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Una salida justa al laberinto de la transición energética

Publicado originalmente en ctxt.es

Irene Calvé Saborit & Juan Bordera.

El caos climático –que en parte ya hemos desatado– es el mayor reto al que se enfrenta la humanidad. Es de una evidencia incontestable que la solución más sencilla y rápida para la ineludible descarbonización sería sustituir cuanto antes consumos finales fósiles por electricidad renovable, tanto en climatización como en transporte. Y estamos invirtiendo cantidades ingentes de dinero público en la instalación masiva de renovables con este propósito.

El reto agroalimentario, la otra gran encrucijada, tiene el potencial incluso de ser un sumidero de carbono. En este análisis propositivo nos vamos a centrar en la situación actual del laberinto renovable y las posibles opciones que tenemos para asegurar esa justicia sin la cual todo el proceso difícilmente será aceptado por la sociedad. 

Hoy en día, la principal información en nuestro país sobre qué objetivos queremos alcanzar en materia de renovables proviene del Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC), un plan solamente indicativo, que pretende alcanzar sus objetivos gracias a la “autorregulación del mercado”. 

Según el PNIEC, en 2030 España debería tener una potencia total instalada de 50GW de eólica y 39GW de solar fotovoltaica. El plan prevé un aumento de la demanda que incluye, entre otras, la descarbonización del sector de la movilidad con cinco millones de vehículos eléctricos en 2030.

Según Red Eléctrica Española (REE), hoy en día hay más de 100 GW de energía solar y más de 40 GW de energía eólica en desarrollo con permiso de acceso a la red. Tomando por ejemplo la solar y suponiendo que el 60% de estos proyectos consiga superar todos los hitos (más del 75% consiguieron la Declaración de Impacto Ambiental positiva) nos quedarían unos 60GW de nuevos proyectos de solar en 2025 que sumados a los 20GW ya instalados resultaría en el doble de lo planificado en el PNIEC para 2030.

Además, estamos viviendo algunos episodios en los que empieza a observarse una saturación de la red eléctrica a la hora de absorber la energía renovable no gestionable, como en enero, cuando REE tuvo que apagar 5 GW de eólica para hacerle sitio a la solar. A pesar de tratarse, de momento, de un hecho aislado, para que estos episodios –conocidos como curtailment– no comiencen a ser algo habitual con la conexión de más y más nuevos proyectos, resulta imprescindible desarrollar en paralelo el almacenamiento y las interconexiones eléctricas.

En cuanto a las interconexiones eléctricas, podemos afirmar que no van a llegar a tiempo ni serán suficientes como para siquiera alcanzar los objetivos de la UE para 2030. Solo hay que fijarse en los retrasos y dudas que surgen en los proyectos tanto a través del Pirineo, como submarinos.

En el caso del almacenamiento, más allá del bombeo hidráulico, que no prevé un gran incremento de capacidad en los próximos años –y que además depende parcialmente de una climatología cada vez menos estable–, no parece que ahora mismo se cumplan las condiciones técnico-económicas ni regulatorias que garanticen los retornos esperados para el desarrollo masivo de almacenamiento de aquí a 2030.

A estos problemillas les podemos añadir las dudas más que razonables sobre la electrificación masiva de la movilidad. Cuando vemos las declaraciones de exdirectivos de Volkswagen afirmando que “los precios de los coches eléctricos no bajarán a corto plazo y los que ayer conducían un Opel Corsa, mañana irán en autobús” o a Alemania reculando con la prohibición de venta de coches de combustión, parece evidente la necesidad de preguntarse por qué sigue instalándose tanta renovable y qué vamos a hacer con tanta electricidad no gestionable.

La respuesta a por qué se sigue instalando energía renovable no es ningún enigma; se trata de un negocio extremadamente rentable. La combinación entre la crisis de precios de electricidad, la paridad de red para la mayoría de los proyectos, las numerosas subvenciones y la financiación concesional disponible, han desatado una verdadera ola de inversión en el sector, y, por supuesto, los fundamentos para una gran burbuja. Los propietarios de los activos no son otros que los sospechosos habituales: fondos de inversión públicos, extranjeros y privados, así como las grandes empresas del sector energético.

Sobre qué vamos a hacer con el exceso de electricidad de origen renovable, la respuesta es obvia: hidrógeno verde. Estas dos palabras parecen ser una suerte de fórmula mágica que pretende acallar todos los cuestionamientos que puedan surgir sobre la instalación masiva no planificada de renovables. Sin embargo, las dudas sobre la viabilidad técnica y económica de esta “solución” han sido enumeradas en multitud de artículos científicos, así como los cuestionamientos más que lícitos sobre a quién beneficiaría este hidrogeno “verde”–cuyas necesidades hídricas no son menores– y sobre la posible colonización energética de España para beneficio del norte de Europa. En el fondo, con el hidrógeno, de lo que estamos hablando en realidad, es de la apuesta gatopardista del sector energético.

