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Desmontando los mitos sobre la inflación y la creación de dinero (2)

Eduardo Garzón Espinosa – Consejo Científico de ATTAC España

Continúo la serie de artículos en los que iré abordando poco a poco la relación entre la creación de dinero y la inflación, con el objetivo de rebatir muchos falsos mantras ampliamente extendidos y ofrecer explicaciones alternativas más serias que las que imperan en el imaginario colectivo.

2. Razonamiento de la ley de la oferta y la demanda aplicada al dinero

Comienzo por algo muy sencillo y que a muchos les resultará una obviedad (a otros no), para ir progresivamente complejizando el análisis en otros artículos. Hay muchísimas personas (normalmente no economistas) que creen que sólo por el hecho de crear dinero los precios aumentan porque tienen en su mente ese primer ejemplo de la arena y los diamantes que mencionaba en la introducción que alude a la ley de la oferta y la demanda. Abordaré este sencillo asunto utilizando el método deductivo para hacerles ver que el tema es más complejo. A los que tienen conocimientos más avanzados al respecto simplemente les pediré paciencia.

2.1 El valor de algo nunca es universal ni constante. Ejemplo de los diamantes.

Muchos de los que repiten el famoso mantra piensan que ese proceso es automático. Se crea dinero y, automáticamente, los precios aumentan. Vaya, debe ser cosa de magia, porque ni la física ni la ciencia económica podrían explicar tal cosa sin tener que aportar otros elementos y otros mecanismos. El ejemplo de la oferta y la demanda utilizando los diamantes y la arena viene a reflejar este proceso mágico: sólo el hecho de que algo sea más cuantioso que antes hace que disminuya su valor; si apareciesen más diamantes éstos verían descender su valor; si apareciese más dinero éste vería descender su valor. Pero a todas luces sabemos que, en cualquier caso, entre esos dos momentos (aparición de algo y la disminución de su valor) necesariamente tiene que haber algo más. Más que nada porque la magia no existe. Utilicemos un ejemplo sencillo para explorar el asunto.

Si una persona decide introducir nuevos diamantes en una determinada localidad (porque los transporte desde otra región, por ejemplo), la cantidad total de diamantes en esa localidad aumentará pero su valor no descenderá al menos hasta que la gente de esa localidad se de cuenta de ello. Si esa persona no contase a nadie que ahora hay más diamantes, el valor (y también el precio) de los diamantes no se inmutaría, como es evidente. La gente seguiría valorando los diamantes igual que antes, y también los intercambiarían al mismo precio que antes, porque sencillamente no sabrían que su cantidad total ha cambiado. En consecuencia, la mera aparición de nuevos diamantes no tiene por qué conllevar una disminución de su valor. Dependerá de si los agentes económicos se han enterado de que hay nuevos diamantes, porque ello es condición indispensable para que la gente comience a valorarlos menos. Por lo tanto, estamos diciendo que para que una cosa sea menos valorada sólo por el hecho de que aumente su cantidad siempre tiene que ocurrir algo: que la gente se percate de que la cantidad ha aumentado. Todo esto es una absoluta obviedad, pero es importante tenerlo en cuenta para seguir el razonamiento que voy a presentar. Además, por muy obvio que sea se suele olvidar cuando en vez de diamantes hablamos de dinero, como veremos más adelante.

A este paso necesario para que algo pierda su valor sólo por el hecho de ser más cuantioso lo llamaremos “constatación” (de la nueva información). De momento, y siguiendo con la supuesta teoría de que las cosas valen más o menos en función de su cantidad, tenemos un proceso caracterizado por tres momentos secuenciales: 1) Aparición de algo, 2) Constatación del primer paso, y 3) Pérdida de valor. Es importante tener en mente el proceso secuencial porque si el paso 2 no se cumple, tampoco lo hará el 3. Y como el 2 no tiene por qué cumplirse, podemos concluir con rotundidad que “la aparición de algo no implica necesariamente que pierda valor”.

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Ahora imaginemos que esa persona quiere mostrarle a todos los habitantes de esa localidad que hay más diamantes que antes. Es decir, quiere que se produzca el paso 2: “constatación”. La cuestión es que aunque quisiese, no podría hacerlo. Esto es así porque en el mundo real no hay forma humana de comunicar algo a todo el mundo (y mucho menos en el mismo momento), y cualquier intento de hacer algo parecido sería además muy costoso y por lo tanto inusual. Esa persona podría ir gritándolo por las calles, publicándolo en todos los medios de propaganda, contándoselo a toda la gente, mandando correos a cada uno de los habitantes, etc, que siempre quedaría gente sin darse cuenta (no lo habrían escuchado en las calles, no lo habrían visto en ningún medio de propaganda, nadie se los habría contado, no le habría llegado la carta o no la habrían abierto, etc), y además unos se enterarían antes que otros. Ni siquiera aunque esa persona fuese el presidente del gobierno del país más poderoso del planeta y quisiese comunicar la noticia en directo a través de todos los medios de televisión (como vemos en las películas de invasiones alienígenas) la información llegaría a todo el mundo, porque bastaría con que una sola persona de los 7.400 millones que somos estuviese de ruta por el campo o durmiendo para que ello no ocurriera (al menos en ese momento).

