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Del pueblo a la Megalópolis: por una crítica al gigantismo (Parte 1)

Ilaria Agostini *
Les possibles num 20, Consejo Científico de ATTAC Francia

El medio ambiente de la vida humana y no humana, objeto privilegiado de la planificación urbana, está en el centro de las preocupaciones ecológicas. Entre los años setenta y ochenta, los ecologistas identificaron los principios teóricos que podrían haber guiado la gestión de las ciudades y los territorios, y que podrían haberse puesto en práctica en experimentos micro-territoriales, las semillas de otros mundos posibles.
Pero una ideología dominante corona a Megalópolis como la única forma posible de convivencia. Políticamente encarnada en la “ciudad-estado”, un neo-ecosistema artificial que centraliza el poder económico-político de macrorregiones desiertas, Megalópolis sumerge al planeta en el abismo del ecocidio.

Resumen Ejecutivo

1. El entorno vital: cuidado, relaciones, producción y reproducción
2. Microterritorialidad y medios de vida alternativos
3. Los arquetipos: el pueblo, la bioregión, el municipalismo libertario
4. El giro neocapitalista
5. La traición

La presente reflexión, basada en la “mutación genética” de las disciplinas encargadas de la ordenación del territorio, parte de la propuesta ecológica polifacética y, contando la historia de la traición llevada a cabo (con algunas excepciones notables) por los urbanistas, conduce a la ideología actual basada en el giganticismo urbano.

1. El entorno vital: cuidado, relaciones, producción y reproducción

Desde una perspectiva ecológica, el mantenimiento del hábitat asegura un equilibrio estable entre las acciones humanas y la vida extrahumana en áreas micro (o biorregionales). A cambio, el equilibrio es una garantía de la transmisión de un buen territorio/ciudad, intacto o incluso mejorado, a las generaciones futuras. La construcción de relaciones fructíferas entre el individuo, la sociedad (humana y no humana) y su entorno común conduce a una relación virtuosa entre la reproducción de la vida y la producción de los materiales necesarios para la vida.

Desde este punto de vista, que contrasta el paradigma generación-reproducción con el dogma de la productividad y el crecimiento infinito, la revisión de la lógica propietaria es esencial. La crítica a la noción de propiedad se responde en el arcaico sistema de bienes públicos gestionados con fines cívicos, en el que la propiedad y el uso están estrechamente vinculados. Y donde el valor de uso adicional de un bien es inherente a las cualidades de inoportunidad, indivisibilidad e inalienabilidad del bien común.

Como se ha reconocido en muchos círculos, el mérito del pensamiento ecológico es que ha superado la antinomia cultura-naturaleza por la conciencia de que el ser humano es parte de la naturaleza, y que, escribe Vandana Shiva, no hay separación entre mente y cuerpo.

La crítica del progreso, fundamento del ecologismo, parte de matrices teóricas de todo tipo. Los maestros son “incómodos”: Ivan Illich, Jacques Ellul, Lewis Mumford, Gandhi, Gregory Bateson. André Gorz, por su parte, intentó sintetizar las posiciones marxistas y ecológicas.

Las corrientes ecológicas críticas se inspiran en la reformulación antagónica y antitética del paradigma reduccionista y mecanicista para el cual, si el mundo se compone de partes que funcionan como máquinas, el mundo entero sería como una máquina. Un posicionamiento crítico que parte radicalmente del pensamiento extrapolador y lineal que separa la naturaleza y la cultura (tema que hoy está en el centro de la ecología política), pero que, al socavar las formas actuales de gestión y transformación de lo existente, es capaz de reformular las prácticas de la vida y de la vida.

El nuevo paradigma ecológico conduce inevitablemente a un replanteamiento del modelo de vivienda urbana. Energizante y dessocializante, Megalópolis es, para los ecologistas, un “parásito ecológico”, un “factor ecológicamente patógeno que esparce sus residuos por todas partes”, como escribe Kirkpatrick Sale[1].

Por otro lado, la reformulación industrial de la vivienda implica inexorablemente, como denuncia Gorz, la “cultura de la vida cotidiana”[2].

2. Microterritorialidad y medios de vida alternativos

En los años setenta y ochenta, multitud de experiencias pusieron en práctica el ejercicio del “derecho al campo”. Como el derecho a la ciudad, es un derecho “que, según Henri Lefebvre, no se pide ni se reclama”[3], sino que debe imponerse gracias a un equilibrio de poder: en este conflicto, el capital y sus tropas de servidores voluntarios -desplegados como un solo hombre- se oponen, por un lado, y, por otro, una coalición multiforme rica en contradicciones.

