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Nueva cultura de La Tierra. Introducción al libro

Traemos aquí el prólogo de Yayo Herrero al libro de Ecologistas en Acción Nueva cultura de La Tierra. Éste, junto con la introducción a este esencial libro están disponibles en Ecologistas en Acción.

Aprender a habitar la Tierra

Dice Isabelle Stengers que estamos viviendo el tiempo de la Intrusión de Gaia, ese momento en el que la política, la economía y las sociedades, quieran o no, nunca más podrán de dejar de tener en cuenta que existe la naturaleza.

Se niegue o no, el desbordamiento de los límites físicos se hace presente en forma de calentamiento global, de declive de energía y materiales, de pérdida de biodiversidad, de deterioro territorial y ecosistémico, de dificultades en el suministro de bienes esenciales para el sostenimiento de la economía tal y como la conocemos, de alteración del ciclo del agua… Hoy, afloran por todas partes las consecuencias del encontronazo entre los modos de vivir, producir y consumir propios de las sociedades eufóricamente desarrollistas, ultratecnificadas, petrodependientes y energívoras, y los procesos que permiten sostener la vida, la humana y la no humana. Gaia se ha convertido en un agente político al que no se puede extorsionar, con el que no se puede negociar.

En 2022 se cumplió medio siglo desde la publicación del Informe Meadows sobre los límites al crecimiento y los escenarios de futuro que aquel informe planteaba son ya nuestro presente. Tras decenios de promesas del llamado desarrollo sostenible, los problemas ecológicos y sociales, no solo no se han resuelto, sino que más bien se han agudizado. En un planeta Tierra translimitado y en plena revolución térmica y biofísica, el incremento de la extracción, de la generación de residuos y de la presión sobre los bienes de la naturaleza empuja hacia a escenarios que la comunidad científica califica de riesgo de colapso ecológico y aboca, se quiera o no, a una profunda transformación de las sociedades fosilistas y mundializadas en la que se ha desenvuelto nuestra vida en el último siglo.

Ahora, como se señala en la introducción Nueva Cultura de la Tierra, la obra que tengo la suerte de prologar, son ya evidentes las consecuencias de vivirbajo un orden económico, político y cultural que ha declarado la guerra a la vida: incertidumbre climática, escasez ligada al uso irracional de bienes finitos, vulneración de la protección social y degradación de la democracia —que afectan asimétricamente en función de la clase, de la edad, del género, de la procedencia—, recortes de derechos sociales y económicos adquiridos con esfuerzo, guerras, migraciones forzosas y expulsión. Se está desencadenando una quiebra de la razón humanitaria, la erosión de valores que, como los Derechos Humanos, la democracia, la justicia o la paz, constituyen algunas de las principales conquistas éticas, sociales y culturales. Eclosionan diferentes formas de necropolitica que defienden, explícitamente o a través de los hechos, salidas misóginas, racistas, coloniales y violentas, que decretan que hay vidas que son desechables.

Bajo la lógica capitalista, la crisis ecosocial se encara dando una patada hacia delante y desentendiéndose de las duras consecuencias que tiene sobre el conjunto de todo lo vivo. Se intensifica el extractivismo y la apropiación de bienes y recursos y el aumento de los residuos y la contaminación. Se extreman la violencia sobre los territorios que fueron usados como mina y vertedero y aumentan las dinámicas de explotación y expulsiónde personas y otros seres vivos. En algunos países, ya, el transporte, los sistemas energéticos o de alimentación presentan niveles de quiebra que amenazan con convertirlos en su conjunto, o en zonas de los mismos, en estados fallidos o en zonas de sacrificio. En otros, los costes de la calefacción, la vivienda, la movilidad o la alimentación se disparan y cada vez más personas encuentran dificultades para cubrir las necesidades más básicas para una vida decente… Algunos niegan la crisis y otros prometen pintarlo todo de verde sin cambiar el orden social y económico. Unos y otros mienten.

¿Cómo es posible que una sociedad que se autodenomina sociedad del conocimiento, una sociedad tan orgullosa de sus logros, haya construido y denominado desarrollo a un orden social que destruye las condiciones que le permiten existir?

La cultura occidental ha aprendido a mirar la Tierra desde fuera y por encima, como si no dependiese de ella y fuese solo un enorme almacén de recursos inagotables. El relato fundacional judeocristiano, narra la desgracia de un ser humano expulsado del paraíso. Exiliado a una tierra hostil, obligado a someterla para poder sobrevivir, a expiar el pecado de comer los frutos del paraíso que le habían sido prohibidos, a vagar en un permanente intento de retorno al Edén.

