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Diez años de crisis y lecciones no aprendidas

Arcadi Oliveres
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  1. El funcionamiento de las finanzas mundiales.

EN EL CAPITALISMO LA MERA EXISTENCIA DE CRISIS PARECE CONNATURAL

En el capitalismo la mera existencia de crisis parece connatural y con frecuencia los expertos de la economía se han centrado en el estudio de los ciclos y las políticas para comprenderlos y compensarlos. Sin embargo, desde los años ochenta, varios factores parecen haber convergido para acelerar esas crisis hasta el punto de poder preguntarnos si no estamos alcanzando el desprestigio final del sistema.

En primer lugar, fue la desregulación económica, no solo en los países del este con la desaparición de las planificaciones imperativas, sino también en los del oeste, con la práctica anulación de los planes indicativos. Con los progresos de la informática, y el descontrol del mercado de capitales crecieron enormemente las posibilidades de la especulación financiera que, fuera de toda limitación y ética, ha pasado a ocupar el papel protagonista de la actividad económica, una actividad evidentemente improductiva.

La especulación se ha introducido como un virus dañino en muchos ámbitos: materias primas, cereales, terrenos, inmuebles y productos financieros con un único objetivo lucrativo. Desviando hacia ella la atención de los inversores y de una manera particular las enormes masas formadas por los fondos de pensiones.

Estas inversiones especulativas, frecuentemente arriesgadas, comprobaron el 15 de setiembre de 2008, con la caída de Lehman Brothers, que el pánico es una mala compañía y, a partir de este momento, pidieron con insistencia la ayuda de los respectivos Estados. Empezó entonces –una vez más– el rescate bancario, que transcurrido este tiempo, podemos cifrarlo en unos nueve billones de dólares. Para hacernos una idea de la proporcionalidad de tal cantidad podemos decir que, si de acuerdo con las estimaciones de la FAO, la erradicación del hambre en el mundo exige un desembolso de unos 50.000 millones de dólares al año, resulta que, en términos monetarios, el rescate bancario en todo el mundo hubiese permitido eliminar el hambre unas 450 veces. Sobran comentarios.

No hace falta decir que una buena parte de este dinero ha salido del endeudamiento de los gobiernos y de las partidas sociales, de sus presupuestos, lo cual ha propiciado un debilitamiento en los Estados del bienestar y, en consecuencia, un empobrecimiento generalizado en los niveles de rentas inferiores, ya tocados por las enormes tasa de desempleo.

Podría pensarse en la urgente necesidad de frenar la especulación. Sin duda se ha hecho y con propuestas bien sugerentes aunque poco exitosas. La primera de ellas sería la llamada ‘tasa Tobin’. Esta tasa, que recibe el nombre del ya fallecido premio Nobel de Economía James Tobin, fue formulada en 1971 con motivo de la devaluación del dólar  y el establecimiento de paridades flotantes entre las monedas. La pretensión era la de gravar con un 0,1% los montantes de las transacciones financieras internacionales de carácter especulativo.

La oposición de los gobiernos seguidores de las corrientes de pensamiento neoliberal impidió siempre su puesta en marcha. Sin embargo, y a raíz de la crisis a la que nos estamos refiriendo, fue ATTAC precisamente quien propuso la urgencia de su puesta en marcha.

La UNCTAD (Organización de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo) calculó una posible recaudación de hasta 720.000 millones de dólares anuales como fruto de esta tasa que, según ellos, debería repartirse por  mitades entre los gobiernos de los países en donde tenían lugar las operaciones y la ayuda oficial al desarrollo (AOD). A título de ejemplo, pensemos que en este momento el importe total de la AOD supone unos 140.000 millones de dólares al año, es decir, alrededor del 40% de lo que podrían obtener con la parte que les correspondería de la recaudación de la tasa. Evidentemente, las transacciones especulativas quedarían sustancialmente reducidas: algunos autores apuntan que lo harían en un 50%.

La ‘tasa Tobin’, aunque sometida a votación en varios parlamentos nacionales (Francia, Bélgica, Canadá, etc.), siempre ha sido rechazada por la presión que los especuladores han ejercido en los diputados. Curiosamente sí que ha sido reconocida por el Parlamento Europeo que no dispone de facultades para ponerla en marcha. Hubo, sin embargo, un intento de imponer la tasa. Fue protagonizado por el ex primer ministro británico Gordon Brown, que fracasó ante las  presiones de Timothy Gardner, entonces secretario del Tesoro de la Administración Obama. No nos debe extrañar esta actitud: casi todos los secretarios del Tesoro norteamericanos de los últimos años habían sido antes especuladores bursátiles y, en muchas ocasiones, antiguos directivos de la gran banca de negocios Goldman Sachs. Esta banca ya demostró su influencia en Grecia cuando su directivo Lucas Papademos suplantó al antiguo primer ministro Giorgos Papandreu y también en Italia, con la sustitución de Silvio Berlusconi por Mario Monti. Vale la pena señalar que el actual presidente del Banco Central Europeo ha formado parte también de Goldman Sachs, en cuyo equipo figura asimismo José Manuel Durao Barroso, anterior presidente de la Comisión Europea.

