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Somos pueblo y somos clase trabajadora

elsaltodiario
PATRICK BONNECAZE

No podemos pensar la extensión en el tiempo de esta huelga francesa sin integrar las características del movimiento de los chalecos amarillos, que se ha inscrito difusamente en las categorías de los humillados (desdentados, analfabetos, escoria, proletarios, lumpen, salvajes).

Los chalecos amarillos nacieron de los escombros de las luchas sindicales de los —por lo menos—últimos treinta años. Las batallas perdidas por los asalariados durante estas décadas anteriores fueron incontables. La última derrota dolorosa fue el vergonzoso final de la dura lucha contra la destrucción del derecho laboral iniciada por los lacayos del PSF (el exministro de trabajo François Rebsamen entre otros, que desde entonces se ha refugiado en Dijon). Ya entonces, la supresión de las elecciones al tribunal laboral (institución con varios cientos de años de antigüedad) debería haber desencadenado la revuelta.

Pero este movimiento también nació de la conciencia de la flagrante inutilidad de los partidos que forman la “nebulosa ideológica de la izquierda» (PS, PCF, Verdes, NPA, LO). Incluso de su carácter contraproducente, impotentes para proteger a los más frágiles de la población de su creciente empobrecimiento: familias monoparentales, precarios, jóvenes, pensionistas, campesinos, artesanos mal cubiertos, desempleados, diversos funcionales… Izquierda ya no significa mucho, excepto como fórmula mágica para nostálgicos que busquen algún asiento plegable desocupado y dinero fácil.

Por supuesto que hay empobrecimiento pecuniario, pero lo que sobre todo hay es empobrecimiento social. Está en marcha la desaparición de los comercios de barrio, la reducción de los servicios y equipamientos públicos (incluido el acceso a la atención sanitaria), el deterioro del transporte público, o la digitalización de los procedimientos administrativos que los hace inaccesibles a los más desfavorecidos.

Una insatisfacción social con múltiples causas que ha estallado con un impuesto adicional sobre el gasóleo (una tasa que dificulta, aún más, los desplazamientos diarios obligatorios, tanto domésticos como laborales). ¿Cómo calificar todas esas declaraciones de futuros cuadros de mando que hemos tenido que escuchar y que se han atrevido a tratar a estas pobres personas, cuyas vidas se complican cada vez más, como “contaminadores egoístas»?

Por otro lado, llevamos más de un año de lucha con una feroz represión que los “sectores intermedios» han tardado demasiado en denunciar para ser creíbles. ¿Quién pide amnistía para todos los manifestantes que están siendo juzgados o condenados? No son mediadores, sino intermediarios del poder. Pero, frente a lo anterior, el movimiento de los chalecos amarillos:

1. Ha sido un ejemplo de valentía y perseverancia que no se había visto en mucho tiempo (excepto en luchas localizadas) y que había sido descartado por imposible a gran escala. Ha hecho añicos el llamado individualismo natural de los franceses, la detestable imagen de marca registrada por los organismos de DDHH y por la patronal.

2. Ha aportado un enfoque táctico en demandas concretas que ha permitido superar las divisiones ideológicas y los ataques del clero neoliberal. La cohorte mediática de los especialistas en el dogma de la competencia y la desigualdad trató de desacreditar a los activistas con acusaciones de homofobia, antisemitismo, iconoclastia, sexismo, racismo, violencia, falta de demandas, movimiento de minorías, o falta de apoyo social.

3. Se ha compuesto con determinación, compromiso y complicidad. Y ha mostrado tanto la corrupción de los medios de comunicación hegemónicos como el verdadero papel de los organismos encargados de hacer cumplir la ley.

4. Ha destapado que estamos en manos de una tecnocracia cínica y políticamente inculta, que no tiene valores humanistas ni colectivos, y que está completamente subordinada a los intereses capitalistas. Esta élite reconoce abiertamente que quiere acabar con el contrato social establecido por el Consejo Nacional de la Resistencia (CNR) tras la Segunda Guerra Mundial. “Macron está en guerra con nosotros”, se oye por toda Francia.

