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La polarización regional del empleo

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Carlos Vacas Soriano

La reciente evolución de las desigualdades económicas y sociales en el seno de la Unión Europea (UE) ofrece una lectura dispar. Las desigualdades entre los países de la UE vienen disminuyendo fuertemente desde hace tiempo, pero las disparidades han aumentado dentro de muchos de estos países, en particular durante la última década. Esta brecha entre los que más y los que menos tienen dentro de cada sociedad ha crecido debido a factores como el aumento del desempleo durante la última crisis económica o un cambio tecnológico, que beneficia más a los que tienen mayores niveles educativos. Otro factor menos explorado pero cuya importancia parece estar reforzándose son las crecientes disparidades entre las diferentes regiones dentro de un mismo país. Un reciente informe de Eurofound explora la evolución de la estructura del empleo entre las diferentes regiones en los nueve países europeos más grandes.

Tendencias regionales en la estructura del empleo en España

Existen notables diferencias entre las regiones de España en cuanto al tipo de empleo que han creado en los últimos quince años. El gráfico muestra el número de empleos netos que se han creado entre 2002 y 2017, diferenciando entre aquellos de nivel salarial alto, medio y bajo. Los tres mayores polos de generación de empleo han sido, por este orden, Cataluña, Madrid y Andalucía. Sin embargo, responden a patrones diferentes: Madrid destaca por ser capaz de crear muchos más empleos de salarios altos que de salarios bajos, lo que la ha convertido en la única región que tiene una estructura del empleo de más calidad que la media de la UE; Cataluña es la región que creó más empleo, pero se crearon más trabajos de salarios bajos que de alta remuneración; en Andalucía, la mayoría de nuevos empleos son de salarios bajos. En comparación con estas regiones, el empleo creado en las otras regiones españolas es relativamente pequeño y además tiende a estar concentrado en los trabajos más precarios (especialmente en la parte sur del país).

Gráfico. Cambio absoluto en el número de empleos (en miles), según su nivel salarial y por región (2002-2017)

 

 

Por otra parte, también se ha producido una polarización en los grandes ejes de generación de trabajo, pues los empleos asociados a salarios de rango medio crecieron menos que el resto o incluso menguaron. Esto se debe a que las grandes ciudades, como Madrid o Barcelona, concentran tanto actividades de servicios de alta productividad como servicios de baja productividad como los cuidados, lo que aumenta las desigualdades en los grandes núcleos urbanos. Esta polarización del empleo se explica también por la desaparición de muchos empleos de corte industrial que aportaban empleos de salarios de rango medio: por ejemplo, Cataluña es de las regiones europeas que más ha sufrido este fenómeno, pues su porcentaje de empleo industrial ha pasado del 29% al 17% durante este periodo, en beneficio del sector servicios.

La estructura del empleo en España sigue siendo en general de menos calidad que la media de la UE. Con la excepción de la capital, todas las regiones cuentan con una mayor proporción de trabajos de menores salarios y con una menor proporción de aquellos trabajos con mejor remuneración que la UE en su conjunto.

El auge de las capitales

Los datos para España están en la misma línea de lo que está ocurriendo en el resto de países europeos. Algunos de los datos clave son que el empleo (y la población) se está concentrando de forma creciente en los grandes núcleos urbanos, y especialmente en las capitales, donde además la calidad del empleo está mejorando ya que están generando una cantidad considerable de empleo de alta remuneración.

EN EL CONJUNTO DE LA UE, MÁS DEL 70% DEL EMPLEO SE CENTRA EN ACTIVIDADES DE SERVICIOS, PERO SUBE A CASI EL 90% EN EL CASO DE LAS REGIONES MÁS URBANIZADAS

A pesar de inconvenientes como el mayor coste de vida, la polución y el tráfico, parece que se imponen las ventajas de las grandes urbes como centros de poder y toma de decisiones, aprendizaje y entretenimiento, donde existe una gran variedad de empresas y potenciales empleadores para una gran cantidad de trabajadores, muchos de ellos muy cualificados. Este proceso se agrava además de forma automática, pues los motivos que llevan a las empresas y a la gente a localizarse en los grandes centros urbanos se refuerzan a medida que la aglomeración progresa.

Este proceso está además muy relacionado con el paso de una economía industrial a una de servicios: en el conjunto de la UE, más del 70% del empleo se centra en actividades de servicios, pero sube a casi el 90% en el caso de las regiones más urbanizadas. Muchos de estos trabajos de servicios de alta cualificación (por ejemplo en el sector financiero, actividades profesionales y científicas o de información y comunicación) se concentran en las capitales y en otras grandes urbes donde se agrupa la población, en contraposición a lo que ocurría con la actividad industrial que no dependía tanto de la cercanía a los grandes núcleos urbanos.

Un caldo de cultivo que erosiona la democracia

Si bien este proceso de auge de las capitales también puede darse en otras grandes áreas urbanas del mismo país (por ejemplo, Barcelona, en el caso de España), otras regiones periféricas representan el reverso de la moneda, a menudo afectadas por un decaimiento de la actividad económica, una reducción relativa del empleo de calidad y a menudo también de empleos de salarios medios por el declive industrial. En nuestro país, el concepto de la España vaciada ha ido haciéndose más conocido en los últimos años como consecuencia de esta realidad.

Se genera así la sensación de que las capitales se están beneficiando mucho más de la globalización y el cambio tecnológico, mientras otras regiones sienten que su situación económica y social se está resintiendo. Este crecimiento regional desequilibrado está contribuyendo a la polarización política y social, al desencanto de muchos ciudadanos y a la emergencia de movimientos políticos que intentan capitalizarlo. Esto se evidencia en el aumento de movimientos nacionalistas y populistas que se ha producido en muchos países europeos, incluido España. Este mapa regional del desencanto parece visible también en el movimiento de los ‘chalecos amarillos’ en Francia o en el papel del cinturón industrial de EE.UU. para aupar a Donald Trump a la presidencia.

El estudio que se presenta aquí sugiere que estas corrientes no parecen explicarse principalmente por fenómenos políticos o culturales específicos de cada país. Se relacionan más bien con tendencias económicas generales que están afectando a la división geográfica del empleo en la mayoría de los países desarrollados y que están ocasionando un reparto desigual de los frutos de la globalización, de la terciarización de la economía y de la revolución digital.

Sin embargo, esto no significa que los poderes públicos no tengan medios para corregir o incluso revertir estas tendencias. Por ejemplo, el sector público siempre ha jugado una función muy importante para sostener el mercado de trabajo y dotar de empleos bien remunerados a aquellas regiones que no disponen de una gran actividad económica privada, tanto mediante la creación de empleo público como a través de inversiones y políticas de desarrollo regional. Este papel equilibrador regional del sector público se ha visto minado en los últimos años por las políticas de austeridad, que sin duda han contribuido al aumento de las disparidades regionales en los países europeos.

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Carlos Vacas Soriano es investigador de la Fundación europea para la mejora de las condiciones de vida y trabajo (Eurofound), doctorado en Economía aplicada por la Universidad de Salamanca.