Skip to content

El único partido político que puede salvar España y Europa

Esteban Hernández, publicado originalmente para El Confidencial.

Por primera vez en mucho tiempo, la Unión Europea y España van a tener que poner entre paréntesis todas las ideas aprendidas. Se ha abierto una nueva época, detonada por la recomposición del orden internacional, que obligará a posicionase en muchos terrenos. Europa no parece un entorno especialmente agraciado por el nuevo reparto, pero nuestros dirigentes hacen gala de optimismo, como si esto fuera un paréntesis ligado a circunstancias sanitarias, como si pasada la pandemia y recuperado el vigor económico, fuéramos a regresar a la normalidad. Pero ya no hay normalidad a la que volver. El mundo en el que hemos entrado será diferente, por acción o por reacción.

Hay numerosas preocupaciones que afectan al ámbito europeo, que se está tensando con el pulso con Polonia y Hungría, o con Reino Unido o con Bielorrusia. En España estamos enredados con el blanqueamiento de ETA, o con la guerra de Casado y Ayuso, o con las peleas entre el Gobierno y Yolanda Díaz. Pero bajo toda esa atmósfera de debates enturbiados, hay un ámbito en el que no termina de ponerse el foco, que vive preso de la inercia, el de las cuestiones materiales. Llamadme romántico, pero creo que el dinero manda. Y se actúa como si con un par de reformas en el sentido habitual y un reparto medio decente de los fondos, la economía española fuese a arreglarse. No será así, también en eso estos tiempos son diferentes.

Para comprender el momento en el que estamos y las opciones que se abren, tenemos que empezar por la geopolítica

En Europa y en España tenemos un problema grave con la forma en que se asigna el capital, y otro con el trabajo. En nuestro país se ha construido una economía que, en lugar de generar pujanza y actividad, está empujando en una dirección perniciosa, que provoca que muchos trabajadores tengan dificultades para llegar a final de mes, que las clases medias caigan en su nivel de vida, que las clases empresariales nacionales estén menguando, convertidas ahora en simples mediadoras del capital internacional, que carezcamos de industria, y que nuestro modelo productivo sea bastante pobre. Los problemas de los trabajadores, de las pymes y de las grandes empresas productivas parten de un mismo núcleo, que pone palos en sus ruedas permanentemente.

Es hora de cambiar esa dinámica, y para ello, habría que pensar de otra manera, introducir otras medidas económicas, tener en mente otro rumbo. El problema es cómo actuar políticamente para conseguir ese objetivo que, por primera vez en años, está encima de la mesa. Vienen tiempos extraños, de avance sustancial o de reacción dura, y habría que aprovechar esta oportunidad para poner la economía del lado de la gran mayoría de las personas, y eso no se puede hacer sin fuerzas políticas que presionen en ese sentido. Pero, para comprender el momento en el que estamos y las opciones que se abren, tenemos que empezar por la geopolítica.

1. El juego del poder

Por más que la globalización no se haya desvanecido, la arquitectura internacional en la que se apoyaba se ha debilitado sustancialmente, ya que hemos regresado a la geopolítica, es decir, a la importancia del poder. La guerra fría entre EEUU y China, con todas sus modulaciones, es una expresión de este viraje. Ambas potencias han entrado en una competición indisimulada, con tensiones crecientes que van en aumento, lo que está transformando de manera sustancial las relaciones internacionales. Dejémoslo dicho ya, ese giro es una mala noticia para la Unión Europea que conocemos, que nunca ha sabido jugar bien el juego del poder.

EEUU y China pelean por la hegemonía presente, pero sobre todo por la futura, y por eso la tecnología aparece como factor clave. Los pasos adelante que China ha dado en ese terreno, en el ámbito militar, en el de las comunicaciones, en la inteligencia artificial y en la energía han preocupado a EEUU lo suficiente como para virar el eje hacia el Pacífico de una manera decidida. Por supuesto, en esa pelea, lo económico juega y jugará un papel crucial. Sin embargo, en esa tensión entre las dos principales potencias, ha ocurrido algo significativo, ya que, por primera vez en mucho tiempo, ambas han vuelto los ojos hacia sí mismas.

