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Francia compró un oxímoron socioliberal

Albino Prada – Comisión JUFFIGLO de ATTAC España

La sociedad francesa se encuentra en una encrucijada decisiva después de haber sigo gobernada por la derecha neoliberal (Sarkozy) y por la socialdemocracia virtual (Hollande). Ante el miedo que despiertan las opciones protofascistas y racistas, por un lado, y la izquierda por otro (en ambos casos por la ruptura de la UE y la salida del euro), ha sido elegido E. Macron con la mayoría suficiente para implementar un programa rotulado por los medios de masas como socioliberal.

En la segunda parte de este breve análisis intentaré argumentar que la puesta al día de una política socioliberal (con origen en la Europa del siglo XIX) para la Francia del siglo XXI constituye lo que se denomina un oxímoron: una figura retórica de pensamiento en la que se complementa una palabra (en este caso la referencia al bienestar y al desarrollo social) con otra (liberalismo) que a día de hoy tienen significados necesariamente contradictorios u opuestos. Comprobaremos que no solo es un oxímoron interno sino también externo.

Que esto fuese necesariamente así obedecería a que en el mundo global actual, y en las sociedades capitalistas más ricas del mundo como es el caso de Francia, la ampliación sin límites de la economía de mercado no puede coexistir con una sociedad inclusiva, por mucho que se pueda configurar una mayoría electoral que compre la promesa de regresar a la ciudad de su infancia. Una ciudad en la que los hijos ascendían por la escalera social, en la que los empleos eran a cada paso menos precarios y en la que las incertidumbres (vinculadas al desempleo, a la jubilación, a la pobreza o a la enfermedad) disminuían año tras año.

La encrucijada francesa

En un documento del año 2010 (Una ambiciónpara diez años, 2010-2020) del que fuera relator general E. Macron, se dibujaba un diagnóstico muy preocupante de la situación francesa. Diagnóstico compartido por buena parte de la intelligentsia de aquel país.

En primer lugar se constataba un estancamiento que los abocaba a dejar de ser la quinta economía mundial para pasar a ser la novena. Para evitarlo sería necesario un crecimiento acumulativo anual no inferior al 2,5% y superior a la media de la economía alemana. Pero lo cierto es que este año 2017 no llegarán al 1,5% según las previsiones de la Comisión Europea, por debajo del crecimiento alemán.

Para cumplir con dicho objetivo, se concluía en aquel documento, tendrían que imitar el modelo de crecimiento alemán. Menos basado en el mercado interno y más en el externo; ganando competitividad por medio de una reducción de los cotos laborales, del esfuerzo innovador y de una mayor competencia en muchos servicios.

Al mismo tiempo, y en segundo lugar, el informe constataba la ausencia de futuro para las jóvenes generaciones, a causa de la creciente dificultad de acceder a empleos estables, a la vivienda o al crédito.  Una ausencia de futuro que, a su vez, provocaba un deterioro demográfico (aún con inmigración) y una progresiva quiebra de la solidez del sistema de protección social.

Diagnosticaban, en el año 2010, que debieran evitar el alcanzar un cien por cien de deuda pública sobre el PIB (estaban en el 78%) para no ser una economía vulnerable a causa de la carga de intereses. Pero lo cierto es que Francia alcanzará en 2018 un 97% de deuda pública según las citadas previsiones de la Comisión Europea.

En tercer lugar aquel estancamiento económico estaría expandiendo el deterioro de las relaciones laborales y la destrucción de la clase media. Con una elevada tasa de paro (que no habría dejado de incrementarse hasta el actual 10%), galopante precariedad, desempleo de larga duración y reducida tasa de actividad tanto de los más jóvenes como en edades previas a la jubilación. Con el resultado de una galopante dualización de la sociedad y de la desconfianza social.

Un oxímoron socioliberal interno

Si tal era el diagnóstico del informe del año 2010 del que fuera relator E. Macron, ¿qué propuestas realizó en el momento de presentarse a la Presidencia de la República?. Para contestar a esta pregunta revisaremos brevemente aquí las propuestas de su programa En Marcha haciéndolo en dos grandes apartados: en primer lugar las de naturaleza interna y, en el siguiente epígrafe, las de ámbito supranacional dentro de la Unión Europea.

En aquel documento se abrazaba la terapianeoliberal que impera en Europa bajo la batuta de la gran coalición ordoliberal alemana. Es así que en lugar de repartir el trabajo social necesario y la riqueza generada para evitar una igualación por abajo con los que están peor (precarización y desigualdad galopantes), se toma esta última opción como única alternativa al desempleo y pasa así, ese es el relato, ganar competitividad.

