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Renta Básica Universal, pedir el pan y las rosas.

Laure Vega. Publicado en SinPermiso el 26-3-2022

“No explotarán nuestra vida desde el nacimiento hasta el fin; los corazones mueren de hambre igual que los cuerpos. Dadnos pan, pero dadnos también rosas. Mientras marchamos y marchamos, incontables mujeres muertas gritan, a través de nuestro canto, su antiguo clamor por el pan. Poco arte, amor y belleza conocieron sus espíritus sacrificados. ¡Sí, estamos luchando por el pan, pero también luchamos por las rosas!”

Bread and roses

Este texto tiene por objetivo dibujar una de las potencialidades que considero más interesantes de la Renta Básica Universal, su impacto en la lógica del chantaje renta-trabajo y las posibilidades asociadas a debilitarlo. Es, por lo tanto, un artículo necesariamente parcial. Por suerte, gracias al trabajo de medios como este, la parcialidad queda subsanada, en tanto que se está escribiendo acerca de la RBU desde tantos prismas como posibilidades tiene la medida.

Howard Fast, narrando la historia de Espartaco, decía “¿En qué piensa mientras avanza penosamente a través de la arena caliente? Bueno, habría que saber que cuando un hombre arrastra una cadena, piensa muy poco, en muy pocas cosas, y la mayor parte del tiempo lo mejor es no pensar en otra cosa que en cuando se volverá a comer otra vez, beber nuevamente, dormir de nuevo”, y añadía “A los hombres se los transforma en bestias y así no piensan en los ángeles”. Los más de dos mil años que nos separan de la historia narrada por Fast no invalidan su reflexión sobre en qué pensamos cuando arrastramos una cadena. Es igualmente en esta misma historia de fraternidad donde se plantea un bien superior trascendente a la vida misma, la lucha por la Libertad “y cuando muchos hombres juntos llegan a ese punto, entonces la tierra tiembla”.

¿Cómo voy a llenar la nevera? ¿Si sube el alquiler del piso dónde viviré? ¿Qué haré cuando llegue el recibo de la luz?, y así una ristra de miedos y plegarias paganas dirigidas al vacío que siempre conducen al miedo que encarna aquello que es la única opción para poder seguir haciendo frente a cada uno de estos pensamientos: no perder el trabajo o, directamente, encontrar trabajo. Asumiendo como natural un marco de explotación dónde los límites no pueden ser impuestos por el sujeto individual al que se enfrenta. Esta es nuestra cadena, esto nos impide pensar en los ángeles.

Dentro del sistema capitalista las necesidades sólo pueden ser satisfechas a través del trabajo asalariado. Es decir, la gran mayoría de la población –toda aquella que no tiene la existencia garantizada de manera autónoma a través de la propiedad de los medios de producción– encuentra vinculada la necesidad de trabajar —o haber trabajado– asalariadamente a la reproducción de su vida. Sin lo que Júlia Bertomeu y Antoni Domènech definían como una “base autónoma de existencia” la única forma de vivir es vender nuestra fuerza de trabajo. Nos convertimos así, forzosamente, en trabajadoras asalariadas, dependiendo de la voluntad del empleador para vivir. Cómo apuntó Marx en la Crítica del Programa de Gotha, “el hombre que no posee otra propiedad que su propia fuerza de trabajo, en cualesquiera de las situaciones sociales y culturales, tiene que ser esclavo de los otros hombres, de los que se han hecho con la propiedad de las condiciones objetivas del trabajo. Solamente puede trabajar con el permiso de estos, es decir: solo puede vivir con su permiso”.

Acudimos al mercado de trabajo bajo la coacción derivada de un proceso de desposesión –la otra cara de la moneda de un proceso de acumulación– y en condiciones de competencia a la baja entre nosotros, ejercidas a través de la presión del famoso ejército de reserva. En el mejor de los casos, obtendremos un empleo y con él un salario que no paga el valor de nuestra fuerza de trabajo, sino que se determina en función de la correlación de fuerzas del momento. Este salario no nos permite en ningún caso salir de una rueda en la que la posibilidad misma de vivir depende de la voluntad de quien en este proceso acumula más riqueza social y consolida sus posiciones.

