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Entender el fenómeno Marine Le Pen

François Ralle Andreolictxt

A veces cuesta en España comprender lo que pasa al norte de los Pirineos. Sobre todo, cuando un partido de extrema derecha logra el 30% de los votos en las elecciones. Francia es (con razón) un país de referencia en el mundo de las ideas, de los valores progresistas y universales. Pero el tosco filtro de las miradas cruzadas es con frecuencia engañoso o, mejor dicho, reductor, basta con leer lo que se escribe en París sobre España.

Francia es el país de la gran Revolución y de Rousseau y Jaurès, pero también de la contrarrevolución, del affaire Dreyfus, de Vichy, de sanguinarias guerras coloniales. En Francia nació la Ilustración y la anti-Ilustración, como Drumont y su exitoso La Francia judía o el pseudocientífico Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, desde 1853. Si la teoría del historiador Zeev Sternhel según la cual Francia es la cuna de los fascismos a finales del siglo XIX es cuestionable, está claro que en el hexágono resurge cíclicamente una fuerte corriente ultrarreaccionaria, que llega hasta el siglo XX: movimiento paramilitar de los Cruz de Fuego, que en 1939 contaba con más de un millón de adeptos, éxito del poujadismo, en el que veló sus primeras armas Jean-Marie Le Pen, terrorismo de la OAS y Frente Nacional. No puede, por ello, sorprender la facilidad con la que el matrimonio entre personas del mismo sexo se ha aceptado en España, un país muy católico con una jerarquía eclesiástica caracterizada por su arcaísmo, mientras que en Francia ha provocado una importante oleada de manifestaciones retrógradas. Éstas, por su magnitud, han logrado que el Gobierno de François Hollande diera marcha atrás en numerosas leyes como la PMA (procréation médicalement assistée), que regula la ayuda médica a la procreación. Existe una vieja dialéctica entre partidarios del derecho de suelo, base de la nación universal francesa, y las fuerzas reaccionarias del repliegue y la identidad que toman nuevas formas y (aún) no han desaparecido.

El fenómeno del Frente Nacional se inscribe en parte en esta línea histórica. Desde su fundación, en 1972, reúne a los identitarios ultras y a antiguos combatientes de la guerra de Argelia. Pero este pequeño partido marginal intentó dotarse desde su fundación de una especie de respetabilidad y eligió como hombre de consenso a un notable, buen orador y exdiputado, mucho más moderado que los cabezas rapadas y monárquicos que forman el grueso de sus tropas. Puede sorprender, pero Jean-Marie Le Pen ya tenía entonces una estrategia para conquistar y seducir a la derecha tradicional francesa. Desde el primer éxito electoral en 1986, favorecido por el cambio de escrutinio de François Mitterrand con el que calculaba reducir la dimensión de una derrota anunciada, hasta el impresionante éxito de las últimas regionales se ha andado un largo camino. Dos candidatos superan el 40%, Marine Le Pen en el Norte y su sobrina Marion Maréchal Le Pen, en la Provenza, y, en el resto del país, otros 4 candidatos del FN han sido los más votados.

Sin embargo, no hay que sucumbir al pánico. Hay que resistir sin alimentar la espiral del miedo con la que ha jugado y juega el actual Gobierno y que constituye, en definitiva, uno de los motores del FN, presentado por el bipartidismo francés como la única fuerza outsider. En un momento de crisis y de decepción generalizada de la política tradicional y sus renuncias, el discurso del miedo se muestra eficaz. A fuerza de gritar ‘que viene el lobo’ hemos engendrado al lobo. El modo en que se gestionó la fase posterior a los atentados es, en este sentido, revelador: prolongación del estado de emergencia, justificación de detenciones extrajudiciales, anuncio de la retirada de la nacionalidad francesa a los que tienen doble nacionalidad. Son las medidas que llevan exigiendo desde hace años la derecha sarkozista y el FN. No cabe duda de que la hiperreacción del Gobierno Hollande, incluso desde el punto de vista militar, ha segado la hierba bajo los pies del FN y de Sarkozy. También ha permitido que el resultado para el PS en las elecciones regionales sea menos malo de lo que podía haber sido. Pero se inscribe en una peligrosa tendencia a la banalización de las temáticas de exaltación de la seguridad del FN que puso en marcha Sarkozy en la campaña de 2007, cuando llegó a eclipsar a Le Pen, y a la que siguió la «estrategia Buisson» –denominada así por su consejero, Patrick Buisson,  procedente de las filas del FN– cuyo objetivo era desbordar al FN apropiándose de sus temáticas. Con el tiempo se puede ver que, en realidad, esta estrategia ha permitido sobre todo romper los reflejos y escrúpulos republicanos de parte del electorado, al facilitar la porosidad entre derecha y derecha-ultra, porque los electores prefieren, en última instancia, el original a la copia. Los comentarios de Manuel Valls sobre los romaníes, o la utilización por François Hollande del término lepenista «francés de pura cepa» en contra de la cultura republicana ayudan a esta gran confusión y a la pérdida de posiciones, aunque intangibles, en la estructura de pensamiento republicano.