Vivir en la Tierra es un castigo y fugarse de ella y sus límites una pulsión, un deseo, un derecho. Fugarse a los mundos de Disney, a los macrocentros comerciales, a los parques temáticos, a los resorts turísticos, a las urbanizaciones-fortaleza, a las redes sociales, a las casas de apuestas, a otros planetas…

Los seres humanos occidentales, autodespojados de la condición terrícola, no somos capaces de comprender nuestro propio lugar en el universo y nuestra posición relativa respecto a la de otros seres vivos o los ciclos naturales. La forma de conocer y de organizar la vida en común, apostataron de la insoslayable inserción de lo humano en la trama de la vida. La fantasía de un planeta inagotable alimentó la promesa de poder vivir sin la obligación de depender de la Tierra, sin la constricción de los límites biofísicos, sin la vulnerabilidad que se deriva de vivir encarnados en cuerpos vulnerables y mortales, sin tener que hacernos cargo de otros. Las consecuencias de vivir sin anclajes en la tierra y los cuerpos han recaído sobre los territorios, los ecosistemas, las mujeres, los sujetos colonizados y los seres vivos no humanos.

Son diferentes los nombres que se le asignan al momento que vivimos: largo declive, mutación, colapso, desbordamiento… Puede haber aproximaciones distintas, pero casi todo el mundo que trabaja en torno a la crisis ecosocial y sus consecuencias, coincide en que estamos viviendo ya el desmoronamiento de un sistema económico y social que ha identificado bienestar con crecimiento productivista e industrialista, con la aplicación intensiva de tecnologías duras, con el uso desmedido de recursos naturales finitos y la producción de armas de destrucción masiva.

En un contexto de translimitación biofísica, las sociedades globalmente tendrán, quieran o no, que vivir con menos energía, minerales y bienes de la Tierra y, además, deberán hacerlo en medio del caos climático. Pero siendo verdad que se decrecerá materialmente por las buenas o por las malas, el cómo se surfee esa inevitable reducción material no está predeterminado ni escrito.

Este libro habla de una nueva cultura que nos puede ayudar a encarrilar esa inevitable contracción de la economía, construyendo, a la vez, un proyecto político liberador y emancipador que no deje a nadie atrás y permita mirar el presente y el futuro con esperanza y compromiso.

No se pueden hacer las paces con Gaia y, a la vez contemporizar con la lógica fantasiosa y sacrificial del capitalismo. Solo echando el ancla en la Tierra podemos conseguir reorientar este vivir triste y desesperanzado.

La condición previa es abandonar una cultura que rehúye el conflicto y mira hacia otro lado cuando se hacen evidentes la violencia, el despojo, la explotación y el ecocidio.

No es fácil mirar cara a cara la realidad. Requiere atravesar el duelo que provoca la constatación del fracaso de las promesas de la triada progreso, tecnología y capital a la hora de garantizar la felicidad y la dignidad a todas. Hay que hacer ese duelo porque la suficiencia, el reparto y el cuidado de todo lo vivo —cuestiones centrales para encarar con bien el inevitable decrecimiento de la esfera material de la economía— solo se convierten en horizontes deseables si hay consciencia de la finitud, la vulnerabilidad y los riesgos que se corren de no cambiar. El capitalismo es droga dura y desengancharse supone pasar el mono. Con amigas es mucho más fácil.

Una transición es, según el diccionario, la acción y efecto de pasar de un modo de ser o estar a otro distinto. Vamos a llamar Transición Ecológica Justa a la reorganización compartida, planificada y deseada de la vida en común, de modo que el objetivo que la guíe sea el compromiso con la garantía de condiciones dignas de existencia para todas las personas, con plena consciencia de que ese derecho ha de ser satisfecho en un planeta con límites ya superados, que compartimos con el resto del mundo vivo y que estamos obligados a conservar para las generaciones más jóvenes y las que aún no han nacido.

La Transición Ecológica Justa es un ejercicio de corresponsabilidad política que se basa en el reconocimiento de la gravedad del momento que atravesamos, en el conocimiento e interiorización de las causas estructurales y en la voluntad firme y compartida de dar pasos valientes y urgentes hacia políticas y economías resilientes, es decir, que posibiliten una vida buena para todas las personas y que, insistimos, tendrán que funcionar con menos energía, menos materiales y menos recursos naturales, y estar adaptadas a un contexto de cambio climático.

La Transición Ecológica Justa es el esfuerzo que ha de hacer una sociedad que aspire a vivir bien. Cierto es que quienes tienen más de lo que les corresponde han de aprender a vivir con menos energía, minerales o bienes materiales, pero si pensamos en vidas con derechos básicos económicos y sociales cubiertos, con tiempo disponible, derecho al descanso, cuidados compartidos y riqueza relacional, la vida de la mayoría será, sin duda, mejor. Siempre habrá quien prefiera seguir conservando e incrementando ganancias por encima del bien de los demás, incluso del de sus propios hijos. De estas personas, una sociedad que aspire a vivir con dignidad tendrá que aprender a defenderse.

