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Riqueza nacional y bienestar social

Albino Prada, Consejo Científico de Attac. Publicado originalmente para infoLibre.

Más desarrollo con menos crecimiento

El desajuste entre un vigoroso ritmo de crecimiento económico y de producción de riqueza en un país (que en general evaluamos por el PIB) y sus logros en desarrollo o bienestar social es el asunto central que nos ocupa en este ensayo.

Entendiendo aquí por un alto desarrollo o bienestar social aquella situación en la que, generalizando el criterio de justicia de Rawls, la calidad de vida de todos y cada uno de los ciudadanos del mundo no dependa del país, la generación, la región, la familia o la herencia genética que a uno le haya otorgado el azar.

Alcanzar tal nivel de desarrollo sería un logro civilizatorio de primer orden, para el que, en estos comienzos del siglo XXI, nos queda mucho trecho que andar. Como se verá en este ensayo no serán la tecnología o el consumismo las herramientas decisivas para conseguirlo, sino más bien la inteligencia e instituciones colectivas de las que seamos capaces de dotarnos.

En esa misma publicación se puede comprobar como España, en el quinquenio 2012-2017, sería, de entre las economías ricas del mundo, una en la que más crecimiento económico se anotó pero también, sin embargo, fue -después de Grecia- el país que más habría deteriorado su bienestar o inclusividad social.Cuando ya finaliza la segunda década del siglo XXI se comprueba que vivimos y sufrimos aquel desajuste. Así, por ejemplo, en una reciente publicación del Foro Económico Mundial los Estados Unidos de situarse en el grupo de cabeza, entre los países más ricos del mundo en cuanto a nivel de crecimiento (novena posición), descendían al grupo de cola (posición veintitrés de treinta países) cuando se evalúa su nivel de inclusividad o bienestar social. Puede decirse que estarían transformando crecimiento en subdesarrollo.

Quizás ese sea el motivo por el que en un reciente documento de nuestro Ministerio de Economía se reconoce paladinamente que “el dinamismo económico es condición necesaria pero no suficiente para garantizar el bienestar”. España sería un ejemplo paradigmático, entre muchas otras economías, de cómo en la salida de la Gran Recesión del año 2008 el logro de un importante crecimiento económico asociado a la digitalización y automatización, lejos de mejorar, estaría empeorando su nivel de bienestar e inclusividad social. Crecimiento sin desarrollo.

Las principales conclusiones de este ensayo en relación a esa disyuntiva, y a escala mundial, son las que anotamos a continuación.

Los despilfarros de riquezas y seres humanos son habituales en nuestra actual forma de producción y distribución de riquezas. Tales despilfarros son compatibles con una economía en la que crece el PIB, pero en la que al mismo tiempo se erosiona el bienestar social y ambiental.

Los actuales impactos ambientales inducidos por un tal crecimiento ya superan en más de un treinta por ciento los límites de carga del planeta (en 2050 necesitaríamos dos planetas). Para evitarlo se hace necesario realizar un gran viraje en la producción y población mundiales: permutando cantidad por calidad. Ya que menores niveles de producción e ingresos se asocian a menores huellas ecológicas y pueden asociarse a mayores niveles de bienestar social.

El desarrollo social, a diferencia del crecimiento económico, no debe identificarse con el incremento del PIB. Sería positiva, y sostenible, a escala global una convergencia en niveles de riqueza y bienestar social con los países de renta media europeos. No se trata de emular a los más ricos, sino a algunos menos ricos que alcanzaron logros de desarrollo semejantes. Una tal convergencia no permitiría soslayar los problemas distributivos apelando al crecimiento.

Dimensiones del desarrollo y bienestar social

Para evitar la duplicación de la población en los países del Sur es imprescindible ampliar (en años y cobertura) la escolarización femenina. En general una educación y sanidad -universales y públicas– son clave para el bienestar y estabilidad de la población a escala mundial.

Por debajo de la frontera de los quince mil dólares de ingresos es posible igualar el desarrollo social de países más ricos. Es posible acercarse al nivel de bienestar de algunos de los países más ricos del mundo sin igualar su nivel de producción y consumo.

A un mismo nivel de ingresos medios por habitante de dos países se pueden asociar diferencias de treinta años de esperanza de vida. Es por ello que existe un amplio margen de actuación para mejorar la transformación de un menor crecimiento económico en un mayor bienestar social o crecimiento inclusivo.

Enumeramos propuestas de actuación para lograr mayores niveles de desarrollo sin mayor PIB, y éste con menos salariado, pero con mucho más tiempo disponible para aquellos usos virtuosos de la riqueza social que generan desarrollo y en los que nunca el exceso es despilfarro. Esas reformas sociales y económicas (sociedad decente) nos permitirían evitar tres colapsos: ecológico, institucional y moral.

Es necesario democratizar y reforzar las instituciones globales, singularmente una UE con autonomía fiscal, y, al tiempo, renacionalizar los suministros y las finanzas. Solo así la ampliación y la liberación de los mercados de capitales no entrará en conflicto con otros objetivos humanos.

También necesitamos una fiscalidad mundial sobre el creciente capital, de entrada, en la UE, y un tramo del impuesto de sociedades en Europa para evitar la secesión de los ricos. Y poder financiar una renta mínima universal, asociada a políticas activas de formación, a una menor jornada laboral y a un creciente pro-común.

A escala estatal las rentas salariales (y su consumo) han de dejar de ser los costaleros del Estado de Bienestar. Se deben recuperar los tipos máximos del pasado y evitar el gorroneo de otras partes del valor añadido, y, de paso, no penalizar las actividades más intensivas en empleo digno.

La llamada economía 4.0 provoca una polarización del empleo y de la riqueza, también debilita el Estado Social, lo que refuerza la conveniencia de acometer las redistribuciones planteadas en estas conclusiones, y salvaguardar la provisión personal (salarial-pública o vía renta mínima y pro-común) en las que el dinero no debe ser el fin primario.

La economía de mercado no debe mutar en sociedad de mercado. En una sociedad decente coexistirán áreas de mercados competitivos, regulaciones y provisiones públicas para bienes preferentes y un creciente pro-común colaborativo.