LA ‘TASA TOBIN’, AUNQUE SOMETIDA A VOTACIÓN EN VARIOS PARLAMENTOS NACIONALES, SIEMPRE HA SIDO RECHAZADA POR LA PRESIÓN QUE LOS ESPECULADORES HAN EJERCIDO EN LOS DIPUTADOS

2.         El papel del Euro

Los más de diez años de duración de la crisis han coincidido en buena medida con el período de vigencia del euro y hay que reconocer que, para los llamados PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España), el balance no resulta en absoluto favorable. Los dos factores, crisis y euro, se han enlazado y han contribuido claramente al empobrecimiento de las clases sociales más desfavorecidas. Por lo que respecta al euro, el primer problema ha venido marcado por la imposibilidad por parte de los países de la zona de tener una política monetaria propia y, en consecuencia, en la total dificultad de establecer los tipos de cambio convenientes a su momento económico.

Tradicionalmente en estos países, las paridades evolucionaron hacia la devaluación que ahora deviene imposible. Esta imposibilidad de devaluación monetaria ha quedado, sin embargo, sustituida por una más o menos oculta devaluación salarial que ha deteriorado notablemente la capacidad adquisitiva de los trabajadores en activo, mientras que los pasivos también han recibido el impacto en los recortes de las prestaciones del Estado del bienestar.

Al mismo tiempo la imposibilidad, por parte de los bancos centrales estatales de financiar el déficit público ha obligado a los países implicados a acudir a las compras de deuda por parte del Banco Central Europeo o solicitar a una serie de bancos privados que les ofrezcan préstamos a un tipo de interés elevado y, a su vez, agravado por las primas de riesgo marcadas por el oligopolio que representan Standards and Poor y Fitch & Moodys. Ni siquiera Alemania ha podido romper este núcleo duro y crear su propia agencia de calificación de riesgos.

En algunos casos, como en el de Grecia, las circunstancias mencionadas, junto a los desequilibrios estructurales inherentes a su economía, generaron un endeudamiento con las grandes y medianas instituciones financieras. Para salvaguardarlas, la llamada Troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional) promovió un rescate con un elevadísimo coste social –caída del PIB, pérdida de un 40% en los ingresos de las familias, cierre de 300.000 empresas, aumento del paro y descenso radical de las pensiones–  entre otras dolorosas consecuencias. Y no es un tema menor el del horizonte del año 2060 para la amortización total de la deuda. Recordemos que ya la incorporación de Grecia a la zona del euro se produjo mediante todo tipo de trampas contables en las que intervinieron especialistas de la propia Goldman Sachs. Puestas así las cosas, no nos debe extrañar  que algunos economistas hayan empezado a hablar de una “salida ordenada del euro”. Salida que daría origen a un efecto dominó cuya envergadura es difícil de prever, pero que intuimos podría resultar beneficiosa para “los parientes pobres” de la moneda única.

3.         Hacia otra economía.

Si partimos de la base de que el objetivo de la economía ha de ser prioritariamente el de organizar la producción y la distribución para cubrir las necesidades de las personas salvaguardando  al mismo tiempo el medio ambiente, deberemos concluir que, en el momento actual –si es que ha habido algún momento–, el sistema vigente no responde a estos criterios, paradójicamente, puesto que jamás en la historia se ha dispuesto de tantos recursos, conocimientos, tecnologías, sistemas de comunicación y transporte.

Una economía que no cubre las necesidades básicas de más de 800 millones de personas y que obliga a malvivir a muchos millones más es, sin duda, una economía ilegítima desde el punto de vista ético. Quizás no tenemos recambio preparado, pero es evidente que un recambio preparado no ha existido nunca, sino que se ha ido elaborando paulatinamente. Y afortunadamente tenemos sobre la mesa una multiplicidad de proyectos que tienen que ver con los modos cooperativos, con el sector primario biológico, con las finanzas éticas y con propuestas de los movimientos ecologistas.