2. El enemigo en casa

En el caso estadounidense parecía obligado, ya que se trata de una sociedad rota, cultural, social y económicamente, como se vio en el asalto al Capitolio, y eso implica una debilidad geopolítica de primera magnitud. Biden llegó a la Casa Blanca con la intención de taponar esas brechas y comenzar una recomposición nacional. Para ese objetivo, relegó muchos de los asuntos en los que había centrado su campaña, y sorprendió con planes muy ambiciosos para inyectar dinero en su economía. Sus acciones se vistieron con calificativos exagerados, e incluso se llegaron a mencionar las palabras mágicas, ‘New Deal’. En todo caso, Biden anunció algo muy inesperado, dadas las circunstancias en las que se había desenvuelto la economía estadounidense en los últimos 50 años: aseguró que la acción del gobierno iba a impulsar decididamente la creación de empleo; que la economía del goteo se había terminado; que las empresas tenían que pagar más a los trabajadores; que la clase media había construido EEUU, que los sindicatos habían construido la clase media y que así debía volver a ser; que Wall Street no forjó EEUU y que había llegado el momento de que los financieros pagasen la parte que les correspondía; que los buenos empleos, en especial en sectores como el de la energía, debían dejar de deslocalizarse; que habría acciones de protección del mercado estadounidense; y que EEUU debía convertirse en el mayor exportador del mundo en lugar de ceder ese lugar a China. Fueron unas declaraciones asombrosas, porque implicaban el regreso a la presencia directora del Estado, al proteccionismo en áreas estratégicas, al énfasis en los salarios, en el antitrust, en el control del mercado y en los impuestos para los más ricos.

Biden señaló un aspecto estratégicamente correcto: para librar la guerra fría, se necesita un país socialmente cohesionado

Son palabras demasiado grandes para las acciones que está desplegando, y la falta de correspondencia entre unas y otras explica su caída de popularidad, muy notable, pero recogían algo estratégicamente correcto: para tener solidez exterior, se necesita un país internamente cohesionado. Si la guerra entre potencias está lanzada, permitirse fallas internas es ofrecer una diana de grandes dimensiones.

3. Los grandes dan marcha atrás

La reacción de China en esta época de desglobalización ha sido muy parecida en términos discursivos. Y si se quiere, un poco más ambiciosa en la práctica. La consigna dada por Xi Jinping ha sido impulsar la ‘prosperidad común’, un término que engloba acciones en varios sentidos: mitigar la desigualdad en el país, de modo que sus ciudadanos tengan más recursos disponibles, asegurar que las grandes empresas contribuyan de manera clara al bienestar chino y potenciar el mercado interior. Tiene mucho sentido cuando se cuenta con tantos millones de habitantes, y cuando el desarrollo exterior puede frenarse como efecto de la competencia con EEUU. China está todavía creciendo y su situación interior, por conflictiva que pueda resultar, dista mucho de la brecha estadounidense: en la medida en que les va bien, y que perciben un futuro mejor en lo individual y una China más grande y más relevante en el entorno internacional, el descontento interno es mucho menor. Y más si se le suma la intención de redistribuir mejor la riqueza, combatir la especulación y fomentar el consumo, que son los propósitos expresados por el presidente chino.

Veremos hasta qué punto esas intenciones de unos y otros acaban por trasladarse a la realidad. Quizá EEUU lo tenga más complicado, y seguramente los pasos de Biden sean insuficientes, pero lo cierto es que ambas naciones han empezado ya a recorrer ese camino. En otras palabras, los gobiernos de los dos países más importantes del mundo, los más beneficiados, en unos u otros términos, por la globalización liberal, son conscientes de que, para librar la guerra fría, deben dar un giro en sus políticas económicas y apostar por la cohesión interna y por el bienestar material de sus nacionales. Las resistencias que encuentran en sus países a este cambio, en especial en EEUU, no borran el hecho de que la conciencia esté ya presente.

4. Europa mira por la ventana

En estos cambios tectónicos, a Europa le está costando mucho resituarse. En gran medida porque sus élites permanecen en el pasado, y sobre todo porque jugar en el terreno del poder es complicado, en especial cuando no se está acostumbrado. En lugar de encarar el presente de una manera decidida, ha surgido una nostalgia continental por los tiempos de la globalización feliz. En un escenario internacional en el que toda clase de países, desde Rusia hasta Turquía, pasando por el Reino Unido o India, están intentando ganar músculo para reubicarse en términos más provechosos, Europa mira por la ventana los acontecimientos y piensa que quizá debería hacer algo.

Europa está asaltada por las dudas, porque hay quienes afirman que quizá un ejército europeo sería buena idea y otros dicen que ya existe, que se llama OTAN y que hay que vincularse más estrechamente con ella. Hay quienes abogan por cambios fiscales, pero otros se resisten; se es consciente de las deficiencias en tecnología y se aboga por desarrollar las empresas europeas en ese ámbito, pero otros dicen que ya es tarde, que esa partida está perdida. Hay consenso en el desarrollo de la economía verde, pero otros dicen que cuesta mucho dinero y que no se puede descarbonizar ahora, que supondría volverse más débiles todavía.

