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Desmontando los mitos sobre la inflación y la creación de dinero (7)

Eduardo Garzón – Consejo Científico de ATTAC España

Ésta es la séptima entrega de una serie de artículos en los que estoy abordando poco a poco la relación entre la creación de dinero y la inflación, con el objetivo de rebatir muchos falsos mantras ampliamente extendidos y ofrecer explicaciones alternativas más serias que las que imperan en el imaginario colectivo. En los artículos anteriores identificamos las distintas causas que provocan inflación, y vimos que ésta puede aparecer por causas diferentes a la creación de dinero. Para que esos factores causales terminen provocando inflación o no, y en qué cantidad, importará mucho el margen que tengan los vendedores para reaccionar modificando el precio de sus productos, que dependerá a su vez del nivel de competencia al que estén sometidos y de la estrategia de venta que empleen. Con estos mimbres analíticos procedemos a abordar qué ocurre con los tres casos identificados (caso A: incremento de coste de producción; caso B3: nuevo dinero en circulación; y caso B4: caída de la producción). Este artículo corresponde al primer caso.

34.1 Incremento del coste de producción

En el artículo anterior de la serie ya quedó claro que en la toma de decisiones de los vendedores sobre los precios interviene fundamentalmente el nivel de competencia al que estén sometidos, que a su vez depende de muchos otros factores como el tipo de estrategia de venta que tengan. Veamos ahora cuáles serán las respuestas de los vendedores en función del efecto exógeno susceptible de generar inflación que identificamos anteriormente. Comenzamos con el Caso A (incremento del coste de producción).

Recordemos que este caso recoge el efecto de un incremento de los costes de producción (incremento salarial, incremento del precio del alquiler o de la energía, etc) sobre los precios de los productos. La teoría económica convencional (síntesis neoclásica) que se enseña en las facultades y escuelas de economía sostiene lo siguiente: frente a un incremento en los costes, los vendedores no tienen más remedio que incrementar los precios en la misma magnitud, ya que la competencia perfecta que supuestamente existe obliga a los vendedores a reducir al máximo el precio y a experimentar un margen de beneficio muy reducido, prácticamente nulo. Cualquier incremento del coste supone por lo tanto que el vendedor registre pérdidas, de modo que la única forma de evitar la quiebra es incrementando los precios.

Pero nosotros ya sabemos que la competencia perfecta no existe en la realidad y que muchísimos vendedores registran un margen de beneficio suficientemente holgado como para poder absorber los nuevos costes de producción sin necesidad de incrementar los precios. E intentarán no incrementar los precios porque el nivel de competencia (que no es perfecta pero existe) presiona para que se mantengan lo más bajo posible frente al riesgo de perder clientes.

Es decir, el caso A provoca una tensión al alza de los precios a través de un incremento de los costes, pero a diferencia de lo que reza la teoría económica convencional, los vendedores no están obligados a sucumbir a esta fuerza incrementando los precios bajo pena de cerrar el negocio. En el dibujo del artículo anterior –y que volvemos a reproducir aquí– vimos que en 3 de los 4 cuadrantes los vendedores tienen facilidad para mantener los precios en tiempos de dificultad, ergo podrían absorber el aumento de los costes sin necesidad de aumentar los precios. Que lo hagan no dependerá de la necesidad de mantener su negocio, sino de si quieren aprovecharse de la situación. Y ello dependerá en última instancia del nivel de competencia al que estén sometidos: si éste nivel es débil, tendrán más posibilidades de aprovecharse (por ejemplo, las empresas gasolineras españolas cuando aumenta el precio del petróleo); si éste nivel es alto, tendrán menos posibilidades de sacar tajada (por ejemplo, un vendedor de servicios de reprografía cuando aumenta el precio de la electricidad).

El mayor margen de beneficio de los productos confiere al vendedor espacio de maniobra para absorber costes imprevistos sin necesidad de aumentar el precio. Frente a cualquier shock económico (aumento de precio de energía, incremento de salarios, de coste de financiación, etc) los vendedores de estos productos no necesitan aumentar los precios para que su negocio siga funcionando porque su holgado margen de beneficio empresarial les permite seguir obteniendo ganancias incluso resistiendo el incremento del coste. Si en una fábrica de automóviles de alta gama los trabajadores logran una mejora salarial, los vendedores no necesitan elevar el precio de los automóviles porque a pesar del mayor coste de producción seguirán teniendo bastantes beneficios por cada vehículo vendido. Ahora bien, no necesitan elevar el precio para seguir funcionando, pero puede que lo hagan. De ello dependerá el nivel de competencia al que estén sometidos: si es intenso, probablemente no incrementen los precios para no ahuyentar a clientes; si no es intenso, probablemente eleven el precio para no perder margen de beneficio.

