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Albino Prada.

Aun habiendo pasado ya un mes de la publicación de la primera parte de este artículo en Infolibre el 6 abril 2020 (la segunda apareció el 16 de abril) reproducimos aquí el artículo completo por su interés y actualidad, una vez advertidos de los tiempos.
Primera parte

Sucede que China unas semanas atrás calificaba como gestos de no buena voluntad el suspender los vuelos hacia su país, por parte de países que querían evitar importar un virus que se extendía desde allí al resto del mundo. Porque, entonces y ahora, donde alguien no quiere importar debe haber alguien que está exportando. Y en esto China ha acabado priorizado su soberanía nacional y sanitaria sobre la desregulación cosmopolita para circular a lo largo y ancho del mundo. Muy razonable.

Fase inicial de la contaminación biológica global por coronavirus (04/02/2020)

Fase inicial de la contaminación biológica global por coronavirus (04/02/2020)

Claro que quizás todo esto de importar y exportar puede no ser más que un eufemismo neoliberal y tecnocrático para no llamar a las cosas por su nombre: contaminar. Contaminación biológica. Pues según el diccionario de la RAE contaminar es: “Contagiar o infectar a alguien”. Y contaminación biológica será infectar a alguien (personas y países) con microorganismos patógenos (protozoos, bacterias y virus) que con frecuencia provienen de aguas residuales, actividades agrícolas, alimentarias o vertidos industriales.

En el caso que nos ocupa de momento se supone que estamos ante una contaminación biológica letal por prácticas alimentarias humanas con murciélagos o pangolines, que no habrían sido prohibidas en tiempo y forma en los lugares donde se practican. Ni prohibidas, ni contenidas radicalmente por una red de alerta, de cuarentena y de cierre de fronteras auto impuesta.

Muy breve referencia histórica a la contaminación biológica

La contaminación biológica letal entre animales y humanos cuenta con una muy larga historia como, entre otros, ha documentado Jared Diamond. En su verosímil relato, el ancestral tránsito de la caza al pastoreo supuso tanto ventajas como inconvenientes, debido a que la compañía permanente de un animal puede ser perjudicial para el hombre, ya que manadas y rebaños son fuentes de infecciones. Gripe, sarampión, paperas, tosferina, rubeola, viruela,… eran enfermedades que apenas existían entre los pueblos cazadores-recolectores. Enfermedades en masa que tendrían que esperar hasta hace apenas once mil años: a los orígenes de la ganadería y la agricultura. Por eso muchas enfermedades van a ser desde entonces específicas de pueblos ganaderos (lo que implicará un alto riesgo para los pueblos que entren en contacto con ellos y no evolucionen en esa dirección). Pueblos que, andando el tiempo, habrían llevado con ellos esas enfermedades a tierras colonizadas diezmando así sus poblaciones. Contaminación biológica por activa o por pasiva.

Contaminaciones biológicas actuales

En la actualidad si bien se habrían superado en buena medida aquellas infecciones ganaderas nos hemos metido en nuevas situaciones de potenciales y letales contaminaciones biológicas. Además de la continuada ingesta de animales salvajes (como los mamíferos citados) sobre los que no existe, a la vista está, plena seguridad alimentaria existen no pocas incertidumbres sobre la actual tecnología de cría de animales de granja.

Por ejemplo sobre los antibióticos que en la alimentación del ganado proporcionan un aumento de peso. Parecen promover una disminución en el grosor del intestino animal, mejorando como consecuencia la absorción de alimentos y el peso. Se estima que más de un setenta por ciento de los antibióticos usados en los Estados Unidos se dan con los alimentos animales. En la Unión Europea y Estados Unidos, los animales de granja reciben al año más de diez mil toneladas de antibióticos para acelerar el crecimiento y prevenir enfermedades. Y a resultas de ello se sospecha que los niveles de resistencia a los antibióticos en productos de origen animal y en la población humana muestran una disminución.