A estas alturas del texto, más de uno estará pensando ya que hay que cancelar esta línea de pensamiento por “retardista”, proponiendo en muchos casos dejar de lado “ideologías”, asumiendo que las inercias del capitalismo neoliberal están bien asentadas y no son cuestionables ahora mismo. Nos cuesta entender cómo desde estas posiciones se puede entonces hablar de transición energética justa. 

Bajo este prisma resulta fácil argumentar que la transformación de la energía en un bien de lujo, al alcance de unos pocos, a unos precios mucho más elevados, provocaría una inmediata disminución de las emisiones. Parcialmente ya estamos observando estas situaciones cuando se habla de “flexibilidad de la demanda residencial”, es decir, que el más pobre deje de consumir electricidad en las horas de precios más elevados. Obviamente, facilitar la flexibilidad de la demanda redunda en beneficio de todos. Pero hay que hacerlo socializando en su mayor parte los beneficios para ayudar a los más desfavorecidos, justo al revés de cómo se está haciendo a través del mercado. 

Pero quizá lo más llamativo de todo el proceso sea por qué estas mismas personas que tratan de acallar cualquier crítica al modelo actual no están poniendo el grito en el cielo cuando se está privatizando el tren de cercanías en este país, una tecnología cuya planificación e inversión pública podría jugar un papel clave en la descarbonización del transporte ligero. ¿Por qué no se lucha con la misma vehemencia contra la obsolescencia programada y contra el gasto energético que conlleva? ¿O contra la producción de ropa masiva deslocalizada para un consumo irracional?

Las multinacionales y fondos de inversión están aprovechando un tema tan serio como el cambio climático para su propio beneficio, fomentando la producción y explotación privada de instalaciones de energía renovable para reducir las emisiones, pero obviando los problemas que forman parte de la propia naturaleza del sistema capitalista: consumo incontrolado, agotamiento de recursos, falta de planificación, cortoplacismo; o que no pueden usarse para favorecer la acumulación de capital y son tratados como “externalidades”: pérdida de biodiversidad, escasez de agua, generación de residuos o degradación de los bosques.

Por lo tanto, antes de hablar de cómo y dónde tenemos que instalar plantas de renovables, lo urgente es reflexionar cuántas y para alcanzar qué objetivos. Sólo mediante la planificación del sector eléctrico y apoyándonos todo lo posible en la inteligencia colectiva y en la democracia participativa se puede definir qué sistema de producción y consumo nos permitirá alcanzar una transición energética realmente justa. 

Pero para ello no requerimos una planificación indicativa que se base sólo en señales de precio, sino de una planificación soberana, que tenga en cuenta las cuestiones tratadas anteriormente, más aún en el país con mayor riesgo de desertificación de Europa. Un riesgo que no aumentará o disminuirá dependiendo de cuántas renovables instalemos, sino que lo hará proporcionalmente al descenso del ritmo de emisiones, para lo cual es mucho más importante la reducción de energía fósil –y por tanto de la producción y consumo superfluos–, que la instalación de renovables. Está a la vista de quien no se quiera poner una venda en los ojos: 2022 es el año con mayor instalación de renovables, y a la vez con mayores emisiones de la historia

Esta planificación imprescindible tiene que poder ejecutarse, y como hemos visto a través del ejemplo del PNIEC, las señales de precios e incentivos en forma de subvenciones y financiación concesional no son una herramienta óptima, ni mucho menos. Para empezar deberíamos crear una empresa pública de generación debidamente capacitada y capitalizada, que permita acceder a un coste de capital más barato, lo que podría ayudar a evitar que subastas de renovables queden desiertas. Esta empresa podría también ser propietaria de los paneles solares de autoconsumo, y sobre todo, debería recuperar las concesiones hidroeléctricas para ponerlas al servicio del operador del sistema. Así este recurso público podría ser utilizado para maximizar el bienestar, y no para maximizar beneficios de multinacionales.

Este debate es mucho más que legítimo, es necesario. Y por suerte cada día somos más personas e incluso asociaciones de afectados aunando esfuerzos para evitar caer en la dinámica absurda del “o estás conmigo o contra mí”, del divide y vencerás que tan útil resulta a los pocos que se benefician de que nada cambie. Necesitamos con urgencia un debate nacional, con apertura de miras, respeto y empatía, sobre cómo ayudar a que esta transición genere el menor daño posible en el territorio.

Estas son sólo algunas propuestas que no cuestionan la obvia necesidad de algunas centrales renovables ni por supuesto la urgencia de la emergencia climática. Cuestionan un modelo, el basado en el crecimiento, que hace aguas, mientras seca la Tierra. Un edificio no puede crecer eternamente porque cuanto más crece, más imposible se vuelve su propio equilibrio.