Los colectivos experimentan con alternativas de existencia, experiencias micro-territoriales que aún hoy representan visiones utópicas relevantes[4].
Se trata de prácticas contrarias a la explotación desenfrenada de los recursos naturales, al crecimiento continuo y a la hiperproducción.

En particular, los contraproyectos se oponen a la hipertrofia de la construcción y de la agroindustria, a los “espacios de la muerte”[5]: espacios sin vitalidad, y por lo tanto sin futuro, insertos en la cadena consumo-residuos-rechazo-destrucción de los recursos territoriales.

Por lo tanto, según los ambientalistas, las ciudades deben refugiarse en las reservas[6]. Sólo así podrá la ciudad volver a ser una ciudad y el nuevo campo volver a ser un todo significativo. En el campo, donde se practica la reapropiación social de los espacios abandonados, estas ecologías de la existencia, estos “movimientos que inventan prácticas comunes en una política de vida cotidiana”[7], tienen sin embargo relaciones fecundas, comunicativas y convergentes con los habitantes de las ciudades. El objetivo es revertir y anular la relación de dominación capitalista y cultural de la ciudad sobre su territorio rural, e incluso producir, actuando sobre las relaciones sociales urbanas y suburbanas, una alianza ciudad-país.

Cada experiencia rural reivindicada socialmente produce un microhábitat, un microambiente de vida, ambientes diferentes entre sí y su matriz. El espacio rural reconquistado se convierte en un lugar de vida diferenciado, restado de esta “homología de todos los espacios” que Lefebvre denunció como la más efectiva de las ideologías reductoras. Hacer que los espacios sean reproducibles, los ambientes habitables idénticos y los territorios intercambiables es una herramienta “utilizada para reproducir las relaciones sociales existentes”[8].

3. Los arquetipos: el pueblo, la bioregión, el municipalismo libertario

Los patrones de asentamiento a los que se refieren los ecologistas se pueden resumir en el “pueblo”: autónomo, pero federado con una multitud de pueblos en territorios biorregionales marcados por el policentrismo urbano.

La autonomía de las aldeas ha sido teorizada y parcialmente puesta en práctica en lesashramspar Gandhi, lo que, en la India bajo el dominio inglés, le dio un significado político anticolonialista. El modelo de aldea autónoma, pero interdependiente de la red de otras aldeas, se basa en la autonomía y la autoorganización (swaraj); la autonomía, o el arte de darse a sí mismo las propias reglas según la sabiduría popular (swadeshi); y el uso previsor de los recursos, o la autosuficiencia, que debe perseguirse en el contexto de la no violencia (sathyagrah)[9]. Durante el siglo XX, el concepto fue aplicado por los urbanistas “orgánicos” en unidades de barrio o comunidades, que Adriano Olivetti había imaginado que tenían un valor político. En las ciudades, entre los años sesenta y setenta, el modelo policéntrico y micropolítico fue percibido y transpuesto, desde el punto de vista administrativo, a los consejos de barrio.

Desde los estudios de Patrick Geddes, la biorregión -o región de la vida- ha sido considerada la escala ideal para la autodeterminación de las poblaciones sedentarias, para el ejercicio de formas de autogobierno. Según el poeta biorregionalista Gary Snyder, vivir en la biorregión significa vivir en la tierra con la sabiduría de los “nativos”. Significa tomar conciencia de los límites de los recursos vitales, asumir la responsabilidad directa de su gestión y abordar la cuestión de la autonomía energética y agroalimentaria. Por último, se trata de producir directamente el propio entorno vital y de poner en el centro de las políticas territoriales la calidad de vida de los seres humanos y de los no humanos, de los que ya son humanos y de los que lo serán[10].

Desde un punto de vista puramente político, los ecologistas han mirado con interés el municipalismo libertario. La ecología social se ha centrado en modelos de democracia directa, solidaridad y la capacidad de construir redes federadoras, inspiradas en las teorías políticas de Murray Bookchin pero arraigadas en los pensamientos de Proudhon, Kropotkin y Bakunin.

Bookchin concibe “una sociedad a escala humana, descentralizada, compuesta por comunidades políticamente autónomas agrupadas en federaciones”. La fórmula del municipalismo libertario está estrechamente ligada al autogobierno, basado en la propiedad colectiva de la tierra y los medios de producción. “Este principio de descentralización, continúa, tiene por objeto lograr una gestión local a escala humana de los asuntos públicos, mediante el establecimiento de la propiedad municipal de los medios de producción. Se trata de desarrollar un espacio en el que cada uno pueda decidir con los demás, encontrar su lugar y expresar plenamente sus potencialidades y deseos. » [11]

4. El giro neocapitalista

En cambio, sabemos cómo fue[12]. En los años en que los ecologistas se centraban en sus supuestos, el modelo de asentamiento “total suburbano”, tal como lo definía Charbonneau[13], se extendía en el sentido de un despilfarro de territorio; la lógica del consumo distorsionaba las formas de pensar y de vivir. Al final del milenio, el propio Iván Illich se sorprendió de la rapidez con que la realidad se había adaptado a sus peores profecías, y de cómo el mundo se alineaba con la “peor predicción de la subordinación de la humanidad a una locura de instituciones totalizadoras y deshumanizadoras”[14].

