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¿Qué ha pasado en cinco años?

#Cincoañosdel15M

Guillem Martínez  ctxt

El 15M sigue teniendo el aspecto oficial de una seta. De algo que crece sólo con lluvia y viento. No es así. Responde a dinámicas anteriores por parte de una generación que salió del huevo –del huevo ése del que todo el mundo sale cuando empieza a tener arrugas definidas en el celebro– entre siglos, y que quizás tiene como hecho generacional determinante la Cumbre del G8 en Génova, 2001. La primera vez que escuché hablar del 15M, por ejemplo, fue unos meses antes. Carecía de nombre. «Iba a pasar algo», escuché de varias personas que hablaban el dialecto de su generación. Algo relacionado con palabras como 11M, con No a la Guerra, con No tendrás Casa en Tu Puta Vida, con No nos Representan, con la corrupción, con la austeridad,  con desahucios, con un Régimen, y también unos medios, que lo modularon durante 30 años, le dieron la razón o, como dice Amador Fernández-Savater, crearon en torno de él un sentido común, una idea de la normalidad, que era imposible de modificar o, ni tan siquiera, criticar sin caer en la marginalidad más absoluta. Todo eso, toda esa energía y complicidad, ya estaba sucediendo en la Red, que hervía. Era difícil para un miembro de otra generación valorar ese hervor. Yo, sencillamente, por ejemplo, y en mi pesimismo, no lo valoré, o lo valoré como, únicamente, un hecho, lo dicho, generacional. No fue así.

En un primer momento el 15M fue una manifestación extraña, en la que sucedió algo extraño, visto en otras manifestaciones anteriores. Pequeñas pancartas, individuales, con lemas eléctricos, poseedores de otra lógica, tan alejada de la hegemónica que parecía casi poética. Después, un par de pequeñas acampadas. A los dos días, muchas más, moduladas por las dos grandes acampadas, a su vez, exóticas y mastodónticas. En el topos de las banderas, carecían de banderas. Estaban organizadas. Con una organización funcional, impecable. Con metodologías propias de aquella generación y, tal vez, con metodología científica. Aquellos chicos y chicas, en fin, no eran de letras. Provenían de las ciencias sociales y duras. Sabían lo que era trabajar en grupo, sin verticalidad, en torno a una hipótesis. La cosa fue tan descomunal que fue sobrepasada. Desbordada. Tanto que los activistas/el activismo inicial cambió, tal vez definitivamente, y dejó de parecerse a lo que había sido tan sólo unos días antes. «Un activista era, antes, un miembro de una suerte de tribu urbana, después pasó a ser uno más, otra cosa», dice el periodista Hibai Arbide, en una frase que dibuja ese cambio producido, incluso, en los promotores de ese cambio. Nacía una lógica nueva, una agenda nueva, una ampliación de límites sin precedentes recientes, y con unos mecanismos, sencillamente, únicos: descentralizados, capaces de superar ideologías y caracteres contrapuestos y efectivos. La iniciativa no era de ningún grupo o tendencia, sino de, precisamente, quien emitía más iniciativa.

Aquella agenda democrática, sencillamente, envió al garete al Régimen y a sus medios, que durante décadas habían detentado el monopolio de señalar lo que era democracia y lo que era violencia. Se produjeron, por tanto, nuevas emisiones democráticas, y dibujos nuevos de lo que era violencia, que colocaban a un Estado que no había sabido defender la libertad, la igualdad y la democracia, con las cuatro patas dentro del pack violencia. La ruptura fue tan enorme que, por ejemplo, un Estado y unos medios que siempre habían sido capaces de proveer de nombre, valoración y desactivación a cualquier fenómeno, fueron torpes en definir lo que estaba pasando. Durante 15 días, de hecho, lo nuevo careció de nombre. Primero se ensayó con «antisistema», luego con «radicales», luego se sacó la artillería pesada y se utilizó el llenapistas «violentos». Ninguno, por primera vez, funcionó. Esa sucesión de fracasos ejemplificaron un desastre sin precedentes en ese Régimen que llegó a ser sentido común. Finalmente, se abrió paso, por eliminación y agotamiento, el palabro Indignados, que aludía a un libro que, al menos en mi entorno, nadie leyó. El estrecho sentido común que era el límite de todo en la democracia española se fue, en ese trance, al garete.

El 15M se abrió paso sin ser portada, sin ser descrito ni analizado. Apenas, y por los pelos, fue bautizado como «indignación». Su agenda –posiblemente, ésta: implementación y descentralización de la democracia, ampliación y garantía de derechos fundamentales, defensa de un nuevo bienestar, autonomía de la sociedad respecto de un Estado que no había garantizado sus mínimos pactados en los 70’s– se abrió paso y fue visto con simpatía por un 80% de la sociedad, a pesar de su silenciamiento y distorsión.

La ruptura cultural –algo importante en un Estado que había confiado, en el trance de crear cohesión, más en la cultura que en el derecho, el bienestar o la distribución– era un hecho. Sucedió hace 5 años. ¿Qué ha pasado desde entonces? ¿En qué se ha traducido la evolución del movimiento 15M? ¿En qué ha consistido su institucionalización? ¿Le sienta bien llegar a las instituciones? ¿Ha creado partidos de forma tan nítida como parece? ¿La nueva política es una consecuencia del 15M? ¿Qué ha pasado en estos cinco años en los que lo imposible se realizó de forma muy rápida y, sus consecuencias, parecen tardar más en realizarse?

Para saberlo cedemos la palabra a algunos de sus protagonistas. Personas que estuvieron en el ajo de las plazas y, en ocasiones, en la casilla anterior. Personas que han dado el paso a la institucionalización. Personas que no lo han hecho. Personas que han creado y participado de la nueva cultura. Todas ellas nos explicarán lo que perciben que ha pasado en estos 5 años de 15M a través de varios artículos, realizados especialmente para evaluar este aniversario.

Disfruten.