El cambio en el exterior ha obligado a repensar las certezas con las que la UE se construyó, pero lleva tiempo digerir las nuevas verdades

De todos esos titubeos, el peor es no haber entendido en absoluto el momento económico y su ligazón con la cohesión interna, ese que EEUU y China están señalando, ese que dirige hacia la economía productiva. La postura dominante apuesta por las reformas estructurales, por adecuar el mercado de trabajo a las nuevas exigencias e insistir en la mejora de la productividad, pero con el complemento de realizar inversiones públicas para modernizar el tejido económico de los países, de manera que se dirijan hacia la era digital y verde. Y, como elemento de necesidad, se comienza a hablar de relocalización de elementos estratégicos en áreas como la de los materiales y tecnologías críticos, los alimentos o la seguridad.

Esta postura no supone una apuesta por el desarrollo, sino una tímida reacción a los hechos consumados. El cambio en el exterior está obligando a repensar muchas de las certezas en las que la Unión se construyó y lleva tiempo digerir las nuevas verdades. Una de ellas es que permanecer en los viejos anclajes económicos, en esa mezcla de reformas y adelgazamiento, no solo hará más profundos los males de su población, sino que constituirá el declive definitivo de la UE. Y conviene ser contundentes a este respecto. Veamos los motivos.

5. Las recetas del demonio

Europa tiene un gran mercado, muchísimos consumidores con un elevado nivel adquisitivo, como ningún otro en el mundo (de momento), y lo está entregando a los productos chinos, a la economía financiera anglosajona y a la tecnología estadounidense. Tiene sociedades cada vez más crispadas y políticamente divididas, y países en los que la desigualdad está dejando sentir sus efectos de una manera peligrosa. Sus poblaciones cada vez obtienen menos del trabajo y quienes prosperan es gracias a las rentas. Los países están cada vez más polarizados entre diferentes opciones políticas, pero también sobre los vínculos que deben mantener con la UE. No se puede librar la batalla geopolítica en esas condiciones; la Historia enseña que tal debilidad interna solo se puede manejar si compensa con la expansión exterior, ya sea con el comercio o con la guerra: la primera posibilidad es difícil, puesto que China y EEUU llevan la delantera, y la segunda no es una buena idea. Y con un peligro añadido: cuando un país o una región que no ocupan una posición principal en el juego del poder se enfrentan a quiebras sociales, convierten su territorio en el escenario en el que las potencias dominantes libran sus guerras. Europa lleva el camino de convertirse en el terreno de juego en el que China y EEUU escenifican su pelea por el poder y los recursos.

La única manera para mantener una posición relevante en ese contexto de competición entre potencias es dotarse de las capacidades necesarias y del poder suficiente para afrontar los nuevos tiempos con éxito. Y para ese objetivo se necesita una inversión elevada. Hablamos de un territorio que no se ha cuidado a sí mismo, que ha deslocalizado buena parte de los procesos productivos, algunos en áreas vitales, que se ha olvidado de la cohesión interna, que no se ha situado bien en las nuevas áreas tecnológicas. Recordemos la experiencia del inicio de la pandemia, que debería habernos enseñado muchas lecciones sobre la debilidad europea, o que la inflación actual es producto de esa negación de lo estratégico: producir en lugares lejanos, en países que pueden dejar de ser aliados pronto y en un mercado concentrado supone demasiada exposición gratuita. Las consecuencias futuras de esa debilidad estratégica pueden ser mucho peores que las de un aumento de los precios.

Las dificultades estratégicas y el nivel de vida empobrecido de los ciudadanos van a la par, ya que son producto del mismo error

Ambos elementos, las dificultades estratégicas y el nivel de vida empobrecido de los ciudadanos, van a la par, ya que son producto del mismo hecho, la confianza en una arquitectura global que se esta desintegrando y en una manera ineficiente de gestionar la economía. Podría haber ocurrido de otra manera, porque Europa ha dispuesto de recursos, como ha sucedido en las dos últimas décadas, pero en lugar de invertirlos productivamente en sus territorios ha preferido las aventuras inmobiliarias y los productos financieros. Es hora de que la UE cambie el paso, porque los grandes países ya lo están haciendo, y se corre el peligro de llegar tarde al nuevo escenario.