En las últimas tres décadas, el modelo de centro-periferia se ha consolidado y cubierto todo el planeta, ignorando el valor ecológico y democrático del policentrismo biorregional, del que ya hemos hablado. La aspiración al gigantismo, la aceleración hacia una dimensión global, acentúa el dualismo insostenible entre la megalópolis y los territorios sin sentido, saqueados y desiertos. La “hiper y mega” sociedad[15] ha impuesto ideológicamente su propia forma específica, totalitaria y sin precedentes de asentamiento: Megalópolis, aglomeraciones de decenas de millones de habitantes, que ya hoy cubren el 3% de la superficie del planeta.

5. La traición

Comencemos la historia de la parábola metropolitana, desde los laudatores urbis disiectae, los cantantes de la “ciudad difusa”, dusprawl. En el imaginario disciplinario peninsular, a partir de la segunda mitad de los años ochenta, la hipertrofia urbana se convirtió en el destino inevitable del territorio italiano. Fue en ese momento cuando la negativa a aceptar las normas se convirtió en propaganda política. El eslogan es “enredado en lagos y entrelazado” en el reglamento.

Así, las políticas urbanas son más fáciles de construir por parte de los promotores inmobiliarios, que actúan como agentes de tasación de alquileres. Estamos asistiendo a la innegable afirmación de los intereses privados en el urbanismo. En la práctica administrativa, la negociación público-privada está perfilada: el “plan lúcido derogatorio”[16] prevé la negociación de m3 -que se construirá de manera excepcional, sin reglas de planificación- entre la comunidad local y el sector privado, estructuralmente más potente que los municipios con los que se discute. Esto es “planificación por acción”: planificación vacía, estándar y plan ineficaz, falta de proyecto físico y social para la ciudad.

En el cambio de milenio, en medio de una burbuja inmobiliaria, las empresas constructoras están construyendo para poder seguir construyendo: el edificio, aunque vacío e invendible, es el capital fijo con el que se garantizan los nuevos préstamos bancarios. Por lo tanto, la construcción se financia. El efecto del anuncio prevalece sobre la planificación del uso de la tierra. La compra y venta de deudas, es decir, hipotecas para la compra de una vivienda, y el colapso resultante de la crisis de las hipotecas de alto riesgo, significan que millones de familias siguen pagando más por la casa que poseen. Mientras tanto, la ciudad está creciendo y la tasa anual de consumo de tierra se está disparando.

Las ciudades del período neoliberal de los últimos treinta años[17], ya marcadas por desinversiones y deslocalizaciones industriales, están saqueando activos inmobiliarios públicos: el Deutsche Bank[18] recomienda encarecidamente la venta obligatoria de edificios para uso colectivo a los organismos públicos italianos, en particular a los municipios. Lo que hacen disfrazándose de agentes de bienes raíces.

En esta tormenta, la emergencia ecológica es destruida. O peor aún, distorsionado y desfigurado. La ecología se integra en las políticas territoriales en una versión reducida y mecánica, en el marco del capitalismo clásico y su versión modernizada y financiada[19]. La referencia a hipótesis ecológicas se traduce, por tanto, en “remedios, ajustes y descontaminaciones cada vez más sofisticados y artificiales[que] buscan corregir condiciones de vida cada vez más injustas, degradadas, violentas y sin sentido”[20].
Pero eso no es todo. La restricción ambiental ya no se ve como un límite al desarrollo, sino como una nueva oportunidad de mercado y un nuevo beneficio[21]; la economía verde se convierte en la base de un nuevo ciclo de acumulación, una nueva imaginación y una nueva retórica.

La ideología del gigantismo metropolitano – teñida de verde – obedece por lo tanto a una lógica instrumental de perpetuar el paradigma hipertrófico y la narrativa desarrollista. El crecimiento exponencial de la megalópolis -nuevos y cada vez más altos edificios, nuevas y cada vez más rápidas infraestructuras de transporte, nuevas y cada vez más privatizadas formas de gobernanza- está asegurado por el flujo irresistible de personas en las grandes zonas urbanas, con connotaciones que ya no son realmente “urbanas”. E incluso la solución del problema ecológico está ligada a la potencia creadora, a su vez proporcional a la potencia técnica de la metrópoli. Para asegurar un buen lugar en la competencia global, la megápolis concentra riqueza y energía, polariza megafunciones, infraestructuras y servicios (privatizados).