Pero también la potencial contaminación biológica letal derivada de los organismos genéticamente modificados (OGM) sobre los no se descartan con absoluta certeza inconvenientes sobre la salud humana, ya que no se han realizado estudios suficientes para garantizar la inocuidad de su consumo. Durante el proceso de ingeniería genética se usan genes que otorgan resistencia a antibióticos para identificar las células con la modificación deseada. Y existe la preocupación de que dichos genes puedan ser transferidos a microorganismos, originando cepas resistentes a los antibióticos.

Sin olvidarnos de las armas biológicas o bacteriológicas. Pues la guerra biológica es una forma singular de combate, en la cual se emplean armas de diferentes tipos que contienen virus o bacterias capaces de infligir daño masivo sobre fuerzas militares y/o civiles. Cierto que el uso de armas biológicas está terminantemente prohibido por las Naciones Unidas; sin embargo, muchos países cuentan con este tipo de arsenal en forma no sólo de bombas sino de otro tipo de agentes de esparcimiento menos convencionales. Cierto que en 1972 Estados Unidos, la Unión Soviética y más de 100 países firman la Convención de Armas Biológicas (BWC): actualmente comprende 180 estados y prohíbe el desarrollo, producción, y almacenamiento de armas biológicas y toxinas. Sin embargo, al no existir ningún proceso de verificación formal para observar el cumplimiento, ha limitado la efectividad de la Convención.

Quién contamina biológicamente: ¿paga?

Ya sean provocadas, o más o menos naturales, todas estas potenciales contaminaciones biológicas no debieran gestionarse en la jerga comercial y neutra de importaciones o exportaciones de virus. Siempre que se pueda identificar un origen contaminador y un contaminado más o menos lejano debiera aplicarse de entrada el principio de precaución para evitarlo y no expandirlo y, de no conseguirlo, responder con el principio de quién contamina paga.

Un pequeño ejemplo de práctica internacional de precaución para evitar un tipo concreto de contaminación biológica a través de los buques está regulada por la Organización Marítima Internacional (OMI). Algo que debiera trasladarse al tráfico mundial global (contenedores) y en particular al aéreo (de personas enlatadas y mercancías).

Pero de no evitarse por prácticas de máxima precaución dentro de un país, cualquier tipo de contaminación biológica internacional debiera estar sujeta al principio universal de quién contamina paga: todos y cada uno de los multimillonarios daños producidos. Sobre todo para que los que tanto cariño tienen al dinero de sus bolsillos y sus talonarios, se lo piensen dos veces (control, prohibición, confinamiento del país, etc.) para evitar poner en circulación una catástrofe sanitaria global como la que padecemos con el coronavirus. Y que ellos no saben parar a tiempo antes de que salga de sus fronteras. Dejémonos de eufemismos. Esto no va de importar y exportar: esto va de contaminación biológica.

Post-data: como muchos sonámbulos tecnopolitas podrían frotarse las manos a la vista de las utilidades (en ocio, comunicación, finanzas, servicios, etc.) que durante esta pandemia por contaminación biológica nos ofreció la tecnología digital, conviene recordarles que potenciales contaminaciones y guerras digitales podrían poner el mundo patas arriba en cuestión de segundos (por poner un solo ejemplo: con un caos nuclear que nadie puede dar por imposible).

Segunda parte

Argumentaré que la contaminación biológica que desde China (Hubei) afectó al mundo (Italia, EEUU, España, Francia …) tuvo una condición necesaria y otra suficiente. La necesaria radica en los múltiples enlaces aéreos que reclaman las muy numerosas actividades empresariales (singularmente de automoción entre otras) que conectan esa región industrial china con las cadenas globales de valor de occidente. Una provincia-región que cuenta con más población que toda España.