Lo que eso significa ya nos lo han explicado desde fuera: un papel mayor del Estado, inyección de dinero en la economía productiva, papel secundario de los déficits, más planificación pública, más empleo, mucha más industria, más ambición, mejor nivel de vida para sus poblaciones. Y esas son recetas que, hasta ahora, la UE había rechazado como si fueran el demonio.

6. La brecha que decidirá el destino europeo

Ya no es así, y no lo va a ser en el futuro. Los planes de acción europeos, y los de los países occidentales en general, incluyen participación de los Estados, bajo el rótulo colaboración público-privada; aportan cantidades de capital destinadas a objetivos concretos; y una preocupación menor por los déficits. Unas ideas que suelen ser combatidas en la medida que suponen injerencias poco adecuadas en el mercado, pero estas afirmaciones son absurdas porque los Estados siempre intervienen en la economía (lo que se dilucida es para qué intervienen, en beneficio de quién y con qué objetivos); pero también lo es porque otras potencias ya están dirigiendo su mercado hacia objetivos geopolíticos. Además, nada de lo que la UE ha anunciado que tiene que hacerse en el ámbito digital y verde es posible sin esa inyección de dinero y sin la presencia pública, y ninguna de sus necesidades respecto de la recuperación de sectores estratégicos, la protección de sus cadenas y el desarrollo en nuevas áreas puede cubrirse sin su participación. La UE, por tanto, debería liderar el impulso en la nueva dirección, y aprender de qué va el juego del poder, lo que ayudaría también en la gran necesidad que tiene de cohesionarse.

Es más que probable que se continúe con la tentación de destinar los recursos actuales a que esa necesaria colaboración público-privada sea una forma más de que los Estados internalicen los riesgos de los inversores, lo que supondría generar una debilidad todavía mayor en Occidente. Pero también podría ocurrir que el capital fuera a parar a la economía productiva, a activar la imprescindible reindustrialización (en esta época es fundamental), a impulsar a las pymes, a elevar decididamente el nivel adquisitivo de los trabajadores y a potenciar el mercado interno. Con ello, los Estados recaudarían más, con lo que el problema de la deuda sería mucho menor.

A EEUU le ocurre igual: puede continuar con una economía financiarizada, pero eso supondrá hacer más grande aún a China

En esta brecha está en juego el futuro de Europa. Y esto es algo que Alemania debería entender especialmente, un país cuya energía depende del exterior, principalmente de Rusia, una industria ligada a China, un capital que depende de EEUU y un ejército limitado. La única fortaleza que tiene Alemania para seguir siendo importante es la Unión Europea, e insistir en las mismas fórmulas que años anteriores conducirá a la UE a resquebrajarse más, y a Alemania a jugar un papel internacional más limitado. En este escenario, el proyecto europeo solo puede coserse, con tantas diferencias culturales y políticas, desde una apuesta de bienestar, prosperidad económica y crecimiento orientado hacia la mayoría de la población. Esa apuesta por lo productivo, además, haría posible que se dotase de las capacidades estratégicas que necesita. Sin una cosa, no existirá la otra.

Igual le ocurre a EEUU: puede continuar sumido en una economía financiarizada, e incluso así controlar el malestar de su población, pero el resultado obvio será la pérdida de influencia internacional y la victoria china. En ese sentido, hay que ser tajantes con todos aquellos que ven a Pekín como un peligro para las democracias liberales y que insisten en que la prioridad es frenar el ascenso asiático: no lo lograrán sin una acción de recomposición interna y con un tipo de economía que asiente sus instituciones y sus capacidades estratégicas. Cuando no existe ese suelo imprescindible, la historia nos señala claramente que se dan fenómenos de expansión exterior combinados con regímenes autoritarios en el interior; y si esa receta no funciona, el aire bélico termina por impregnar el ambiente. Normalmente, las potencias hegemónicas caen por sus propios errores. EEUU ya es consciente de ello, y está intentando poner remedio

¿Reaccionará la UE a la altura de los tiempos o seguirá por el camino del declive? Mientras llegan las decisiones, pensemos en España

Sin embargo, Europa aún sigue presa de sus indecisiones, de la falta de claridad analítica y de la nostalgia por el pasado. ¿Reaccionará la UE a la altura de los tiempos o seguirá por el camino de su declive? Este es el momento de impulsar una unión más fuerte, y hay sectores políticos en Alemania que comienzan a verlo claro, o de debilitarla sustancialmente, y hay sectores políticos en muchos países europeos que lo ven con agrado. De manera que, mientras esas decisiones llegan, tendremos que poner más énfasis en España.