Es un imaginario de un “ascenso al poder” inhumano y violento que el planeta no puede soportar, como veremos más adelante.

Este texto es la traducción al francés de Thierry Uso de la primera parte de “Per una critica del gigantismo” de Ilaria Agostini publicada en La Città invisibile.

Ilaria Agostini es una urbanista. Enseña en la Universidad de Bolonia. Forma parte del colectivo de urbanistas perUnaltracittà y es miembro de Attac Italia.

Notas

1] Kirkpatrick Sale, Le regioni della Natura, La proposta bioregionalista, elèuthera, Milán, 1991, p. 80 (edición original Habitantes de la tierra. The Bioregional Vision, Sierra Club Books, San Francisco, 1985).
2] Ver André Gorz, Ecologica, Ecologica, Galileo, París, 2008.
3] Véase Henri Lefebvre, Le droit à la ville, Anthropos, París, 1968.
4] Ver Ilaria Agostini, {}Il diritto alla campagna. Rinascita rurale e rifondazione urbana, Ediesse, Roma, 2015; Henri Lefebvre e la riappropriazione dello spacio rurale, 4 de febrero de 2019.
5] Henri Lefebvre, Spazio e politica. Il diritto alla città II, editado por Francesco Biagi, Ombre Corte, Padua, 2018, p. 118.
6] La expresión de 1986 es de Massimo Angelini (repetida en Minima ruralia. Semi, agricoltura contadina e ritorno alla terra, pentàgora, Savona, 2013).
7] Andrea Ghelfi, Ecología del municipio, Effimera. Critica e sovversione del presente, 25 de marzo de 2017.
8] Henri Lefebvre, Spazio e politica, p. 30.
9] Ver Gandhi, Villaggio e autonomia, La nonviolenza comme potere del popolo, Lef, Florencia, 1982.
Ver Gary Snyder, Nel mondo selvaggio, red, Como, 1990 (edición original. Es importante destacar la actualización conceptual y metodológica realizada por la escuela territorialista sobre la “biorregión urbana policéntrica”: ver Alberto Magnaghi, La biorregión urbana. Pequeño tratado sobre el territorio del bien común, Eterotopía Francia, París, 2014.
11] La cita de Murray Bookchin está en Guillaume Faburel, Les métropoles barbares. Demondializing the city, de-urbanizing the land, The stowaway, París, 2018. Recordemos el importante intento de construir una federación municipal; cf. Osvaldo Pieroni, Alberto Ziparo, Rete del nuovo municipio. Federalismo solidale e autogoverno meridiano, Carta/Intra Moenia, Roma-Napoli, 2007.
12] El tema está ampliamente tratado en el libro que escribí con Enzo Scandurra: Miserie e splendori dell’urbanistica, DeriveApprodi, Roma, 2018.
13] Bernard Charbonneau, Vers la banlieue totale par le pouvoir total, en Maurice Badet ,La fin du paysage, Anthropos, París, 1972 (ahora reimpreso con el título Vers la banlieue totale, Eterotopia, París, 2018, pp. 53-64).
14] La reflexión está recogida en Franco La Cecla, Ivan Illich e la sua eredità, Medusa, Milán, 2013, p. 53.
15] Ver Enzo Lesourt, Surviving the Anthropocene, PUF, París, 2018.
16] La expresión es de Paolo Berdini. Entre sus muchos estudios en profundidad, ver el volumen: Le città fallite. I grandi comuni italiani e la crisi del welfare urbano, Donzelli, Roma, 2014.
17] Un retrato despiadado de los cambios en las ciudades italianas se encuentra en el libro que publiqué con Piero Bevilacqua: Viaggio in Italia. Le città nel trentennio neoliberista, manifestolibri, Roma, 2016.
18] Se hace referencia al informe Guadagni, concorrenza e crescita, presentado por Deutsche Bank en diciembre de 2011 a la Comisión Europea.
19] Ver Ottavio Marzocca, Governare l’ambiente? La crisi ecologica ecologica tra tra poteri, saperi e conflitti, Mimesis, Milano-Udine, 2010
20] 20 Alexander Langer, Vie di pace / Frieden schließen, Arcobaleno, Trento, 1992, p. 438.
21] 21 ] Este enfoque se desarrolla en Emanuele Leonardi, Lavoro, natura, valore. André Gorz tramarxismo e decrescita, Orthotes, Napoli-Salerno, 2017. La introducción al volumen está disponible en effimera.org.

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