Pero esa condición no sería suficiente de no haberse impuesto, a la necesaria precaución y alarma desde el primer caso confirmado, una inacción que solo puede explicarse por el temor de las autoridades locales a provocar la parálisis económica de uno de los principales motores económicos de aquel país. Parálisis que finalmente –varias semanas críticas después– fue inevitable decretar. Cuando ya era, sobre todo para el resto del mundo, demasiado tarde.

La muerte por contagio el cinco de febrero del doctor Li Wenliang, que había previamente denunciado a finales de diciembre de 2019 un sospechoso brote vírico (y que fuera reprendido por la policía por atentar contra el orden social), acota trágicamente las decisivas semanas perdidas (al menos del 15 diciembre al 20 enero).

Es así que la globalización económica, sus movilidades y sus prioridades dentro de China y de esta con el exterior, se impusieron a la precaución. Y fue así como el coronavirus dispuso durante varias semanas de una red global de transporte aéreo a pleno rendimiento al servicio de esas necesidades productivas. Semanas de tiempo de absoluta libertad para expandirse. Con una cosecha mundial que entre enero y abril no tiene otro calificativo que catastrófica a la vista del gráfico que presentamos a la altura del 12 de abril. Y no por falta de normativas al respecto. Veamos.

Contaminados por coronavirus confirmados
Fuente: elaboración propia con datos de El País

Fuente: elaboración propia con datos de El País

Analizaremos brevemente la interconexión económica y aeroportuaria global de Wuhan, y también la normativa internacional que esos intereses (locales y globales) anestesiaron durante unas semanas críticas. Interconexiones activas e intereses que no frenaron a tiempo lo que la OMS en su Reglamento Sanitario Internacional (RSI, 2005) define como “«contaminación»: presencia de cualquier agente o material infeccioso o tóxico en la superficie corporal de una persona o animal, en un producto preparado para el consumo o en otros objetos inanimados, incluidos los medios de transporte, que puede constituir un riesgo para la salud pública” (art. 1) (negritas mías), asumiendo además la “respuesta mundial de salud pública a la aparición natural, la liberación accidental o el uso deliberado de agentes biológicos y químicos o de material radio nuclear que afecten a la salud” (RSI 2005: 1) (negritas mías)

Interconexiones globales y normativas durmientes

Respecto a las interconexiones económicas globales baste decir que en la actualidad la capital de Hubei (Wuhan) con once millones de habitantes es considerada el centro político, económico, financiero, comercial, cultural y educativo de China central. Debido a su papel clave en el transporte doméstico, a Wuhan se lo conoce como el Chicago de China por fuentes extranjeras. Sus principales industrias incluyen desde óptica, electrónica, fabricación de automóviles, fabricación de acero, sector farmacéutico a ingeniería biológica, entre otras. Con un aeropuerto con conexiones globales para negocios y turismo (San Francisco, París, Madrid, Roma, …) que no se cerrará hasta el día 23 de enero. Singularmente con empresas de componentes de automoción para sus cadenas globales. Siendo así que el corazón industrial de Italia ya documenta un primer contagio en febrero a través del gerente de una empresa (MAE) productora italiana de fibras sintéticas que habría visitado China. Contagios que siguen el patrón de los primeros casos de Chicago o California.

Eran fechas en las que los responsables sanitarios españoles descartaban que fuese necesario implementar procedimientos de detección en los aeropuertos. Aeropuertos que seguían canalizando el tráfico de pasajeros asociado a las muchas empresas españolas que operan en toda China. Aquí los primeros casos detectados están vinculados a nuestro negocio turístico global, siendo paradigmático el de un británico en Mallorca con contactos en Singapur (11 febrero 2020).

Respecto a la normativa, la OMS, en el ya citado Reglamento, concreta que para dar respuesta a un evento de contaminación, “cuando la OMS reciba información sobre un evento que pueda constituir una emergencia de salud pública de importancia internacional, ofrecerá su colaboración al Estado Parte de que se trate para evaluar la posibilidad de propagación internacional de la enfermedad, las posibles trabas para el tráfico internacional y la idoneidad de las medidas de control” (art. 10.3) (negritas mías). Incluso adjunta un modelo a cubrir por el responsable del vuelo que reproducimos aquí por el interés de su lectura.