Si atendemos a los datos que ofrece la comunidad científica y a lo que muchas personas podemos ver con nuestros propios ojos, esforzarse por decrecer globalmente en lo material, repartir, frenar y proteger es hacer un ejercicio de puro sentido común que, sin embargo, choca frontalmente contra los mitos más profundos de nuestro orden social, unas creencias tan arraigadas que han pasado a sustituir la propia realidad y que incapacitan para responsabilizarse, minimizar y adaptarse a las consecuencias del cambio provocado.

El gran reto de la transición ecológica justa es la reorientación de las aspiraciones de la sociedad. Es preciso imaginar, construir y consensuar horizontes de deseo que sean conscientes de la realidad material en la que han de proyectarse. Es por ello, que una de las mayores dificultades para La Transición Ecológica Justa es la enorme transformación cultural que se requiere para quererla.

Conseguir este propósito requiere cambiar la persecución de una despilfarradora e insostenible abundancia material dentro de un régimen que expulsa jirones de vida humana y no humana, con hambre permanente de tiempo y miedo al desempleo, a la precariedad, al empobrecimiento y los otros, por el deseo de vida en una sociedad suficiente en lo material, con alta riqueza relacional y comunitaria y abundancia de tiempo.

¿Puede una sociedad de seres humanos que habitan la Tierra como si no perteneciese a ella aprender a ser terrícola?

El sentido de este libro, Nueva cultura de la Tierra, es balizar este camino. Es fruto del trabajo del Área de Educación de Ecologistas en Acción, un grupo legitimado por sus más de veinte años de pensamiento e influencia en la cultura y la educación. En esta ocasión es Charo Morán, parte del grupo, ecóloga, educadora y una buena amiga, la que compila el resultado del trabajo colectivo de la comisión.

Los contenidos de este libro destilan y profundizan producciones y prácticas anteriores como Educación Ecológica. El currículum oculto de los libros de texto (2006); Cambiar las gafas para mirar el mundo. Hacia una cultura de la sostenibilidad (2011) o 99 Preguntas y 99 Experiencias (2015). Las propuestas que realiza han sido contrastadas durante los últimos años en una multitud de cursos, encuentros, conferencias y conversatorios con colectivos y personas de naturaleza muy diversa (asociaciones vecinales, movimientos de renovación pedagógica, centros sociales, administraciones públicas, etc.). Es un material valioso, no solo para docentes y personas dedicadas a la educación, sino para los movimientos sociales y, en general, la sociedad organizada.

La Nueva Cultura de la Tierra es una propuesta que pretende ayudar a la conformación de personas que se quieran y respeten a sí mismas, capaces de organizarse con otras para construir comunidades justas y equitativas y conscientes de ser parte de la trama de la vida. El Área de Educación de Ecologistas en Acción propone apoyar esta cultura sobre los siguientes puntales:

Decrecer en el uso de materiales y energía. Porque nuestro planeta tiene límites ya superados y resulta urgente afrontar este decrecimiento desde la suficiencia. La suficiencia es un derecho y una obligación. El derecho a que todas las personas tengan lo suficiente y la obligación de que nadie tenga más de lo que le corresponde para posibilitar el bienestar de todas.

No hay forma de satisfacer las necesidades en solitario y por tanto la tarea de decrecer con justicia es un ejercicio de redistribución que hay que hacer en común. Precisamente para los sectores de la sociedad más empobrecidos y precarios, una Transición Ecológica Justa es la única forma de tener esperanza y estar a salvo.

Construir equidad social y comunidad. Porque la Transición Ecológica Justa es sobre todo una cuestión de redistribución y justicia, entre humanos y humanas y con las otras especies. No redistribuir activamente supone agravar escenarios ya evidentes de desigualdad, violencia y destrucción de condiciones de vida. Si no redistribuimos atendiendo a las necesidades, el mercado aplicará su particular ley de racionamiento: si tienes dinero pagas lo que necesitas o deseas y si no, pasas sin lo necesario y vives una vida precaria. Afrontar la crisis ecosocial supone comprometerse con las condiciones de vida buena para todas y todos.

Mantener la biodiversidad. Porque la diversidad es un patrón sistémico de la vida y precisamente en momentos de riesgo, la biodiversidad y la ideodiversidad son un seguro para la supervivencia digna.

Vivir de sol actual. Porque la vida se sostiene gracias a la fotosíntesis y a la energía del sol. Los combustibles fósiles han dopado la economía y ello ha permitido crear una especie de burbuja fosilista que ahora sería preciso desinflar de forma controlada antes de que estalle o se vacíe de forma alocada y violenta, como cuando soltamos abruptamente la boquilla de un globo repleto de aire. Ser consciente de que viviremos de las energías limpias y renovables, pero en un contexto de mucho menor uso de energía es crucial para poder transformar nuestra cultural.

