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¿Para qué sirve la OTAN?

Miguel Fernández Ibáñez. Publicado originalmente para La Marea.

Los más mayores aún recuerdan la génesis de la OTAN, su naturaleza esencialmente anticomunista y la primera vez que intervino unilateralmente en la guerra ­de Kosovo. Las nuevas generaciones, en cambio, carecen de esas referencias. No saben muy bien a qué se dedica la Alianza y desconocen los supuestos beneficios que aporta a sus Estados miembros. La teoría dice que se trata de un pacto militar para garantizar la estabilidad mundial. La práctica desmiente esa idea: tras 20 años de intervención en Afganistán, las tropas de EEUU y sus aliados dejan un país sumido en la inestabilidad más absoluta.

Este 2022 España albergará la cumbre de la OTAN, donde se aprobará un nuevo acuerdo de seguridad. Se habla de redefinir su «concepto estratégico», pero expresiones como esa no ayudan a rebajar una de sus principales características: la ambigüedad. En resumen, la OTAN es una sombra de la que es imposible zafarse y que, anualmente, emite informes en los que alerta de las grandes amenazas para la estabilidad global. Ahora son Rusia, el yihadismo y China, los principales enemigos geopolíticos de EEUU.

Estatua de Bill Clinton en Pristina, la capital de Kosovo, en 2019. M. F.

Sin embargo, el siglo XXI atraviesa un momento de multipolaridad y se evidencia la falta de consenso en la Alianza: Turquía amenaza con utilizar sistemas antimisiles rusos y manda barcos a contestar la soberanía de Grecia en el Mediterráneo oriental; Alemania ratifica el acuerdo del gaseoducto ruso Nord Stream 2 y mantiene relaciones económicas estructurales en el sector automovilístico con China; Emmanuel Macron, por su parte, considera absurdo reorientar la OTAN hacia China; y más allá de la prolongada disputa Airbus-Boeing, y aunque fuera bajo la Administración Trump, EEUU impone aranceles a productos de la UE. Alianzas que flaquean y fluctúan en función de los intereses particulares.

Alejandro Pozo, investigador del Centre Delàs, subraya que esta disputa multipolar es puramente comercial; el poder militar obedece a otras reglas: «La OTAN no contribuye a un mundo más pacífico. Yo sigo viendo un mundo unipolar: con alguna excepción significativa, EEUU y sus aliados de la OTAN son los únicos actores dispuestos a utilizar la fuerza militar».

Desde 1949, año de su fundación, la OTAN sirve principalmente a los intereses geopolíticos de EEUU, que obtiene información de seguridad de cada país miembro, despliega sus tropas y adoctrina a las altas esferas militares. La propia OTAN nació con tres propósitos, reza su página web: disuadir el expansionismo soviético; evitar el resurgir de los nacionalismos a través de una fuerte presencia norteamericana en el continente Europeo; y promover la integración política europea. Por lo tanto, no hay que extrañarse de su connivencia con los intereses de EEUU, que destina el 3,72% de su PIB a defensa, o 730.000 millones de dólares, y que aporta el grueso de la capacidad militar euroatlántica. Si bien esta unión facilita la venta de armas de EEUU, el negocio económico probablemente sea menos importante que los pilares abstractos que fundamentan la Alianza: humanitarismo, seguridad, formación, estabilidad.

Puente sobre el río Ibar, en Zvecan. M. F.