5. Ha demostrado que la forma de lucha más exitosa es la organización difusa, y la dispersión del pensamiento y de las decisiones. La ausencia de un centro de toma de decisiones prohíbe la represión selectiva y los pequeños negocios de los oportunistas. La época de los representantes que se podían comprar, de los acuerdos secretos, y de las negociaciones en pasillos, está superada. Aquellos que jugaron a ese juego ya han desaparecido en la niebla del pasado. La única habilidad de esas nauseabundas camarillas políticas, la corrupción, fue derrotada por la confianza de los manifestantes en su propia fuerza. Se levanta la maldición de la resignación. El “cuartel general» es una suma de vectores. La verdad es estadística. Por eso, la gente que ya no se somete es invencible.

6. La ruptura del tabú de la violencia también caracterizó fuertemente este año de lucha (que, por otra parte, ha formado parte de las manifestaciones durante años y que no ha estado “al margen”, como algunos comentaristas serviles persisten en señalar). Dado que las “fuerzas del orden» pueden, en cualquier momento, atacar a los manifestantes por las razones que juzguen según criterios políticos aleatorios, los chalecos amarillos han aprendido a resistir con los medios a su disposición. La fuerza y el miedo que intentan propagar no detendrán este movimiento, tal y como muestran las reacciones que hemos visto por todas partes. La legitimidad del uso de la fuerza es ahora compartida. Incluso si los manifestantes están pagando un alto precio por ello, ya sea con sus cuerpos (recordemos de paso que Jérôme Rodrigues, que ya ha perdido un ojo, fue nuevamente herido por un miembro de los CRS el pasado 28 de diciembre), o en los juzgados.

7. Este movimiento se ha hecho cargo de la defensa del interés colectivo y ha reavivado visiblemente la solidaridad. Hay que estar cegado por el odio de la gente pequeña como los periodistas Jérôme Ferrari, Jean-Claude Dassier, François de Closets, Benjamin Duhamel Apolline de Malherbe para ignorar las afirmaciones de los chalecos amarillos. Basta con leer lo que está escrito en las pancartas, en los carteles o en los propios chalecos.

OTRAS LECCIONES

¿Influyen estas aportaciones en un movimiento “obrero”, que rechaza una reforma de las pensiones cuyo objetivo final es privatizarlas? Sin duda. Para empezar, por el control que el movimiento tiene de su propia representación. Las estructuras de los sindicatos confederados están quedándose rezagadas del movimiento debido a su tibieza “genética” y a la distancia que el propio movimiento ha tomado respecto de ellas. Pero también por la organización de las acciones. El cinco de diciembre no fue una manifestación sindical, como afirman los medios de comunicación. Y la convergencia entre los huelguistas y los chalecos amarillos en la manifestación de París del 28 del mismo mes ha vuelto a poner de manifiesto este hecho. Los perritos mediáticos de la burguesía le ladran a Philippe Martínez, el secretario general de la CGT, pero saben muy bien y tratan de ocultar (excepto para los que cabalgan para la extrema derecha) que las consignas de los aparatos no se encuentran con rebaños sumisos y obedientes.

Ahora les corresponde a algunos representantes hipócritas rendir cuentas, porque las llamadas a una tregua fueron hechas por quienes saben muy bien que una vez terminada la huelga es extremadamente difícil de reanudar. La respuesta fue: “La huelga pertenece a los huelguistas”. Ni calma ni tregua. Y una posible negociación del aparato con el gobierno para negociar el alojamiento parece improbable. Para los chalecos amarillos, las demandas (de más justicia social, de más poder adquisitivo y de más democracia con el RIC —Referéndum de Iniciativa Ciudadana—) no se van a detener con la retirada de la reforma de las pensiones.

Sus demandas desafían a la sociedad actual. Y no se olvidan las cuentas pendientes del pasado (derecho laboral, desempleo, cambio climático, impuestos…). Hay muchas razones para creer que este movimiento continuará y que la crisis política se agravará aún más, especialmente si los arrogantes persisten en su fanatismo neoliberal. Su última ocurrencia ha sido reducir aún más el tipo de interés de la libreta de ahorro —la Librete A—, situándolo por debajo de la inflación y trasladar las ganancias al sector privado.

Pero esta pandilla pretenciosa ya ha perdido una guerra: somos pueblo y somos clase. Sigamos haciendo historia.