De este modo, el primero de todos los derechos humanos inalienables, aquel que es sustancia de la democracia y que genera la base para la concepción de justicia, el derecho a la existencia, no está garantizado. La existencia pasa indefectiblemente por la venta de nuestra fuerza de trabajo o por ayudas derivadas de determinada relación con la venta del mismo. De esta manera, la existencia es un permiso concedido en una decisión, ajena a nuestra voluntad, de un sujeto por el mero hecho de ser propietario. Así, la libertad, entendida en un sentido republicano y como ausencia de posibilidad de inferencia arbitraria –y por tanto, sin posibilidad de dominación ajena– es una ficción jurídica. Es aquí dónde, situando el acceso a la libertad como incompatible a la propiedad privada monopolística de una clase respecto a la otra y siguiendo una rica herencia de luchas y trabajo teórico, planteamos la Renta Básica Universal.

Una renta suficiente e incondicional, universal y sufragada a través de un impuesto al capital, siendo su único requisito el padrón domiciliario. Es decir, una prestación que sea un derecho para todas aquellas personas que la Ley de Extranjería niega su regularización; que no esté vinculada a ninguna forma de relación sexo-afectiva o de convivencia; que sea suficiente para superar el umbral de pobreza; que realice una redistristribución ex-ante de la riqueza y que, por lo tanto, rompa con la idea que para “ganarnos la vida” exija trabajar asalariadamente y nos permita desmercantilizar nuestra fuerza de trabajo. Una renta que recupera el planteamiento de Thomas Paine en Agrarian Justice escrito el 1796, donde defiende un impuesto directo a la propiedad privada de la tierra que se tradujera en una pensión vitalicia como recompensa de la pérdida de la población de su legado natural. Una RBU, como una suerte de justicia conmutativa que combata el proceso de desposesión que viene de lejos y que, sin freno, va para largo. Un derecho que recupera un aprendizaje que ya sabíamos: la Libertad requiere condiciones materiales para existir. Tanto sabíamos que la Carta Magna (1215), que garantizaba derechos civiles y políticos, era hermana de la Carta del Bosque (1217), que garantizaba el acceso a los bienes comunales.

Planteamos esta medida monetaria, no como la solución a todos los males sino como la posibilidad de una medida necesariamente universal. Ésta tomaría así forma de Derecho, en un momento en que estos –malheridos por la desconexión de su promulgación de las condiciones materiales necesarias para su ejercicio– se encuentran en franca recesión. Como una parte de la respuesta a la denominada “cuarta ola” de salud mental que tome en consideración lo que apuntaba Amartya Sen, la variable más determinante en la salud es la renta.

Y no querríamos dejar de plantear la RBU también como una posibilidad a través de un derecho a conquistar que, en un momento de dificultad en la articulación de luchas comunes, propicie un proceso de lucha por el desarrollo humano y que desborde la medida e incluya la reducción de la jornada de trabajo, unos servicios públicos fuertes y amplios, el control de la acumulación de capital y una economía planificada al servicio de la emancipación humana. Un proceso que ponga sobre la mesa de nuevo que el libre desarrollo de cada cual es condición para el libre desarrollo de todos. Articulando la exigencia de control democrático del conjunto de procesos necesarios para la reproducción de la vida, es decir, de una economía política popular, contra un sistema capitalista que impide a todas las personas desposeídas de los medios de producción, independientemente del crisol de identidades en el que se enmarquen, el control de sus vidas y la persecución de cualquier interés que tengan. Como paso para construir un contrapoder efectivo donde disputar la batalla por el tiempo libre en el que desarrollar aspiraciones y planes de vida propios que vayan más allá de la constante necesidad. Como la posibilidad de conquista de algo más que el aire, sin permiso de nadie: ni padre, ni marido, ni patrón. Comprobando, como anunció Chesterton “que este dolorido gris de la penumbra estética en la que vivimos, a pesar de la opinión de los pesimistas, no es el gris de la muerte, sino del amanecer». Todo ello mientras debilitamos una cadena que no será eterna por mucho que lo parezca. Por un tiempo libre que nos ha de permitir avistar en qué debe consistir la buena vida, el acceso a la belleza y a la formación de la sensibilidad, como paso necesario para el verdadero entendimiento, como, y esta vez sí, pedir el pan y también las rosas.

Laure Vega es miembro del Consejo Asesor de la Generalitat de Cataluña del proyecto piloto para implementar la Renta Básica