El humanitarismo. La Organización del Tratado Atlántico Norte fue fundada para defender a sus miembros del comunismo, aunque se reservó el derecho de intervención en situaciones manifiestas de peligro para el ser humano. Su primera intervención fue en 1999, en su 50º aniversario, cuando apoyó a los rebeldes albaneses en Kosovo. Lo hizo bajo la premisa del «humanitarismo»: supuestamente estaba en marcha una limpieza étnica que, hasta entonces, habían negado las entidades internacionales de supervisión sobre el terreno. El libro El nuevo humanitarismo militar: las lecciones de Kosovo, del intelectual Noam Chomsky, ilustra el doble rasero de la Alianza: ¿por qué en Kosovo sí había que intervenir y en el Kurdistán turco no? Los derechos humanos en función de los intereses de EEUU, que actualmente es el garante del pueblo albanés en los Balcanes y el mandamás de Kosovo: todas las decisiones pasan por la embajada de Washington, que también controla por medio de la OTAN la imponente base militar de Bondsteel. La población serbia detesta a la Alianza no solo porque le arrebató su control ancestral sobre la región sino porque tuvieron que soportar bombardeos en Belgrado, a cientos de kilómetros de Kosovo, y en otras ciudades industriales ajenas al conflicto.

En este caso, el «humanitarismo» promovido por la OTAN significaba bombardear con uranio empobrecido 112 posiciones de los Balcanes. 85 bombas cayeron en Kosovo, sobre todo en la zona oeste, donde estaban desplegadas las tropas internacionales italianas. Al menos 366 soldados italianos han muerto y, desde hace más de 20 años, los afectados buscan que se reconozca e indemnice a quienes han sufrido las consecuencias de la exposición al uranio. La más dramática es el cáncer. En 2018, el Parlamento italiano reflejó en una comisión que hay un «vínculo causal entre la exposición al uranio y las patologías denunciadas». Antes, en Bosnia, como fuerza de paz (por eso no se considera intervención militar), la OTAN ya utilizó componentes radiactivos en la localidad de Han Pisejak, denuncian autoridades serbias como el doctor Nebosja Srbljak, del centro de enfermedades internas del hospital de Mitrovicë, en Kosovo.

La seguridad. La OTAN tiene su génesis en la gestión del miedo y la seguridad. Se trata de una alianza militar y la paz mundial tampoco es que esté entre sus objetivos principales. De los lugares en los que ha intervenido, destaca sobre todo Afganistán. La seguridad allí nunca pasó de algunas ciudades, y todo bajo estresantes medidas de protección. Con la reciente retirada de las tropas internacionales se ha demostrado que la fuerza, sin el apoyo popular, no tiene fundamento: en un abrir y cerrar de ojos los talibanes han tomado todo el país.

Lo curioso de todo este entuerto es que el islamismo radical que ahora la OTAN y EEUU dicen querer erradicar fue financiado por ellos mismos en su lucha contra el comunismo. Parece que es momento de demonizar a China, que juega en el capitalismo con las mismas reglas de los Estados que lo crearon. La crisis con Huawei y las redes 5G es solo uno de los casos que engrosan la larga lista de eventos destinados a desprestigiar a China. Probablemente la tensión irá en sincronía con los acontecimientos en Taiwán y Hong Kong. Eso sí, mientras los chinos siembran el mal en el mundo, la Turquía de Erdogan seguirá aplastando a la oposición y calentando las fronteras en todo Oriente Medio.

Desde la capitulación del bloque comunista, la expansión de la OTAN es manifiesta: Hungría, República Checa y Polonia se unieron en 1999; en 2004 le llegó el turno a Estonia, Letonia, Lituania, Eslovaquia, Bulgaria, Rumanía y Eslovaquia; en 2009, a Croacia y Albania; en 2017, a Montenegro, país con una importante población serbia; y en 2021 ingresó Macedonia del Norte. Sin embargo, habida cuenta del control ruso y chino en Asia, ¿cómo podrá la OTAN brindar seguridad si el nuevo gran enemigo, China, está a miles de kilómetros de las principales bases la Alianza?

En su último comunicado, la OTAN apuntaba a la creciente importancia de Japón, Corea del Sur, Nueva Zelanda y Australia. También las repúblicas de Asia central tendrán un papel clave en esta expansión, sobre todo en Uzbekistán, que parece virar poco a poco hacia Occidente,) y por supuesto Pakistán e India, dos actores que se odian y que no pueden formar ninguna alianza que incluya al otro.

