles a los distintos avances en las tecnologías de la información y la computación, inducen a las empresas a cambiar trabajo por capital provocando la disminución de la importancia del primero, en beneficio del segundo, como componente de la renta. Podemos simplificar la actividad productiva a través de un modelo en el que solo se consideran dos tipos de bienes finales: bienes de consumo y bienes de inversión. Las diferencias tecnológicas en la producción de los bienes causan cambios en el precio de los bienes de inversión en relación a los bienes de consumo y afecta al precio al que los hogares alquilan capital a las empresas y venden a ellas sus horas de trabajo. El precio relativo más bajo de los bienes de inversión explica, aproximadamente, la mitad de la disminución observada en la participación del trabajo en la renta agregada, incluso teniendo en cuenta otros mecanismos que influyen en la participación de estos factores tales como el incremento de los beneficios o el cambio en las habilidades y capacidades de la fuerza de trabajo (Karabarbounis and Brent 2013).

En relación a la disminución del peso del factor trabajo como componente de la renta, Wierzbicki, define un nuevo estrato, subclase o, incluso, clase social llamada precariado. Esta ha surgido debido a la concatenación de varios factores. El primero de ellos ha sido el lema neoliberal del mercado de trabajo elástico, que, realmente, ha venido a significar severas limitaciones en el papel de los sindicatos junto con cambios en las legislaciones laborales favorables a los propietarios del capital, de forma que pueden elegir, de forma asimétrica y arbitraria, las condiciones laborales con las que contratan. El segundo factor ha sido la posibilidad de minimizar los costes del trabajo con las herramientas proporcionadas por la revolución informática: ordenadores, robots, sistemas expertos, IA, etc. El tercer factor que ha favorecido el crecimiento del precariado ha sido la globalización, que ha significado la transferencia a gran escala de la producción industrial desde los países más ricos a los más pobres con unos costes laborales más bajos. Finalmente, el cuarto factor característico del precariado es la tendencia universal a la mejora de la educación, ya que el término precariado, denota personas bien formadas y preparadas para trabajar y desempeñar diversos roles sociales, pero que no pueden encontrar un empleo duradero debido a un mercado de trabajo despiadado a la hora de minimizar sus costes a corto plazo y con fuerte tendencia hacia los empleos hiperflexibles, inestables y precarios (Wierzbicki, 2016).

Continuará