Declaración sanitaria
Fuente: OMS, Reglamento Sanitario Internacional (2005)

Fuente: OMS, Reglamento Sanitario Internacional (2005)

Trabas potenciales que mal se podría considerar implementar si en el Estado parte se silenció durante semanas la existencia de la contaminación, sin duda para no interrumpir uno de los motores clave de la economía china. Aunque no es menos preocupante comprobar que la propia OMS asuma el criterio de “reducir la propagación internacional de una enfermedad con un mínimo de trabas para el tráfico internacional” (art. 15.2.) (negritas mías). Para no crear alarma social, no interrumpir el turismo y las cadenas globales de negocios.

Posición local que solo se descalificó como un grave error cuando el Gobierno Central chino consideró que aquella política del avestruz si bien podría ser útil a corto plazo para no dañar la economía de Wuhan, era letal para el crédito internacional y global de toda China. Aunque para entonces ya habrían pasado unas semanas decisivas para contaminar al resto del mundo. De las presiones que a nivel provincial y estatal se anotan en aquel país (y en el nuestro, como bien supimos de esto cuando se intentaron paralizar actividades no esenciales) baste dejar constancia que ya el 14 de marzo su Vice Ministro de Industria Xin Goubin se felicitaba del regreso a la normalidad en todas las empresas fuera de Hubei.

Conclusión

A pesar de que nuestra Ley General de Salud Pública prescribe con inmejorable criterio en su artículo 3.d. lo siguiente:

Principio de precaución: la existencia de indicios fundados de una posible afectación grave de la salud de la población, aun cuando hubiera incertidumbre científica sobre el carácter del riesgo, determinará la cesación, prohibición o limitación de la actividad sobre la que concurran.”

Lo cierto es que en España, tal como aconteciera en Hubei entre diciembre y enero, el intentar minimizar y diferir al máximo las trabas al tráfico y a las actividades productivas hasta la declaración del Estado de Alarma (y aún más tarde hasta hibernar las actividades no esenciales), no encaja con una aplicación firme del principio de precaución. Lo que explica que la precaución se calificase como “generar alerta y confusión” el día cuatro de marzo (a semejanza de alterar el orden social en China), por mucho menos de lo que hubo que acabar haciendo quince días después. Dejando varias semanas de plena libertad, también aquí, a la contaminación biológica. Lo mismo que se documenta para Italia.

Si en Hubei cuatro semanas de miopía del contaminador-exportador condujeron a ochenta mil infectados reconocidos en una población de 58 millones, en España si a esa miopía le añadimos otras tantas semanas de la miopía del contaminado-importador, no es raro que alcanzásemos los ciento sesenta mil para 47 millones.

Miopía española que era ya más que patente en esta afirmación oficial a la altura del día 24 de enero: “En cualquier caso, no se puede descartar que aparezca algún caso importado en España procedente de la zona de riesgo. Si esto se produjera, la probabilidad de que se produjeran casos secundarios en nuestro país se estima baja en este momento, ya que con la información disponible, la transmisión persona a persona no es elevada”. Y hablamos de infectados reconocidos porque, al menos en España, el tamaño real del iceberg de esta contaminación podría ser mucho mayor.

La lógica arrogante y arrolladora del capitalismo neoliberal se resiste a la prudencia y la humildad. Porque la factura en vidas humanas se contrapone, dígase o no, con la caída del PIB y la producción. Con esa misma lógica se nos venden ahora los milagros de la inteligencia artificial y el big data para la salvación contra el coronavirus. Cuando de lo que de verdad carecemos es de una efectiva, y sobre todo resolutiva, inteligencia social y colectiva. A la vista está.

Albino Prada es miembro de ECOBAS y de Attac