En vez de redistribuir rentas y trabajo, única opción que sería cabalmente social, se apuesta por una reducción de impuestos y cotizaciones que permitan un mayor consumo que impulse el crecimiento, a pesar de que de esa manera se provoca el deterioro de los servicios públicos y de la protección social. Por eso se asume la reducción progresiva de los gastos públicos y la regla de hierro de un déficit no superior al tres por ciento. Con lo que, supuestamente, se evitaría una excesiva carga de intereses.

Ya en este punto se comprueba que la etiqueta socioliberal es puro camuflaje ideológico pues lo tiene todo de neoliberal y muy poco de social. Más allá de la promesa entrañable de que cuando crezcamos a todo trapo revertiremos la devaluación laboral, salarial y de los servicios públicos.

Mientras tal cosa llega se reduce el impuesto de sociedades y la tributación a las rentas de capital, se rebajarán las cotizaciones sociales de los empresarios en seis puntos (transfiriendo esa carga a los consumidores vía IVA). Toda una redistribución inversa (de la mayoría hacia los más ricos) que tanto nos recuerda las propuestas de Trump como he analizado en un número reciente del semanario digital CTXT.

Sin evitar la toma de medidas que son directamente contradictorias con su pregonada voluntad social. Como cuando se retoma el dejar sin cotización las horas extraordinarias, medida que colisiona con un reparto del empleo y con la estabilidad financiera de la protección social. De poco sirve que para cubrir las apariencias sociales se prometa una subida de cien euros en las pensiones mínimas o reducir las cotizaciones de las rentas salariales más bajas.

A la vista de lo que precede el respaldo electoral mayoritario a la Presidencia de Macron debe interpretarse como una autoimposiciónagónica del modelo alemán, para ver si así la economía y la sociedad francesas son capaces de escapar del problemático diagnóstico de futuro que ya hemos descrito. Trabajar más, más gente, cobrando menos y con una menor protección social. Consumiendo más los que puedan hacerlo (sobre todo los más ricos que se ahorrarán más impuestos), exportando más … para ver si así crecemos a un ritmo mucho mayor y reducimos el endeudamiento.

Clonar el modelo alemán. Pero llegados a este punto, que tiene todo de ordoliberal y nada de socioliberal, la pregunta clave es si otra gran economía europea puede compartir con Alemania su éxito dentro de la UE (un gigantesco superávit comercial con muy poco coste presupuestario) (ver aquí) y fuera de la UE (defendiendo la globalización de la mano de la economía china). Y esto nos conduce al segundo oxímoron socioliberalde la estrategia económica de Macron: el externo.

Un oxímoron siocioliberal externo

En este caso las propuestas del presidente Macron, a diferencia de las internas, sí que podrían aproximarnos a un gobierno de la globalización que beneficiase a la mayoría social en el conjunto de la UE. Porque, en este caso sí, no se propone una igualación a la baja (por ejemplo con el referente chino), sino, bien al contrario, evitar ese desastre.

En un apretado resumen estas serían algunas de sus propuestas literales: defender la instauración de un control europeo sobre las inversiones extranjeras con el propósito de defender los sectores estratégicos, reforzar los procedimientos europeos antidumping siendo así más agiles y más disuasorios, luchar contra el dumping ambiental y social (por lo tanto fiscal o de protección social), aplicar sanciones comerciales a los países que no respeten las cláusulas sociales y ambientales incorporadas en sus acuerdos con la UE:

Más aún: promulgar una ley europea de compras que permita reservar los mercados públicos europeos a empresas que localicen al menos la mitad de su producción en Europa, o defender un impuesto a escala europea sobre la cifra de negocios realizados dentro de cada país en la prestación de servicios electrónicos(ver aquí) para así eliminar la repatriación de beneficios hacia paraísos fiscales.

En todo lo que antecede el problema radica en que esa hoja de ruta no parece que vaya a ser una ambición común compartida con una Alemania autista dentro de la UE, a quien parece preocuparle muy poco la competencia china siempre que ellos puedan tener la exclusiva europea en segmentos de mayor valor añadido e intensidad tecnológica.

Conclusión

Ni dentro de un solo país, como es el caso de Francia, ni para el conjunto de la UE en la actual economía global es factible combinar una propuesta liberal (neo u ordo) con las necesidades colectivas. Por eso la opción socioliberal es un oxímoron.

En el primer caso porque frente a la terapia de devaluación interna (laboral y de la protección social) el bienestar social solo podría mejorarse enfrentando una cabal redistribución del empleo y la riqueza.

En el segundo porque frente a una UE de Estado mínimo (con un presupuesto de apenas el 1% del PIB europeo) y con una moneda sin respaldo colectivo, se haría necesario disponer de una réplica de la estructura federal de los EE.UU. que decidiese gobernar la globalización, en vez de dejarse gobernar por ella.

 

Versión del original publicado en gallego en la revista TEMPOS NOVOS