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Europa, el elefante en el salón del 26J

Isidro López / Emmanuel RodríguezCTXT

Pedripol
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Vamos camino de una «segunda vuelta», última estación de un largo ciclo electoral, pero ¿qué tal si volvemos a plantearnos lo fundamental? De una forma deliberadamente «dogmática», invitamos a abrir la discusión sobre la única escala territorial que en última instancia resulta determinante: Europa.

1. La Unión Europea es el mayor experimento político de la era neoliberal. Ese experimento ha consistido en la creación de una esfera (meta)estatal, especializada fundamentalmente en la regulación económica, ajena a la presión democrática y, a su vez, sometida a presiones muy difuminadas, pero encabezadas por los grandes lobbies corporativos. Su propósito no ha sido otro que el de dirigir la extracción y centralización del beneficio a escala continental. Lo que ya no era posible a escala del Estado nación (dirigir los ciclos económico-financieros), ha resultado posible gracias al encaje europeo. Si el neoliberalismo es la conquista del Estado por parte de los poderes financieros, la Unión Europea es su máxima expresión.

2. La crisis europea es la crisis del capitalismo financiarizado. Esta crisis es, en última instancia, el resultado de la imposibilidad que tiene el capitalismo actual para ofrecer más orden social que el del crédito y su reverso, la deuda. Europa y el capitalismo financiero, al que en definitiva representa políticamente, tienen poco que ofrecer, tal y como se muestra en casi una década de políticas de austeridad.

La llamada crisis de los refugiados es una consecuencia directa del orden que imponen las políticas de austeridad, que ayer fueron crédito y expansión, y hoy son deuda y disciplina. Desde un punto de vista político, las políticas de austeridad no son únicamente, ni siquiera fundamentalmente,  políticas de recortes y privatizaciones, sino la imposición, para un 80% de la población, de un férreo imaginario de la «escasez»: un «no hay suficiente para todos». Se explica así que un millón de refugiados, cifra que en otras épocas históricas hubiera resultado insignificante, pueda generar hoy un terremoto político a escala continental.

Los comedores sociales muy frecuentados por «nativos» en Alemania ya existían antes de la llegada de los refugiados; estos simplemente los han visibilizado. La larga crisis de los países centrales, que sigue el ritmo de un cuentagotas, antes que el de un derrumbe de la estructura social como en los países del sur del continente, ya estaba ahí. La llegada de los refugiados ha servido para instrumentalizar la crisis por formas reactivas y xenófobas.

3. La legitimidad de la Unión Europea es el fruto del fuerte desarrollo desigual dentro del continente. La percepción de Europa como sinónimo de libertades y derechos resulta todavía fuerte en las periferias y semiperiferias europeas, que han experimentado una carencia histórica de esos mismos derechos y libertades. Esas demandas han vuelto sobre los países centrales alimentando el mito de la misión civilizatoria europea: una suerte de retorno de los viejos sueños de su pasado imperial. En este sentido, la amalgama de tiempos históricos diferentes, pero coexistentes, ha generado no pocas superposiciones, algo por otro lado típico de las periferias y semiperiferias; como cuando en la España felipista las clases medias nacientes clamaban por Europa. Estas pedían al Estado bienestar y derechos, y en el mismo paquete recibían neoliberalismo y financiarización, entonces fuerzas ascendentes en el continente.

4. La salida o no del euro es un falso debate. El vínculo monetario no es la principal atadura que une a los territorios europeos. Por debajo de la unión monetaria, se ha configurado una división continental del trabajo. Los territorios europeos, también en las escalas regional y local, se han especializado en distintas actividades, en distintos puntos de un mismo proceso productivo. El centro mantiene sus funciones como exportador y centralizador de capitales, la semiperiferia sur consume a crédito los productos de esas mismas líneas de exportación y da salida al exceso de capital centralizado mediante burbujas inmobiliarias. Por último, los países del este ponen la fuerza de trabajo, ya sea como inmigración o como outsourcing de segmentos productivos de los países centrales.

Europa es, hoy, un conjunto de diferencias interrelacionadas materialmente. Salir de la moneda común no implica, bajo ningún concepto, escapar de este entramado de relaciones. No sólo no es sinónimo de independencia y soberanía, sino que puede servir como multiplicador de la dependencia y la falta de soberanía. La pregunta pertinente, la que interpela a los países centrales para que asuman la responsabilidad material que les corresponde en el establecimiento de un modelo del que son beneficiarios, pero que construimos entre todos, no es sencilla. No obstante, los atajos están invalidados, y la salida del euro es uno de ellos.

5. La construcción de la Unión Europea como una fuerza supraestatal neoliberal no anula los Estados-nación, sino que los usa para sus propios fines. Los Estados nación sirven, como por otro lado suele ocurrir cada vez que el capital se ha reconstruido en la esfera transnacional, como diques de contención de los efectos que generan las directrices económicas de la UE. Las políticas de austeridad vienen de Bruselas, pero es el Estado español, incluidos ayuntamientos y comunidades, quien tiene la responsabilidad de gestionar el malestar que generan los recortes y las privatizaciones. La afluencia de refugiados está directamente relacionada con las políticas y los intereses de la Unión Europea en los países de origen, pero la gestión y la represión de los flujos de refugiados corresponde a los países limítrofes.

Cuando Hungría y Austria anuncian la construcción de un muro en la frontera interna, cuando España refuerza la valla de Melilla, cuando el Reino Unido amenaza con marcharse si no se anulan los derechos de ciudadanía de los europeos residentes o, más en general, cuando en los países centrales y del este crecen las opciones políticas xenófobas no se está amenazando el orden europeo, sino reforzando la función de contención de los Estados nación. Conocemos la contraparte: vía libre a las grandes líneas económicas neoliberales, ataque a los salarios, recortes, privatizaciones y endeudamiento masivo.

6. Mientras no haya democracia en Europa no puede haber democracia en los Estados que la integran. Este es un punto especialmente delicado, resulta incomparablemente más fácil hacer como si fuera posible una transición hacia la democracia política y la justicia económica en los marcos nacionales. A eso hemos jugado por estos lares durante el largo ciclo electoral que hemos atravesado.

Podemos poner todas nuestras fuerzas en derribar al PP y a Rajoy, pero desde el punto de vista europeo y durante los últimos dos años, estos han sido sostenidos por las políticas expansivas del BCE y el perdón de los recortes de la Comisión. Podemos centrarnos en superar al PSOE y dejar atrás a Ciudadanos, pero estos dos partidos sólo son peones en los próximos ajustes que ordenará Bruselas. Podemos preparar el más impecable programa económico neokeynesiano, hasta Schäuble podría apreciar su interés y belleza formal, al mismo tiempo que ordena destrozarlo. Hasta que no seamos capaces, y no es sencillo, de politizar la esfera europea, de dar un salto de ambición y de responsabilidad, cualquier demanda social tendrá que ser reajustada a la baja y cualquier terreno conquistado lo será solo temporalmente.

Ahora que empieza una nueva campaña electoral, ¿seguirá Europa siendo el tema «peliagudo» que las familias (políticas) se cuidan de no sacar en la cena de Nochebuena?