7. España

Dado que este momento de la historia lo es de incertidumbre, que se apuntan cambios que no terminan de asentarse, es imprescindible empujar en la dirección correcta. En la vida política se consigue muy poco sin el brío de las fuerzas sociales y sin la orientación que proveen. Ya que nada está decidido aún, sería más necesario que nunca ser conscientes de la importancia del trabajo, de la economía de todos los días, de aquella que nos proporciona los recursos para vivir. Un partido centrado en el trabajo, es decir, en la economía productiva, que sea capaz de sacarnos de los años de ceguera en los que hemos estado inmersos, y que han llevado a que Asia se haya convertido en el centro y Europa en su periferia, es sistémicamente imprescindible. Necesitamos un partido que abogue por una economía diferente, por un decidido impulso industrial, por salarios mucho mejores, por pymes que puedan tener futuro y por empresas que piensen en el medio plazo y no en la rentabilidad inmediata y extractiva. Y lo necesitamos porque ese giro es indispensable para España, para Europa y para Occidente. Tomemos nota de un hecho esencial: la oposición definitiva no se da hoy entre capital y trabajo, sino entre la economía irreal y economía productiva; entre, como señalan Pettis y Klein, los propietarios de activos financieros, por un lado, y los hogares comunes, por el otro. Y alguien tiene que representar a los segundos.

Esto es especialmente importante en España, que ha quedado relegada a un lugar muy poco favorable en la división internacional del trabajo. Es un país que necesita activar muchos resortes, porque cada vez muestra mayores carencias económicas y menor peso en la escena internacional. Sin embargo, también cuenta con grandes posibilidades, con talento y energía, que quedan perdidas en un magma de descontento, desánimo, indignación y ruido. España tiene un caudal relevante y hace falta empujar para que lo aproveche.

En esta época en la que los recursos y el poder son importantísimos, España debería pensar en cómo reactivar su economía de una forma decidida, en sacar provecho de sus capacidades, en descubrir áreas de desarrollo y en fortalecerse en múltiples terrenos, como el industrial, el logístico y el tecnológico, y todo ello sin olvidar en absoluto sectores aquellos que nos dan de comer. Pero eso no puede lograrse desde la ortodoxia ineficiente en que hemos vivido décadas; es hora de olvidar las viejas fórmulas y poner en marcha las que la nueva época está demandando. Desde el punto de vista político, tendría que haber algún partido que apostase por la economía productiva, por la industria, por las empresas nacionales, por las pymes, por crear trabajo, por aumentar sin titubeos los recursos para sus clases trabajadoras y medias, por recuperar intensamente a las ciudades pequeñas e intermedias, esas que conforman la España Vaciada. Pero no puede hacerse sin inversión, sin altura de miras estratégica, sin tener un proyecto claro de país.

Todo lo que no sea dirigir la economía hacia lo productivo es condenar a España a vivir los mismos problemas que Latinoamérica

Incluso sería mucho mejor que, en lugar de existir un partido laborista, existieran varios, pero no se adivina ninguno por el horizonte. El PSOE podría serlo, pero está demasiado anclado en seguir las reglas de la ortodoxia europea, y hasta Draghi ha sido más atrevido con los fondos que nuestro gobierno; podría serlo el de Yolanda Díaz, pero no sabemos nada de él; podría serlo IU, pero ha caído en una extraña deriva de activismo woke; podría serlo el PP, pero vive entre los programas económicos de hace 15 años y el impulso Milei de Ayuso; podría serlo Vox, pero vive pendiente de los inmigrantes, de los asuntos culturales y de combatir a los etarras; podría serlo la España Vaciada, pero no parece tener la suficiente ambición política; podría serlo el de Errejón, pero está demasiado enredado en las plantas y los carriles bici.

Nos estamos jugando el futuro, y cabe recalcar que el que nos espera no parece nada bueno. España necesita tener músculo interno, que sume a las fortalezas existentes otras nuevas, de modo que, en este escenario diferente, contemos con la solidez necesaria como para gozar de cierta autonomía. Si Europa decide salvarse, una España con más poder podrá influir de un modo más relevante y disponer de mejores condiciones; si decide quebrarse, quedaríamos en mejor posición para el futuro. Pero todo eso pasa por ser capaces de cambiar el rumbo, olvidarnos de las viejas certezas y leer el mundo en el que estamos. Una visión claramente enfocada hacia la economía productiva nos permitiría abandonar el pasado y construir el futuro. Todo lo que no sea arreglar la economía desde este punto de vista, es condenar a España a convertirse en Latinoamérica.