En cambio, el menor margen de beneficio de los productos vendidos mediante estrategias de precios y sometidos a un elevado nivel de competencia confiere al vendedor mucho menos espacio de maniobra para absorber costes imprevistos sin aumentar el precio. Frente a cualquier shock económico (aumento de precio de energía, incremento de salarios, de coste de financiación, etc) es muy probable que los vendedores de estos productos se vean presionados a aumentar los precios para que su negocio siga funcionando porque no tienen un margen de beneficio amplio con el que puedan absorber el incremento del coste. Si en una fábrica de ropa de baja calidad aumenta el coste de la energía, los vendedores se verán muy presionados a elevar el precio de sus productos para no perder el pequeño margen de beneficio que tienen, aunque todo ello depende del grado de competencia al que estén sujetos. Puede ocurrir que incrementando el precio no ahuyenten a los clientes debido a que éstos le son fieles o a que el resto de vendedores han aumentado también el precio, o a otros motivos. La casuística es amplia, pero siempre depende en un grado importante del nivel de competencia.

Tal y como se puede ver en el dibujo, los precios de los productos basados en estrategias de diferenciación son menos sensibles a las perturbaciones económicas, y por lo tanto estos productos contribuyen menos a la generación de inflación abordada en el caso A. Esta forma de obtención de competitividad, vía diferenciación de producto, es especialmente relevante en aquellos bienes y servicios de mayor conocimiento y mayor contenido tecnológico. Es más fácil lograr que un teléfono móvil o una representación artística sea valorada como algo diferente y especial, que hacerlo con unas manzanas o unas tuercas. Ni que decir tiene que estas características están más presentes cuanto más desarrollada está la economía en cuestión.

En cambio, los precios de los productos basados en estrategias de precios son más sensibles a las perturbaciones económicas, y por lo tanto estos productos contribuyen más a la generación de inflación abordada en el caso A. Esta forma de obtención de competitividad, vía diferenciación de precio, en oposición a la estrategia por diferenciación, es especialmente relevante en aquellos bienes y servicios de menor conocimiento y menor contenido tecnológico. Como hay muy poco margen para hacerlos especiales y diferentes, sus vendedores se ven prácticamente obligados a competir mediante precios reducidos. Estas características están más presentes cuanto menos desarrollada está la economía en cuestión. Los países más pobres basan buena parte de su economía en sectores de bajo valor añadido y de bajo contenido tecnológico: materias primas como metales o hidrocarburos, manufacturas sencillas como textil, calzado, alimentación, bebidas, tabaco… y servicios de restauración, de alojamiento, etc.

En cualquier caso, la última palabra la pone el nivel de competencia: aunque los vendedores no aumenten los precios por obligación, sí que lo pueden hacer para mantener margen de beneficio, y ello dependerá de si se lo permiten los competidores.

De todo ello extraemos una conclusión muy importante y que muchos desgraciadamente ignoran: si la mayor parte de los bienes y servicios que producen las economías más desarrolladas son menos propensos a generar inflación que los productos que crean las economías menos desarrolladas, y además los niveles de competencia suelen ser menores en el primer grupo de economías, será mucho más probable que aumente la inflación en economías subdesarrolladas que en economías avanzadas debido a un incremento de los costes de producción (caso A). De hecho, todos los procesos recientes de inflación notable se han dado en economías claramente subdesarrolladas: Zimbabue, Congo, Angola, Venezuela, Sudán, Malawi, Irán, Ghana… El reverso es claro: ningún país desarrollado ha experimentado altas tasas de inflación en las últimas décadas.

En resumen: cuantos más productos estén basados en estrategias diferenciación y cuanto mayor nivel de competencia exista en una economía, menor impacto en los precios producirá un incremento de los costes de producción. Ésta es precisamente la situación que predomina en economías desarrolladas y la que a menudo escasea en las subdesarrolladas.

En el próximo artículo abordaremos el caso B3: nuevo dinero en circulación.

 

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