En ese caso, el valor de los diamantes sólo habría descendido para quienes conocen la información, mientras que los despistados seguirían valorando igual los diamantes porque los considerarían igual de escasos que antes. Nuestro personaje podría ir a vender sus diamantes a esas personas desinformadas y éstas estarían dispuestas a pagar por el mismo precio que antes, mientras que las personas informadas seguramente estarían dispuestas a pagar menos dinero que antes. A esto en economía se le llama información asimétrica: no todo el mundo tiene la misma información.

De aquí deducimos lo siguiente: la constatación de que hay nuevos diamantes no se produce para todo el mundo por igual ni en el mismo momento, de forma que el descenso de su valor depende de si la persona en cuestión conoce la información. En otras palabras: el valor de los diamantes no es universal. En cada momentocada persona tiene una información distinta sobre la cantidad de diamantes que hay, y por lo tanto los valorará de forma diferente a otros. Los que no conozcan la existencia de los nuevos diamantes seguirán valorándolos como antes, pero los que sí la conozcan los valorarán menos. No hay un valor universal para los diamantes.

Debe quedar claro que, aunque se pretenda, la difusión de la información no es ni automática, ni instantánea, ni universal, por lo que el valor de los diamantes dependerá de si la persona que esté realizando la valoración tiene o no la información de la cantidad total de diamantes.

Utilizando el diagrama podríamos decir que para algunas personas se cumpliría el segundo paso y, en consecuencia, también el tercer paso, pero para algunas otras no.

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Ahora bien, podríamos argumentar legítimamente que la información sobre la existencia de nuevos diamantes tarde o temprano llegaría a todo o a casi todo el mundo. Para todas las personas se cumpliría el paso segundo y por lo tanto también el paso tercero, de forma que el valor de los diamantes finalmente habría menguado para todo el mundo. Pero… ¿qué pasaría si la entrada de diamantes (y la salida) se diese en todo momento? ¿Y si además ello ocurriese de forma irregular, a veces experimentando un flujo de diamantes muy rápido y otras veces más lento?

En ese caso sería imposible que llegase el momento en el que todo el mundo tuviese exactamente la misma información. Para cuando la primera información fuese a llegar a todo el mundo, ya se habría originado la segunda información y el proceso empezaría de cero. Y para cuando esta segunda información fuese conocida por todo el mundo, ya habría aparecido una tercera información y el proceso volvería a reiniciarse. Y así sucesivamente. Frente a cambios constantes e irregulares en la cantidad total de los diamantes no sería posible que en algún momento todo el mundo tuviese la misma información. En un instante determinado del tiempo unos sabrían una cosa, y otros otra, y otros otra diferente a las dos anteriores, etc, porque el flujo de diamantes no cesaría ni tampoco el reinicio del proceso secuencial de los tres pasos. Da igual lo sistematizada y ordenada que pudiese estar esa información y el empeño que se pusiese en difundirla; sería imposible. Además, si el flujo de los diamantes es muy dinámico, la única forma de saber cuántos diamantes hay en cada momento sería acudiendo constantemente a la nueva información. Algo absolutamente impracticable si ese flujo cambia cada minuto, por ejemplo.

De darse estas dos condiciones (entrada y salida irregular y rápida de diamantes en la localidad) extraemos una conclusión muy sencilla: es imposible que la gente sepa en todo momento cuántos diamantes hay, y por lo tanto es imposible que sepan qué valor tienen en todo momento porque su cantidad está cambiando incesantemente.Dicho de otra forma: el valor de los diamantes no es constante, sino que es altamente variable.

En nuestro diagrama lo que ocurriría es que cada ciclo de tres pasos se estaría reiniciando una y otra vez (en el dibujo: primero el proceso en azul, luego el verde, luego el rojo, etc), sin que diese tiempo a que se completase ninguno de ellos (sin que diese tiempo a que todo el mundo conociese la misma información y por lo tanto a que valorara de igual forma los diamantes).

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En consecuencia, si con las premisas anotadas (información asimétrica y flujo irregular y rápido de diamantes en la localidad) sabemos que el valor de los diamantes no puede ser universal ni constante, sino que necesariamente ha de ser particular y variable, podemos concluir que el valor que cada persona le confiera a los diamantes no se deduce automáticamente de la cantidad total de los mismos. La gente no puede darle un valor a los diamantes en función de su cantidad total porque no la conocen. En todo momento le están dando un valor determinado desconociendo cuántos diamantes hay realmente. Cuando estas personas se intercambian diamantes, están estableciendo precios que no dependen automáticamente ni directamente de la cantidad total de diamantes que haya, porque simplemente no conocen ese dato que está cambiando constantemente.

En fin, toda esta larga exploración del asunto a través del ejemplo de los diamantes nos sirve para establecer una analogía con el dinero. Algo que cualquiera podría ir ya imaginando, pero que se explicará en el siguiente artículo.