De momento, la Organización de Cooperación de Shanghái, la versión asiática de la OTAN que incluye a Rusia y China, pide que se retiren los efectivos militares euroatlánticos de las bases de la región. El problema de esta expansión es la reticencia francesa y de otros importantes países a catalogar a China como enemigo sistémico. Esta ambigüedad tiene su razón en los diferentes intereses económicos de los países miembros, que no quieren cerrar la puerta a la que pronto será la principal economía del planeta.

El adiestramiento. Los Estados que integran la OTAN comparten información sensible, ahora también en ciberseguridad, y forman a sus respectivas fuerzas militares. Estos oficiales acaban siendo muy influyentes. Algunos sirven a los intereses geopolíticos de EEUU. Los estadounidenses cuentan con un programa de Asistencia Militar para colaborar en el entrenamiento de ejércitos aliados. Además, el papel de la OTAN ha sido fundamental para «cultivar relaciones bilaterales con las fuerzas armadas de otros países», según explica Ömer Aslan, de la Universidad Bilkent, en su tesis U.S. Involvement in Military Coups D’Etat in Turkey and Pakistan during the Cold War: Between Conspiracy and Reality. En ella analiza dos asonadas en Pakistán, en 1958 y 1977, y dos en Turquía, en 1960 y 1980.

Turquía, miembro de la OTAN desde 1952, y Pakistán tienen una fuerte estructura militar. No necesitan el apoyo operativo de EEUU para acometer asonadas, pero tampoco pueden retar por sí mismos a Washington. «Si bien el desencadenante de los golpes fue local, el estudio encuentra que los golpistas consideraron esencial contar con el respaldo de EEUU, que apoyó de diferentes maneras las cuatro asonadas, y sostiene que la educación y entrenamiento militar y la adhesión a la OTAN no hicieron que los golpistas respetaran las normas democráticas en Turquía, sino que permitieron [a EEUU] un conocimiento detallado de las fuerzas armadas turcas y paquistaníes y facilitaron la transición posterior a la Junta», sostiene Aslan. «Con respecto al golpe de Estado del 12 de septiembre [de 1980] en Turquía, el propio [general Kenan] Evren dijo que, durante las conversaciones con comandantes de alto nivel en un encuentro de la OTAN, sintieron que EEUU no se opondría a una intervención militar en Turquía, lo cual les alentó a intervenir», añade sobre una asonada que terminó por asentar las doctrinas liberales e islamistas en Anatolia.

La estabilidad. El último miembro en unirse a la Alianza fue Macedonia del Norte, que tuvo que cambiar su nombre para evitar el bloqueo de Grecia y poder entrar en la UE y la OTAN. En cualquier caso, la aprobación fue a regañadientes, un poco como ocurrió en nuestro país en los años ochenta. La ilusión española por refrendar la adhesión al bloque occidental y confirmar la exitosa Transición allanaron el camino, aunque el apoyo no pasó del 52% de los votos. En Macedonia, la participación en el plebiscito (aplaudido por Bruselas) fue del 34%, inferior al 50% que reclama la Constitución para validar una consulta popular. Dio igual: la reforma fue aprobada en el Parlamento con tránsfugas y gracias a políticos corruptos conniventes con Occidente. Una anécdota: en España la votación en el Parlamento para aceptar a Macedonia contó con la abstención de Unidas Podemos.

La sociedad macedonia terminó por aceptar la OTAN porque teme las ansias anexionistas de albaneses y búlgaros: los primeros consideran que el oeste del país es parte de la Albania histórica y los segundos, en resumen, aseguran que los macedonios eran búlgaros hace un siglo y que son una creación artificial de la Yugoslavia de Tito. Mientras la geopolítica realiza estos análisis, miles de balcánicos huyen a Europa en busca de oportunidades laborales: estabilidad fronteriza y militar (lo que ofrece la OTAN, en definitiva) no se traduce siempre en estabilidad social.