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Hora de echarlos o esto revienta

Pedro Luis Angostonuevatribuna

Repaso la prensa. Me encuentro una noticia que ronda por los diarios desde hace varios meses, un grupo de investigadores de la Universidad de Granada ha descubierto un tratamiento que podría curar casi todos los tipos de cáncer sin apenas efectos secundarios al atacar únicamente las células tumorales madre. El equipo, que ha patentado el medicamento, lleva mucho tiempo pidiendo financiación para ultimar su vital descubrimiento ahora que entra en la última fase. No la ha encontrado. En otros diarios leo las declaraciones del Nóbel Stiglitz achacando la bancarrota de España a la política económica del Partido Popular y a su estrecha relación con la burbuja inmobiliaria. Paso al lado oscuro, me encuentro a los turiferarios, casi todos de papel, y hablan de los espectaculares datos macroeconómicos del Gobierno y del riesgo para las “reformas” que podría suponer el triunfo de otra opción política. Hablan de triunfos históricos y hablan de miedo, como si pudiese haber algo más tenebroso que la legislatura que estamos acabando de sufrir.

Como cuenta Naomi Klein, durante estos terribles cuatro años el país entero ha sido sometido a la doctrina del shock. Después de los esplendores narcotizantes de la burbuja inmobiliaria –España era una fiesta- llegó el apagón, y de pronto nos hicieron ver por activa y por pasiva que habíamos sido los peores de la clase, una panda de degenerados que gastaban mucho más de lo que ingresaban y se tiraban todo el día de chiringuito en chiringuito gritando que me quiten lo bailao. A fuerza de insistir, al cabo de unos días nos miramos al espejo y comprobamos que, sin ser cierto lo que nos decían, sí era cierto que estábamos desnudos, que nos habían quitado las ropas, la vivienda, el trabajo, la fraternidad y, sobre todo, la esperanza. El optimismo irracional que desprendía en su conjunto la sociedad española de la primera década del siglo XXI, se tornó en pesimismo existencial, en un no valemos para nada que dejaba exentos de responsabilidad a quienes habían promovido la ruina colectiva en todos los sentidos de la palabra ruina y de la palabra colectiva. El esplendor sobre la yerba, como el de la juventud o la belleza, se evaporó rápidamente, cayendo la mayoría de los habitantes del país en un estado comatoso que permitía al gobernante cometer todas las atrocidades imaginables. El schok reclamaba soluciones rápidas, y estas llegaron de la mano de aquellos que habían causado la ruina, poniendo en marcha en cuatro años la mayor cantidad de leyes antidemocráticas y regresivas que ha conocido ningún país de Europa Occidental. Mientras el resto del país seguía vapuleado, reaccionó Cataluña tirando el carro por el pedregal, pensando, como si lo ocurrido con Grecia no sirviese para nada, que una sola nación, sin apoyo ni solidaridad de nadie, pudiese vencer a los molinos de viento del neoliberalismo internacional, como si la soledad fuese el mejor instrumento para derrotar a la mancomunidad de saqueadores y destrozadores de vidas que tiene a Felip Puig, Boi Ruiz y Artur Mas entre sus principales valedores. Mientras tanto, aprovechando la quietud del resto, de la misma Cataluña, y aupado por el Banco de Sabadell y otros grupos financieros e industriales, nacía fulgurante la nueva estrella del paraíso derechista, Albert Rivera y su Ciudadanos, dentro de una operación encaminada no a restar votos al Partido Popular, sino a darle los apoyos que fuesen menester dada la inexorable pérdida de sufragios –nunca la merecida- que sufrirá en los próximos comicios, para que nada cambie, para que todo siga igual, anunciado, eso sí, con antelación, el copago de la Sanidad y la Educación, como si no lo estuviésemos copagando ya todo.

La experiencia griega, como en su día la rusa o la cubana, enseña que no es posible la revolución en un solo país, pero no ya la revolución sino simplemente la puesta en práctica de una política verdaderamente democrática que ponga a hombres e instituciones al servicio de quienes poseen inalienablemente la soberanía popular. Durante los primeros seis meses de gobierno de Syriza muchos pensamos que había llegado el momento de que la España y la Europa mortecinas despertasen. Varufakis y su equipo económico habían puesto el balón en juego desafiando las políticas austericidas de la troika, sólo quedaba que el resto del equipo hiciese su labor y saltase al terreno de juego con las mismas ganas que los griegos lo habían hecho. Nadie lo hizo, y Grecia quedó a merced de los mercaderes sin escrúpulos, de las corporaciones globales y de la instituciones ajenas a la democracia que dominan la Unión Europea y la están llevando al periodo más crítico desde que acabó la Segunda Guerra Mundial. Sabedores de todo eso, nuestra izquierda y la del resto de países de la Unión europea, sigue pensando que lo mejor es que cada cual se busque la vida, que siempre habrá una tercera vía de la que sólo yo y los míos sabemos cuál es el atajo, que tus formas están periclitadas y las tuyas no aportan nada, que yo sé más que tu y tengo la fórmula. Y nada de eso es verdad, primero porque si la izquierda quiere volver a gobernar para lo que son sus verdaderos objetivos raíces, ha de concurrir a los comicios unida en España y coordinada con las izquierdas del resto de países, con un programa de mínimos atrayente por su veracidad para el electorado; segundo, porque hoy, en la sociedad global, en los grandes asuntos que afectan a los pequeños ciudadanos de forma esencial, se necesitan respuestas globales capaces de ilusionar, pero sobre todo, capaces de alzar una inmensa barricada ante la ofensiva de los bárbaros que venimos sufriendo desde 1990.

El Partido Popular ha destrozado España, ha acabado con los mínimos de seguridad vital que un ciudadano necesita para considerarse tal y para poder hacer su vida con un poco de dignidad; ha favorecido de modo escandaloso a quienes más tienen, haciendo pagar el monstruoso precio de la crisis-estafa a quienes menos tienen y nada han tenido que ver con su génesis. Ha hecho emigrar a nuestros mejores universitarios para que vendan su saber por cuatro cuartos al amigo alemán. Ha impuesto leyes absolutamente autoritarias como la de Seguridad Ciudadana, ha incrementado la arbitrariedad policial, ha laminado la escasa independencia judicial, ha sido parte nodal de la corrupción que asola al país, ha maltratado a Cataluña como Cataluña no se merece, y ha pisoteado a los más necesitados como si su existencia fuese un estorbo. La red clientelar que se mueve en torno a ese partido y a otros como CIU, es como un sarcoma que afecta a todos los órganos vitales del país. A eso no se le derrota con posturas personales, con actitudes mezquinas faltas de toda generosidad, para cambiar de una vez al país de la Transición heredero de Franco, para construir una democracia en la que todos podamos sentirnos con un mínimo de bienestar, es menester contar con todos, desde el PSOE, si todavía recuerda para qué nació, hasta Bildu y las CUP, nadie sobra en esa empresa de la que depende que dejemos de una vez por todas la caspa negra que nos cubre desde julio de 1936.