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Brexit, el impacto es más político y simbólico que económico

Eduardo Garzón – Consejo Científico de ATTAC España

Frente a una noticia importante siempre ocurre lo mismo: los inversores corren raudos a deshacer sus posiciones inversoras (si consideran que la noticia es mala) o a obtener nuevas posiciones (si consideran que la noticia es buena). Por razones obvias, existe una creencia generalizada en que la salida de la Unión Europea por parte del Reino Unido no tendrá efectos económicos positivos, sino que en todo caso serán negativos. Por eso, lo que se espera que ocurra frente a una mala noticia es que los inversores tengan miedo a que sus inversiones pierdan valor, de forma que se anticipan y deshacen sus inversiones antes de que éstas comiencen a perder valor. Estas desinversiones son ventas de acciones que cotizan en bolsa, ventas de divisas, ventas de bonos, etc. Frente a la expectativa de que las acciones, divisas, bonos, etc vayan a perder valor debido a la noticia, los inversores se deshacen de esos activos antes de que pierdan valor.

Estas ventas provocan un efecto vicioso. No se puede vender algo si no hay alguien al otro lado que te lo compre. Toda venta necesita un vendedor y un comprador. Y la única forma de vender algo cuyo valor se espera que vaya a caer es reduciendo el precio, para que el comprador acepte la compraventa. Los compradores sólo comprarán acciones, divisas y bonos cuyo valor se espera que caiga si es a un precio inferior al que tenían, porque si no se arriesgan a comprar algo por menos valor del que tendrán en un futuro. El vendedor registra una pequeña pérdida por haber reducido el precio de venta, pero prefiere perder poco a perder mucho. El comprador compra a buen precio, y espera poder sacar tajada en el futuro cuando los precios mejoren. El vendedor tiene miedo; el comprador se arriesga. En consecuencia, la venta masiva de acciones, divisas y bonos a precios menores que antes provoca la caída del precio de estas acciones, divisas y bonos, y retroalimenta la dinámica: los inversores más adversos al riesgo ven los precios bajar y se animan a vender más antes de que el precio caiga más. Se crea un círculo vicioso que provoca la caída del precio de las acciones, de las divisas y de los bonos: a los inversores les entra miedo, venden sus activos a un menor precio, otros inversores ven que disminuyen los precios y les entra miedo, por lo que vuelven a vender a un menor precio, y así sucesivamente.

La bolsa de los diferentes países ha sufrido un golpe por esta sobrerreacción de los mercados: muchos inversores han vendido sus acciones a menor precio frente a una expectativa negativa. Lo mismo ha ocurrido con la libra y el euro, y con los bonos privados y públicos. La prima de riesgo es inversamente proporcional al precio del bono, si el precio del bono disminuye, la prima de riesgo aumenta[1]. La prima de riesgo de los bonos públicos ha aumentado porque se han registrado muchas ventas de bonos públicos a menor precio que antes. Muchos inversores están vendiendo sus activos financieros porque tienen miedo a que estos activos pierdan valor, y están invirtiendo en activos financieros más sólidos, que difícilmente perderán su valor: el oro, acciones de empresas más potentes, divisas más seguras y sólidas como el dólar, y bonos públicos de economías sólidas y seguras como Estados Unidos, Suiza o Alemania. Por eso el precio del oro se ha incrementado en más de un 5%, y por eso el tipo de interés del bono alemán ha disminuido.

Pero este círculo vicioso no es infinito: en algún momento se detendrá. Es imposible saber cuándo y en qué nivel, pero se detendrá. Dependerá de cuándo se disipe la incertidumbre y de qué manera. Mientras continúen las negociaciones entre el gobierno del Reino Unido y el de la Unión Europea y no se sepa en qué quedará la cosa, no habrá seguridad ni estabilidad en los mercados financieros y los inversores primarán los valores más seguros y sólidos frente a los más débiles e inestables. Pero en cuanto las negociaciones finalicen, sea cual sea el resultado, las aguas volverán a su cauce.

Y su cauce no lo determinan las compras y ventas en los mercados financieros, sino que su cauce viene determinado por la verdadera solidez económica de aquello que respalda los activos financieros. Es decir, la libra es una divisa muy potente porque viene respaldada por una economía muy importante, la británica, que goza de uno de los niveles de desarrollo económico más elevados del mundo. El Reino Unido tiene un modelo productivo potente, empresas potentes, infraestructuras desarrolladas, capacidades tecnológicas de último nivel, multitud de trabajadores con elevada formación y capacitación, maquinaria y herramientas potentes, instituciones sólidas, etc. Ése es el verdadero “valor” del Reino Unido, no el que marquen sobre su divisa determinadas compras y ventas en el mercado financiero. La libra, como moneda de una economía potente, tenderá a reflejar su verdadero valor tarde o temprano. Ahora ha perdido valor por la sobrerreacción de los mercados. Pero estas sobrerreacciones siempre son pasajeras, son impulsos a determinadas noticias.

Lo mismo ocurre con las bolsas: han caído por la rápida respuesta de los inversores, pero volverán a un valor más razonable. Nadie puede creerse que las empresas que cotizan en bolsa se hayan hundido de la noche a la mañana; las empresas siguen estando igual de bien o mal que ayer. La caída en las bolsas es un efecto virtual, que no afecta a la verdadera capacidad económica de las empresas que cotizan en ellas. Lo mismo ocurre con la prima de riesgo de los bonos públicos: su rápida remontada nada nos dice de la solvencia de los Estados en cuestión, los Estados siguen igual de bien o mal que ayer.

Estos impactos financieros tendrán mucha o poca repercusión sobre la actividad económica dependiendo del tiempo que duren las negociaciones y del resultado final de las mismas. En realidad, todo apunta a que en el peor de los casos el Reino Unido acabe saliendo de la Unión Europea, pero manteniendo los mismos niveles de libre comercio y de movimiento de capitales que tenía hasta entonces. Algo así como lo que hoy día tiene Noruega, que no pertenece a la Unión Europea pero que mediante el pago de una pequeña cuota disfruta de las ventajas comerciales y financieras del proyecto comunitario. De llegarse a esta situación, las aguas acabarían volviendo a su cauce sin provocar consecuencias económicas de envergadura, aunque por el camino la correspondiente incertidumbre financiera provoque determinados costes económicos de menor nivel.

En definitiva, el impacto en las finanzas internacionales se debe a la sobrerreacción de los mercados financieros, y durará lo que duren las negociaciones entre Reino Unido y la Unión Europea. Hasta que éstas no finalicen, no podremos saber si el impacto económico del Brexit será elevado o no, pero es muy probable que el impacto financiero del Brexit sea pasajero y no acabe repercutiendo sobre la actividad económica real. Todo apunta a que el Brexit no tendrá importantes efectos económicos, aunque sin duda los tendrá –¡y de qué manera! – a nivel político y simbólico.

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