Sin embargo, numerosos intelectuales han alertado sobre los fenómenos que explican el ascenso del Frente Nacional. El geógrafo Hervé Le Bras, cuyos estudios cartográficos del voto FN han roto muchos estereotipos, se asombra de que los Gobiernos en el poder, especialmente el de Hollande, nunca hayan prestado oídos a los numerosos investigadores sobre este tema. Y, a pesar de que sus estudios son fundamentales, raramente se ve en los platós de televisión a los intelectuales especializados en esta formación. Los medios de comunicación dominantes han dado importancia a la nauseabunda (y mala) literatura empecinada con el declive de Francia de personajes como Eric Zemmour (Le suicide Français) que apoyan y alimentan sutilmente los fantasmas islamófobos del FN y la idea de que hay franceses menos franceses que otros, «enemigos internos». En este sentido, el sociólogo André Deze acusa a los medios de comunicación dominantes de ser los principales responsables de la desdemonización y normalización del FN ante la opinión pública francesa. En su opinión, en el partido de los Le Pen pocas cosas han cambiado a no ser la estrategia de comunicación y, sobre todo, el hecho de estar continuamente presentes en los platós de televisión. Sorprende que haya periodistas  que tengan aún el valor de enfrentarse y desenmascarar al FN como David Cohen en France Inter que invitó a la candidata del FN a abandonar el plató. Porque a lo que estamos hoy acostumbrados es a la omnipresencia del FN en la televisión y a conversaciones cordiales, o a que se compare a Le Pen padre, excitado y radical, con su hija, moderada y calmada, hasta llegar a justificar la política de moderación y la estrategia de desdemonización que Marine Le Pen ha establecido desde 2011. Florian Philippot,  vicepresidente del FN y enarqué (licenciado por la prestigiosa escuela de Administración pública ENA), acude frecuentemente a los platós para dar una imagen de partido solvente y abierto. Incluso hemos visto la aparición de amables artículos sobre Marine Le Pen en la prensa para adolescentes como el número de abril de 2015 de la revista L’Actu.

Se esperaba de los periodistas un trabajo en profundidad que desenmascarara la verdad del programa y las intenciones del FN, que se opone al aumento del salario mínimo, a la gratuidad de la IVG (interrupción voluntaria del embarazo en sus siglas en francés), que es partidario de que los poseedores de nacionalidad francesa tengan preferencia a la hora de las prestaciones sociales y los servicios públicos.

Así, para Alexandre Deze (Le nouveau Front National en question) el FN ha cambiado poco, incluso tras la expulsión de su fundador Jean-Marie. Basta para darle la razón consultar el mapa de las «impertinencias» antisemitas o xenófobas de los candidatos del FN a las elecciones locales desde comienzos de 2015 que ha elaborado el Huffington post. Esa es la realidad del partido, de sus militantes. Asimismo, la gestión de las alcaldías regidas por el FN ha mostrado a unos alcaldes que inmediatamente se han subido los salarios o han quitado las subvenciones a los comedores públicos. El FN critica a la «oligarquía política» pero sus cargos electos son los primeros en acumular mandatos locales y nacionales, y nada de ello aparece en el maelström mediático, fascinado por los sondeos y el ascenso de ese clan Le Pen que ha crecido en el confortable castillo de Montretout, lejos de la «gente normal y corriente» que dice representar.

A pesar de ello, el Frente Nacional ha logrado, a diferencia de las fuerzas a la izquierda del PS, capitalizar el heterogéneo descontento que hoy existe en Francia. Ha sabido evolucionar para comunicar con diferentes registros, imantando así el conjunto de frustraciones e insatisfacciones de una sociedad en crisis. Podemos, pues, hablar de estrategias de varias entradas: por un lado, una vitrina pulcra de dirigentes que han dejado atrás los gritos y chistes repugnantes de Le Pen padre y, por otro, una constelación de páginas web y de grupos en las redes sociales alimentados por ejércitos de militantes que se permiten comentarios más libres o abiertamente xenófobos. La estrategia demagógica del FN funciona y progresa.

Sin embargo, si se relee a los pensadores que apoyan al FN desde hace década — Emmanuel Todt, Hervé Le Bras, la socióloga Nonna Mayer, y tantos otros– se comprueba que su éxito se alimenta principalmente de la crisis económica y democrática en la que está inmersa la sociedad francesa. El apasionante libro de Hervé Le Bras Le pari du FN desmenuza metódicamente la geografía y los territorios en los que el voto FN se instala o progresa. Rompe, así, numerosos mitos, como el del trasvase de electores del Partido Comunista hacia el FN, o la relación directa de presencia de inmigrantes y voto FN. «El miedo al otro» que cultivan los Le Pen se desarrolla en los espacios periurbanos o rurales  y no donde se vive en contacto con la diversidad del «melting-pot» francés. A grandes rasgos, de este estudio, que merece mayor atención, se extraen dos enseñanzas fundamentales. El FN obtiene mejores resultados en los espacios en los que se manifiestan las desigualdades sociales más fuertes, lo mismo ocurre en las regiones y espacios adormecidos. Donde los horizontes están bloqueados, donde el ascensor social no funciona es donde se opta por una apuesta desesperada por las soluciones fáciles del FN y donde se adopta su lógica simplista, que opone a determinados franceses con el resto.

Evidentemente, la fuerte ruptura entre la clase política de la 5ª República y la ciudadanía ayuda también a estimular el voto al FN. No olvidemos que un francés de cada dos no ha ido a votar y que los votos del FN solo representan, en definitiva, al 13% de los franceses inscritos. En primer lugar, está el siniestro balance del paso de la derecha al poder en 2002-2012, que ha erosionado el modelo social francés y debilitado los puntos de referencia de toda una sociedad. Esta sociedad, enfrentada a los profundos efectos de la crisis y a la degradación de viejos problemas (integración de la diversidad cultural, periferias urbanas convertidas en guetos), se ha desorientado aún más cuando el Gobierno supuestamente de «cambio» y de «progreso» que prometía François Hollande lo único que ha hecho es declinar el oxidado programa de la Gran Coalición europea PPE/PSE: austeridad, seguridad, reformas liberales…

Como explicábamos recientemente en un artículo, la gente pedía que se llenara un vacío y Marine Le Pen lo ha entendido.

Traducción: María Cordón.