Cerrar los ciclos de materiales. En la naturaleza los minerales existen en una cantidad determinada, si han durado millones de años es porque existe un poderoso proceso de reciclaje que los vuelve a introducir en los ciclos. Por eso, en la naturaleza no existe el concepto de basura: todo se recicla y es objeto de un uso posterior. Si queremos seguir con vida, respetar este proceso es imprescindible.

Poner la vida en el centro priorizando su cuidado. Cuando hablamos de sostenibilidad, lo fundamental es tener muy claro lo que se ha de sostener. Se ha de sostener la vida de los humanos y humanas con respeto al resto del mundo vivo. No hay que sostener el planeta, que se sostiene solo. Hay que sostener la vida humana, que no se mantiene sola y ello implica aprender a habitar la Tierra de una forma diferente. Se trata de que la economía, la política y el funcionamiento de las sociedades tengan como prioridad, por encima de cualquier otra, el cuidado de la vida. La economía feminista, la economía ecológica y los ecofeminismos constituyen una filosofía de vida y una transformación profunda de las prioridades con las que construimos las economías, la política y la vida cotidiana.

La tarea por delante es ingente. Requiere nada menos que disputar los conceptos hegemónicos de producción, bienestar, seguridad y de libertad; de reconocer la ecodependencia y la dimensión relacional de la vida humana; de desvelar la fantasía de la individualidad; así como realizar una urgente alfabetización ecosocial que permita que se comprenda la situación de emergencia y la necesidad de la urgente transición ecológica.

Imaginar cómo construir un futuro viable. Porque para mirar el futuro cargados de esperanza, confianza y fuerza, es preciso prefigurarlo, construir e imaginar utopías – que no fantasías tecnológicas – que permitan saber hacia dónde dirigirse. La memoria, la imaginación y la creatividad son imprescindibles en momentos de cambio. Quedan muchísimas soluciones por construir y todas las personas son necesarias para hacer las paces con la Tierra y entre ellas. El Área de Educación de Ecologistas en Acción te propone, os propone, que os convirtáis en albañiles y arquitectas del cambio.

Hacerse cargo de la crisis ecológica y, simultáneamente, garantizar las condiciones de vida de todas las personas implica asumir los conceptos de límite (relacionado con el ajuste a la realidad material de nuestro planeta), ecodependencia (que obliga a hablar de ciclos, biodiversidad y resiliencia), necesidades (que reconoce a los humanos y humanas como interdependientes), redistribución (que nos permite mantener la esperanza de  satisfacción de las necesidades para todas las personas en un contexto de contracción material), lo común (que pone en el centro el debate y la búsqueda de acuerdos para conseguir esa transición), urgencia (que llama la atención la dinámica acelerada de la crisis ecosocial y sus consecuencias), precaución (que tiene en cuenta que la transición se llevará a cabo en un contexto plagado de contingencias imprevistas) e imaginación (crucial para construir horizontes de deseo compatibles con el contexto ecológico en el que han de ser materializados).

El propósito de la puesta en marcha de un proyecto centrado en la construcción de una sociedad igualitaria y democrática, en la que todas las personas se sientan a salvo, es estimulante y motivador. Este libro es una apuesta contra la crispación, el cansancio, el abandono, la desconfianza, el odio, la tristeza o el pánico que se extienden entre la población.

Es una reivindicación del buen vivir y de la alegría, de la cooperación y del apoyo mutuo, de la resistencia contra la explotación y el abuso, del sentido de pertenencia a la comunidad y a la Tierra de la que dependemos colectivamente.

Es un compromiso con la igualibertad, que diría Jorge Riechmann, entre personas. Con la voluntad de hacernos cargo, de forma corresponsable, de las necesidades de la infancia y su futuro, de las personas mayores, de la juventud, de las mujeres, de las personas migradas y de las que sufren racismo, de las diversas funcionales o de quienes no se integran en las sexualidades normativas.

Un compromiso con una sociedad que no abandona ni deja solas a quienes más lo necesitan. Una sociedad capaz de comprometerse también con sus ríos, sus bosques, sus animales y sus montañas… Con los territorios y la vida que albergan, que hacen posible que seamos, y que tendrán que durar para que quienes vengan detrás puedan tener opciones para ser.

La Nueva Cultura de la Tierra apunta ideas para intentar trazar ese camino. Y para transitarlo, a la vez que se traza. Ojalá que sus páginas, cuidadas, claras y pedagógicas, que sus esquemas, cuadros e infografías constituyan una buena pista para aterrizar.

Para reaprender, como dice Bruno Latour, a habitar la Tierra.

Yayo Herrero