Skip to content

El Capitaloceno español

Artículo original publicado en sinpermiso.info por Albino Prada.

Salvo un grupo muy activo de zombis negacionistas, la gran mayoría de la población sabe que tenemos demasiadas razones (resiliencia, dependencia, colapso climático, contaminación, etc.) para superar el actual modelo energético en lo que se ha llamado transición energética.

Sin embargo, sobre esa base, es crucial decidir -desde el principio- si de lo que estamos hablando es de consumir mucha menos energía y, de paso, hacerlo con fuentes renovables, o de mantener -o incluso seguir aumentando- el consumo actual pero con un incremento muy superior al de las fuentes no fósiles. Quienes toman esta segunda hoja de ruta llegan incluso a vender la opción nuclear como inevitable para viabilizar aquella transición.
Por eso creo que la pregunta fundamental debe ser la siguiente: ¿en España consumimos demasiada o poca energía?, ¿hay algún criterio para decir si es demasiada?

Según los datos disponibles (Balance Energético), el consumo de energía primaria por habitante en España en el año 2000 era de 3,1 tep (toneladas equivalentes de petróleo), que debemos considerar una cifra muy elevada, si tenemos en cuenta que la media mundial por habitante estaba en 1,5 tep. el doble Somos parte de lo que llamo los Jinetes del Antropoceno, es decir, esa parte de los países del mundo que más empujan hacia el colapso climático.

Es cierto que, sin embargo, todavía estamos muy lejos del mayor depredador energético del mundo, que es Estados Unidos (8,2 tep, más del doble que nosotros), pero muy por encima de la economía que se disputa la hegemonía mundial (China con 1 tep). Con lo cual parece claro que si Estados Unidos es uno de los grandes jinetes del Antropoceno, China aún no lo es (Tomo estos datos del 2000 del promedio mundial, de los EE.UU. y de China del libro de V. Smil 2021 “Energía y Civilización. Una historia” Arpa, Barcelona, ​​p. 634). Y nos compete a todos convencer a China -con buenos argumentos- de que no se una a esta tropa.

Si bien entre 2000 y 2019 en España estuvimos haciendo crecer este consumo por habitante sin parar, llama la atención que en 2020 el indicador pasase 3,1 a 2,4 tep. Un dato en la buena dirección. Aunque es deprimente saber cómo lo logramos: una reducción que tuvo todo que ver con el impacto de la pandemia del Covid en nuestras economías y nuestras vidas. En nuestras economías por el desplome del PIB, y en nuestras vidas porque sobre todo tuvo que ver con la disminución del uso del petróleo y los combustibles derivados de él en los confinamientos.

En este punto conviene recordar que del total de la energía primaria que consumimos en España, sólo una quinta parte procede de fuentes renovables que no importamos (algo que encaja en la media mundial, ya que el 80 % de la energía primaria utilizada también tiene origen fósil). Un grave asunto.

Con los datos del citado Balance Energético podemos precisar un poco más las razones de fondo de esta bulimia energética y de combustibles fósiles que nos sitúa en el grupo de países jinetes del Antropoceno. Al no ser las fuentes renovables las que nos ponen en esta situación, debemos fijarnos en los usos del petróleo y el gas importados para encontrar el origen del problema. Y van a ser sobre todo usos diferentes de la generación eléctrica, porque hoy en día buena parte de este vector es de origen renovable.

En el caso del petróleo, el destino dominante es el combustible para maquinaria y de transporte. Y en el caso del gas, el de calefacción. Ahí tenemos los ejes clave para dejar de ser jinetes del Antropoceno. No son vectores que dependan tanto de lo que hacemos cada uno, sino de lo que nos animan a hacer los gestores del mercado (empresas de maquinaria y material de transporte o de sistemas de calefacción).

Si el transporte, por aire y sobre todo por mar, cubre las grandes distancias que recorre es porque así lo exige la logística del capitalismo global. Si el transporte pesado se realiza en el Reino de España por carretera es porque el sector demanda ayudas e infraestructuras de las que no dispone el transporte ferroviario. Si las redes de tranvías no se modernizaron sino que se levantaron fue porque así lo querían los capitalistas de los autobuses y la demanda de automóviles. Y sí, en un país que produce electricidad verde o una enorme biomasa forestal es más «económico» tener calefacción con gas importado, no dudo que es porque los lobbies en el tema están en ello.

Por no hablar de cómo en un país que tiene recursos madereros privilegiados, que tienen un costo energético muy bajo (3 MJ/kg), resulta que terminamos teniendo megafábricas de aluminio con un costo energético sesenta veces mayor (175 MJ/kg) . Capitaloceno español puro. O cuando teníamos un sistema agrícola tradicional con un retorno energético adecuado y con altas oportunidades de empleo local, pasamos a una “agricultura moderna que está “dopada” con combustibles, fertilizantes, pesticidas y maquinaria agrícola” (Smil. op. cit. p. 32 -33). Así las cosas, tenemos un millón doscientos mil tractores, perdimos el equilibrio de un sistema agrícola resiliente y decidimos ir hacia un «sistema» que se autodestruye (cierre de explotaciones) mientras destruye el medio ambiente.

Por eso creo que es mejor hablar de Capitaloceno español que de Antropoceno. Porque el lío en el que estamos tiene más que ver con la lógica empresarial capitalista que con las reivindicaciones de los ciudadanos. Que lo que queremos, sí puede ser, es movernos y no pasar frío sin contaminar, o comprar productos locales a precios que compensen a quienes los producen y sin dañar el medio ambiente. Pero al final la lógica del asunto es ante todo empresarial para quienes mueven la artillería tecnológica o hacen de intermediarios.

De modo que con nuestras 3 toneladas equivalentes de petróleo (tep) de consumo medio por habitante, no sólo formamos parte del club de los mayores responsables del cambio climático sino que, encima, estamos en el club haciendo las tonterías que la mano invisible del Capitaloceno nos alientan a hacer (también en el negocio turístico o inmobiliario). Por ejemplo, ahora mismo, diseñar una estrategia de hidrógeno verde para exportación.

Sucede que, según el ensayo de uno de los mayores expertos en energía del mundo que he estado citando(Smil op. Cit. p. 502), por encima de las 2 tep «no hay una mejora perceptible en la calidad de vida fundamental» (página 502). Lo que hay son muchas formas de despilfarros: en la vivienda, en el aparcamiento, en la logística, en la alimentación o en los viajes aéreos. Cuestiones de las que me ocupé no hace muchos años en mi ensayo “El despilfarro de las naciones” (Clave Intelectual, 2017).

Solo si bajamos de 3 a 2 tep (y en EE.UU. de 8 a 2) podremos hablar seriamente con China y los países emergentes para que no superen las 2 tep. Para que no imiten nuestro camino torcido. Para eso tenemos que deshacer los caminos del Capitaloceno de los últimos cien años. La buena noticia es que podemos hacerlo porque tenemos agua, viento, sol y biomasa suficiente si nos concentramos en una demanda interna redimensionada con criterios sociales como aquí se esbozó.