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El malestar crece mientras el Estado del Bienestar decrece

Carlos Berzosa – Consejo Científico de ATTAC España

Los datos de las elecciones que se han celebrado en Estados Unidos y en Europa, así como los referéndum del Reino Unido e Italia, y lo que anuncian los sondeos de las que se van a celebrar, ponen de manifiesto un hecho evidente: el malestar de gran parte de la ciudadanía con las políticas económicas llevadas a cabo y las tendencias que se están dando. Todo esto no deja de ser llamativo cuando los vendedores de prosperidad habían anunciado que se iba a asistir a una mejora del bienestar material, con la liberalización de los mercados y la privatización; en la Unión Europea, a su vez, con el Mercado Único y la implantación del euro.

Nada de esto ha sucedido, al contrario, la recesión iniciada en 2007, como consecuencia de la desregulación y la creciente desigualdad, ha supuesto una interrupción de un ciclo económico que tantas ventajas iban a traer con mejoras del nivel de vida. Pero no era oro todo lo que relucía en el periodo del auge, sino que los mecanismos que estaban generando la onda del crecimiento económico estaban sembrando las semillas de su final. Este hecho conmovió los cimientos de la economía convencional, que defendía con tanto ardor las ventajas del libre mercado. Pero tras un tiempo de desconcierto se volvieron a imponer en la toma de las decisiones políticas con las mismas recetas, que casi conducen al abismo, como solución a la salida de la recesión. Las consecuencias son suficientemente conocidas.

El Estado del bienestar viene siendo atacado desde principios de la década de los años ochenta del pasado siglo. A pesar de ello ha sobrevivido pero con magulladuras y recortes sociales que han afectado a su funcionamiento. La situación es dispar en los diferentes países, de modo que en aquellos en los que el Estado del bienestar ha resistido mejor las embestidas de los neoliberales se padece menos desigualdad y desempleo. El malestar tiene varias causas, pero no cabe duda de que una de ellas es la creciente desigualdad. La inestabilidad en el empleo que se defiende por tantos economistas como un medio para mejorar la búsqueda de trabajo y la competitividad de las empresas, lo que está trayendo son situaciones económicas de mayor precariedad e inseguridad.

La defensa de estos principios en la práctica económica, con las consecuencias negativas que está generando, está favoreciendo el desplazamiento del voto hacia posiciones de la ultraderecha, a la vez que la izquierda no es capaz de afrontar los nuevos desafíos por no ser capaz de dar alternativas sin complejos al modelo neoliberal triunfante. Lo primero que hay que rebatir son los mitos que se esconden detrás de muchas afirmaciones que se dan como verdades y en las que se establece una secuencia que no se transmite a la realidad material. A su vez, hacer proposiciones factibles y realistas que sean capaces de cambiar el rumbo de la economía. La izquierda tradicional no es capaz de incorporar en sus propuestas las recomendaciones hechas por economistas críticos, con los matices que se quiera, y científicos que analizan, entre otras cosas, la gravedad del cambio climático.

Este distanciamiento entre los disidentes de la economía, en relación al pensamiento dominante, y los partidos que deberían ser críticos con la realidad existente es uno de los grandes problemas a los que se enfrenta la izquierda tradicional. Esto no sucede, sin embargo, con el pensamiento neoliberal, que sí tiene una simbiosis con los partidos conservadores y lo que es peor, la izquierda moderada se deja influir por los mitos de las ventajas del libre mercado.

En definitiva, el malestar que tiene causas políticas, además de económicas, es consecuencia, entre otras cosas de unas medidas que atacan la regulación de los mercados, las políticas fiscales progresivas, y los gastos sociales. Los vendedores de prosperidad ofrecen productos obsoletos, puestos en cuestión por la historia y la teoría keynesiana, kaleckiana e institucionalista. Las ventajas de lo que ofrecen no parece que lo acepte gran parte de la ciudadanía. Eso debería conducir a reflexionar ante unos hechos que no se comportan como dicen muchos supuestos de la teoría convencional. La recuperación del Estado del bienestar es una necesidad para que no se conduzca a las sociedades a una desarticulación cuyos efectos pueden ser catastróficos.

Catedrático de Economía Aplicada. Universidad Complutense de Madrid

Publicado en nueva tribuna